Zelda se encontraba paseando por el Callejón Diagon, iba a visitar finalmente el castillo de su nueva familia, a la cual su madre Kyttara le había invitado a formar parte. Había decidido que no llegaría con las manos vacías, así que antes de aparecerse por allí compró algunas cosillas para los miembros de la familia, tenía entendido que no eran demasiados, pero como no sabía los gustos de cada uno, compró diferentes cosas. Dulces para los más golosos, joyería encantada que cambiaba de colores y formas para los coquetos, y algunas piezas de arte mágico para aquellos que les gustara lo clásico.
Una vez que tuvo todo lo necesario, colocó aquello en su monedero y tomó su varita, concentrándose, en un suspiro ya estaba dentro del impresionante castillo.
Lanzó un jadeo sordo de sorpresa al ver la magnitud que tan sólo el recibidor. Las decoraciones alineadas perfectamente con la estructura, varios ventanales dando a diferentes ángulos de los jardines. Sonrió enormemente, su madre no había mentido cuando dijo que aquel lugar era precioso de dentro hacia fuera.
Notó que era bastante silencioso en aquel momento, no habría muchos familiares en aquel instante, pensó. Caminó por el lugar recorriendo la estancia por primera vez, maravillandose con su majestuosidad.
De un instante a otro, sintió unos ojos posados en su nuca, miró hacia los lados buscando a la persona que la estaba observando con cierto recelo hasta que la vio. Intentando no ser descortés se presentó.
-Hola... Soy Zelda, no se si Kytta les haya comentado sobre mi...- Dijo con algo de nerviosismo en la voz, esperando pacientemente la respuesta de aquella persona viéndola fijamente.