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.: Castillo Triviani :.


Mentita
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Darla sintió la presencia más cercana y estaba por responderle que si a Anne cuando ella golpeó la puerta con más fuerza, giró veloz ante la voz chillona y se encontró al igual que su compañera apuntando al elfo, gruñó por lo bajo mientras guardaba a Edelweiss dejando que la licántropa llevara la voz cantante. Con gesto adusto acomodó sus cabellos mientras veía la expresión nerviosa del elfo ¿eran todos siempre así o más bien se veía más nervioso que algunos que había conocido? Su experiencia con elfos era muy distinta a la de cualquiera así que no podía estar segura.

 

--Ocupados --la voz de la pelirroja al repetir la expresión del elfo se perdió en medio de un nuevo grito que siguió reverberando en el incómodo silencio que se hizo entre ellos --merde, --murmuró --muy ocupados.

 

Había pensado decirle al elfo que lo olvidara, obviamente los Triviani estaban en medio de una "fiesta" privada pero éste ya había desaparecido. Se volvió hacia Anne con gesto resignado.

 

--Supongo que ahora habrá que esperarlos.

 

En su mente había mil motivos para no cruzarse con Candela ni esperar a que algún Triviani los atendiera, sus pies tendían a salir del bendito lugar antes que quedarse. Presentía que estaban metiendo sus narices en negocios más oscuros aún que la propia Marca Tenebrosa y sin embargo no quedaba otra. Intentó relajarse observando una vez más todo a su alrededor.

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Sus palabras fueron más allá de los oídos del Malfoy, tocando hasta la más diminuta fibra de su ser, provocando una reacción involuntaria ante aquellos susurros. Una sonrisa divertida y al mismo tiempo atrevida se formó en sus labios, al tiempo que éste quedaba bocarriba ante el movimiento de Alyssa. De pronto y sin previo aviso, su camisa fue rasgada, mostrando su piel ante el tacto de la mujer.

 

- No esperaba menos… - respondió con un susurro en su oído, dejando que su cuerpo respondiera de inmediato al deseo que experimentaba por la mortífaga.

 

Rápidamente tomó las piernas de la chica que se encontraban a un costado de su cadera y comenzó a acariciarla con firmeza, clavando la punta de sus dedos en la piel que se mostraba bajo la falda que llevaba. Su instinto fue más allá, por lo que posó ambas manos en su parte trasera, amoldándolas a la forma de Alyssa y provocando que ésta lo sintiera aún más, justo debajo de ella en un fuerte movimiento sobre su cadera.

 

Un segundo bastó para observar el deseo reflejado en sus ojos, mirándola de manera que solo aquel momento podría permitir. Sus manos subieron su vestido despojándola de él, mientras flexionándose un poco, comenzó a besar el abdomen de la chica, subiendo por su pecho y permitiendo que los labios de Lacrimosa se pegarán y despegaran como una dulce tentación hasta llegar a los hombros. Podía sentir su piel tan suave y al mismo tiempo cálida, enloqueciéndolo como solo una mujer como Alyssa podría.

 

- … provocas mis más bajos instintos… - dijo susurrando en su oído, mordiendo el lóbulo de su oreja y deslizando sus boca hasta la de ella, fundiéndose en un beso intenso y lleno de pasión.

 

No tenía la menor duda de que aquella noche no solo era un arranque de sentimientos, había algo más entre los dos, algo que quizás estuvo oculto desde hace tiempo y que en aquel momento se abriría paso. Tomó a la chica desde la parte trasera con fuerza, levantándola un poco y permitiendo un roce más directo, provocando un fuerte gemir saliendo de sus labios que se intensificaba ante el movimiento de sus cuerpos. Los besos llegaron hasta su hombro, donde se permitió bajar un tirante de su sostén con la boca, besando y provocando un deseo irracional en la chica con cada contacto de su boca y su cuerpo debajo de ella…firme.

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No había palabras para describir lo que hicimos esa noche, llegué a la conclusión de que las altas concentraciones emocionales eran una poderosa combinación cuando se trataba de las relaciones sexuales. La culpa arremetió por la mañana, pero sabía que gran parte de mi rabia y angustia habían sido descargadas; estaba aún deliberando si me arrepentía o no de lo que había hecho mientras contemplaba el plácido rostro del Malfoy mientras dormía, bañado por la cálida luz del amanecer. Si tan solo se hubiera tratado del despecho de una noche…, pero lo que más me turbaba es que allí entre nosotros hubo mucho más que solo lujuria y pasión.

 

- Buenos días… - canturreé mientras que seguía acariciando su cabello.

 

Sus ojos se abrieron apenas unos milímetros, renuentes a la idea de despertarse, pero al verme esbozó una queda sonrisa. Aún me encontraba desnuda bajo las sábanas, la noche anterior caí en un profundo y tranquilo sueño entre los brazos de Lacrimosa agotada tanto emocional como físicamente, y no me había dado tiempo siquiera a darme un baño. Desvié la mirada hacia el ventanal por donde se podía ver al sol alzándose en el horizonte, acariciando con sus rayos los oscuros edificios de un pueblo que aún no tenía intenciones de despertar.

 

Inconscientemente mis pensamientos volaron hasta Pik, preguntándome qué estaría haciendo el Macnair en esos momentos y recordando dolorosamente los sucesos de la noche pasada. Lo echaba de menos y me odiaba por eso, no podía permitirme ni una sola lágrima por un hombre que no me apreciaba, sobre todo ahora que tenía la oportunidad de estar con alguien que sí lo hacía… Mi mirada flotó una vez más hacia el Malfoy a quien le seguía acariciando el cabello en un movimiento automático, y de pronto la incertidumbre invadió mis pensamientos ¿Y si para él no había sido más que la aventura de una noche? Tal vez en mi delicado estado sentimental habría llegado a imaginarme cosas que no eran.

 

Sacudí ligeramente mi cabeza tratando de apartar esas ideas de mi mente, no quería pensar en cosas así menos después de lo que acababa de pasar; sería lo que tenía que ser, y me limitaría a vivir el momento. Lo que sentía por Lacrimosa era todavía un misterio para mí, aquellos sentimientos hacia el mortífago me habían sorprendido pues no tenía idea de que estaban allí, pero tampoco quería pensar en ello ahora… No quería complicarme, aquel momento era demasiado perfecto como para estropearlo con preocupaciones que ya me atormentarían el resto de la semana.

Editado por Alyssa Black Triviani

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— El tonito, Candela — parecía divertido mientras alzaba la mano a la altura de una oreja. En ella, la varita de Alerce gris se mostró triunfante, y lejos de parecer tan dósil como el brillo de su punta, la intención del mortífago era la de advertencia — yo también me sé algunos truquitos — replicó sonriente — uno de los tantos para lograr que acudas de inmediato.

 

Se atrevió a darle la espalda a la bruja. La vista era tranquilizante por una de las ventanas del vestíbulo, pero igual de oscura que el alma de quien parecía ser un invasor sin vergüenza.

 

— No me conoces bien, eh, Candela ― le recordó en tono de pregunta. Ladeó un poco la cabeza, permitiendo que su máscara se alimentara con las luces de los braceros de las antorchas incendiadas; y que brindaban a la estancia, el éxtasis del sombrío encuentro ― no querrás ser la última en la lista de agraciados.

 

Era eso a lo que se refería, pues un interminable cúmulo de almas se apilaban atravesadas por lenguas de fuego en el centro del infierno. Sin embargo, allí, en el enorme Castillo Triviani, la calma parecía ser el principal foco del Cardenal de la Muerte.

 

— Han cerrado el Mall, Candela. Y a esta hora, El Profeta ya debe haberse encargado de escandalizar a Inglaterra ― prosiguió, atravesando los cristales de la ventana con su mirada dorada y reluciente. El marco del jardín parecía atraerlo más que el rostro de su ex compañera ― nos hemos quedado sin trabajo.

 

El tono en su voz áspera era divertido. ¿Quién estaría tan tranquilo al quedarse sin trabajo? La oclumancia activa atesoraba los pensamientos del mortífago, por lo que Candela Triviani no podría saber la respuesta a esta pregunta escudriñando en sus pensamientos.

 

— Vengo a introducirme en el negociado de la Triviani ― no iba a poder ver el gesto de sorpresa en el rostro de Candela. Seguía mirando cómo la noche daba ese cruel abrazo al pueblo mágico, sin que éste emitiera su oposición al respecto. Era una invasión absoluta a Ottery St. Catchpole, mucho más que la de Patrick Colt a la residencia de la gitana ― y no intentes fingir. Ya es un escándalo internacional en el mercado negro, que en Inglaterra tienen secuestrado al Ministro Ruso. Rusia, Candela. Rusia.

 

Le recalcó a la mujer, como si con el nombre de ese país pudiera martillarle la idea en su cabeza sobre el problema en el que estaba involucrada. Rusia no solo era una potencia mundial en artes de guerra, sino que era también uno de los países con el sistema de magia oscura más desarrollada.

 

— Rusia — se devolvió a la Triviani, revelándole su mirada color oro por si tenía alguna duda de que era Patrick Colt quien le hablaba.

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— ¿Es que tienes una lista? —preguntó con tono incrédulo— Si no te conozco bien es porque no me interesa en lo más mínimo, querido —apoyó su peso sobre un pie y se cruzó de brazos— No sé qué es lo que te hace pensar que puedes manipularme con simples frases hechas...

 

Candela entrecerró los ojos y lo miró con sospecha. Las mismas preguntas acudieron a su mente, ¿qué quería con ella? ¿Acaso tenía noción de sus movimientos? Reaccionó apenas cuando él le informó sobre la noticia publicada en El Profeta, ¿qué le importaba a ella?

 

El Magic Mall cerrado sólo podía significar una pequeña pérdida para los negocios familiares, ya no contarían con los archivos de importación y exportación con el extranjero, pero su tiempo dentro de la tienda le había servido para hacerse copias de ellos. Con el congelamiento de las ventas directas con el Mall, los comercios menores tendrían muchas más oportunidades para acrecentar sus ganancias.

 

Oh, sí. Una pequeña pérdida de información que lleva sus grandes ganancias monetarias. Y más aún, cuando el proyecto Triviani ya estaba en marcha.

 

— Vengo a introducirme en el negociado de la Triviani —soltó de repente el intruso.

 

La matriarca aflojó el cruce de sus brazos y respiró hondo. Al cabo de un segundo soltó una carcajada tal, que posiblemente el resto del castillo la hubiese escuchado.

 

— ¿Tú?¿En el negocio Triviani? —otra carcajada— ¿Y qué, tienes un curriculum para presentar? —su risa cantarina hizo estremecer al elfo que, con sigilo, se había presentado en el vestíbulo.

 

Chuck estaba a punto de emitir sonido, cuando Patrick no se dio por enterado de la interrupción y continuó con la charla.

 

— Rusia. Patrick. Rusia. —repitió la gitana— Según más lo dices, menos interés tengo en saber a lo que te refieres —declaró.

 

Candela clavó su mirada mercurio en el elfo y le guiñó un ojo. Éste desapareció del lugar, probablemente entendiendo que no era un buen momento para molestar a su ama.

 

El tramiterío por la apertura del Casino "Apocalipsis" había dado comienzo, la única opción que tenía era salirse por la tangente.

 

— ¿Y qué tipo de trabajo es el que buscas? —preguntó a fin de continuar con la entrevista— Te puedo ofrecer la mesa de apuestas, aunque claro, tendré que presentarte como candidato ante el resto de cabezas. ¿Qué te parece?

 

Ella sabía que aquella burla estaba yendo demasiado lejos, pero ¿qué podía hacer? No estaba en su naturaleza soltar la cadena y aflojar su postura. Y mucho menos ante él.

 

— Ve con cuidado, Patrick —el volumen y tono de su voz había cambiado por completo— Tu reputación es muy buena para tu imagen, pero necesitas muchos años luz para encarar algo que es mucho más grande que tú... —esbozó una leve sonrisa y sus ojos sombríos se cruzaron con el oro de los de su rival— Dime una cosa, querido, ¿qué te hace suponer que puedes agregarte asi, sin más?

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~ Mosquito ~          Ianello 

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No tuvo otra opción que negar y bajar la mirada. Patrick Colt no estaba acostumbrado a lidiar ese tipo de actitudes infantiles. Sin embargo, Candela se había llevado todos los méritos como para robarle a Patrick Colt la única sonrisa que dedicaba a los incompetentes miembros de la Orden.

 

— Tú, en cambio — dijo mirando hacia el suelo. La mirada color oro que refulgía a través de las rendijas de su máscara, dejaba su rastro de luz por cada ribete plateado de su túnica negra — debes ser la payasa del circo. Bueno, del casino, según entiendo de apuestas y semejanzas.

 

Levantó la cabeza y su primera reacción fue inspirar lo más profundo que podía. Sabía, que en ese lugar las cosas no iban a ser fáciles en el afán por persuadirla.

 

— Tendré que presentarte ante el resto de cabe… —

 

— ¿Dónde está Petrov, Candela? — espetó. La interrupción obligó a que la frase de la gitana quedara varada en el vacío del vestíbulo del Castillo. La presencia del Cardenal de la Muerte era cada vez más evidente, y su cuerpo ahora era acorralado por un celaje de oscuridad que lo enmarcaba — ¿Dónde tienes escondido al Ministro de Rusia?

 

La pregunta casi detuvo el tiempo. El aire, si alguna vez existió, también detuvo su marcha junto a la vida del fuego en las antorchas que dejaron de arder.

 

La barbilla del Nigromante se alzó a la altura de sus hombros, mientras cincelaba con sus lanzas de oro la mirada de la bruja.

 

— Ya no llevas el tatuaje, no te equivoques —

 

— Ve con Cuidado Patrick —siguió la bruja sin importarle la amenaza del Cardenal — ¿Qué te hace pensar que puedes agregarte así, sin más?

 

— Soy el Cardenal de la Muerte, Candela. Deberías saber que lo que quiero lo consigo, a como dé lugar — hizo un siseo enfático en esa última frase. Sonrió, y mostro un giro con su varita de Alerce — Expectro Protego — y muchas bifurcaciones abandonaron la punta del arma mágica, adhiriéndose al suelo para hacer una sola entidad junto a su madera — a como dé lugar — reafirmó con travesura.

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  • 2 semanas más tarde...

Se había marchado. Pestañeé varias veces seguidas, reteniendo en mi garganta aquel doloroso nudo. Preguntar a los Chucks no sirvió de nada, puesto que hacía semanas que nadie lo había visto por el castillo. En el silencio que se extendió por toda la torre pude escuchar mis propios latidos cada vez más pausados y enlentecidos, como un reloj al que las pilas le fallan y cuyas manecillas se van deteniendo progresivamente. Un sonido quebró aquel mutismo, por fin había sido capaz de soltar todo el aire que mis pulmones contenían. Me giré hacia las escaleras y descendí por ellas, mi mano resbalando por el pasamanos como un espectro.

 

¿Por qué? — una voz agrietada que no reconocí como propia se arrastró por el espeso ambiente, titubeando.

 

Como era de esperar, nadie pudo responderme mientras avanzaba penosamente por el castillo en dirección a los jardines. Varios elfos se inclinaron ante mi presencia, con el riguroso saludo que a base de torturas les habíamos obligado a aprender, pero a ninguno de ellos les presté más atención que a una minúscula mota de polvo. Cuando regresara tal vez colgara de las orejas o le rompería la pierna a alguno de aquellos infelices. Me encontraba aturdida, la huida de Apocalipsis me había arrebatado la capacidad para reaccionar a cualquier estímulo. El pánico atenazaba mi garganta. Razonándolo apropiadamente, cualquier persona en mi situación se habría sumido en ese estado de shock. Mi mejor amigo, mi querido compañero, mi mascota, había desaparecido sin dejar rastro, ni un miserable mensaje; había escapado de mi vida sin miramientos, y yo sentía como si me hubieran amputado los dos brazos. Visualizarme a mí misma como una croqueta discapacitada me hundió más el ánimo.

 

Alcé la vista, sorprendida al ver que mis pasos me habían dirigido hasta un apartado rincón de los jardines. Allí los árboles se apartaban, creando una zona despejada a orillas del lago pero aislada del resto del mundo, un lugar al que acudía con frecuencia para pensar o, simplemente, mirar al vacío. En esos instantes ese vacío se encontraba en mi pecho, comprimiéndolo cruelmente. Era Navidad. El asqueroso demonio no había esperado a otras fechas para la atroz separación. Porque no podía tratarse de otra cosa, no era habitual en él desaparecer tanto tiempo, aquella bestia me había abandonado sin mirar atrás. Me hundí en la hierba, sintiendo que la quemazón ascendía hasta desembocar en mis labios, los cuales separé para dejar escapar una exclamación de incredulidad. La furia, sin embargo, consiguió dominarme, como era habitual en mí. La nostalgia y el miedo dejaron paso a una ardiente ira hacia Apocalipsis.

 

J0dido animal, ¿has decidido desaparecer? ¡No vuelvas nuca! — gruñí, aplastando la hierba que tenía a mi alrededor con ambos puños. Hundí los dedos en la tierra, ensañándome para liberar mi dolor —. Si te vuelvo a ver te arrancaré todo el pelo que tienes para vestir a Chuck con él, desgraciado. No te necesito, eres una mascota inútil que sólo daba problemas. Ahora no tendré que gastarme tanto dinero en tu maldita comida, que lo sepas — frenética, comencé a destrozar una margarita que estaba a mi alcance —. Eres feo, ¿quién quiere un conejo rosa? Engendro...

 

Callé, agotada, sabiendo que eran palabras vanas las que salían por mi boca. Quería que mi conejo rosa regresara, quería poder acariciarlo de nuevo, quería... ¿Por qué se había marchado? Los pétalos de margarita volaron de mis dedos, arrastrados por el viento. Sintiendo cada parte de mi cuerpo como si pesara una tonelada, me incliné hacia atrás y apoyé la espalda en la hierba cubriendo el rostro con el brazo izquierdo. Pasaron las horas sin que yo fuera consciente, sin que mi cuerpo cambiara de postura. Reflexionaba, histérica. Tal vez no se había marchado. Tal vez había tenido un accidente, por improbable que eso fuera. Tal vez regresaría. Tal vez era sólo una tomadura de pelo. El 28 de Diciembre era el día de los inocentes y Apocalipsis había decidido gastarme una pesada broma, despareciendo durante dos semanas. Mis labios temblaron al pensar en esa esperanzadora posibilidad. Tal vez...

 

Un cosquilleo en la oreja derecha me estremeció. Retiré el brazo que cubría mis ojos y giré la cabeza. Un conejo rosa de ojos asquerosamente verdes estaba a menos de cinco centímetros de distancia, su tenue respiración pulsando contra mi mejilla. Mantenía una postura regia, o al menos la más elegante que le permitía su rechoncho cuerpo. En la mirada del bicho se podía apreciar un mensaje claro de irritación y reproche dirigido hacia mí, el que me solía reservar mi madre cuando de pequeña me escondía bajo la mesa y ella tardaba varias horas en encontrarme. Como un resorte, me incorporé instantáneamente.

 

¿Qué...? ¿Dónde estabas? ¿Por qué te has marchado? ¡Creía que me habías abandonado, rata rosa, y he pasado un día horrible por tu culpa! — me ahogué atropellada por mis propias palabras. Tomé un poco de aire para continuar —. Llevabas semanas desaparecido, la cesta donde duermes ya no estaba en su sitio y no has dejado ningún mensaje. Quiero una explicación. No te estará alimentando otra persona a mis espaldas, ¿verdad? — aquella posibilidad me hizo hervir de celos —. Si pillo al condenado que te está dando comida, le dejaré estéril para el resto de su vida — la amenaza, dicha entre dientes, era mortalmente seria —. Más te vale darme una explicación convincente, porque si no me gusta no vas a poder entrar en mis aposentos por los próximos cuatro milenios. Dormirás en el salón, alimaña desconsiderada — crucé los brazos para enfatizar mi postura.

 

Apocalipsis me había contemplado durante mi monólogo con expresión ausente, como si realmente no le importaran mis palabras más que la reproducción de las orugas. Aquello consiguió indignarme más, y lo habría abandonado allí si de repente no se hubiera desplazado hasta un rincón de penumbra bajo varios sauces. Con torpes saltos me dirigió hasta la base del tronco de uno de aquellos gigantescos árboles. Los cuerpos de una familia de pollos yacían entre las retorcidas raíces que sobresalían de la tierra. No había signos de violencia, tan sólo la huella de un par de colmillos en sus cuellos. Pude acertar a ver que eran raza Cornish, de mis preferidos, una variante que estaría exquisita con un poco de arroz y especias. Un brillo intenso y hambriento resplandeció en mis ojos.

 

Oh, ¿son para mí? ¿Un regalo de Navidad? — sorprendida y complacida al mismo tiempo, le dirigí una rápida mirada a mi mascota. El animal agitó la cabeza asintiendo, mostró sus incisivos en lo que yo entendí como una sonrisa —. Gracias — enrojecí hasta la punta del cabello, comprendiendo que mi arranque de histeria había sido completamente infundado. Apocalipsis jamás me abandonaría —. Perdón por... tú sabes... — cohibida, me senté junto a él en silencio. Era vergonzoso haberme comportado como una niña pequeña, desvariando y exagerando la situación —. De verdad creía que me habías abandonado. Quizás he sido un poco dramática. Es culpa de las hormonas, sabes que me afectan demasiado. Necesito una dosis de chocolate para recuperar la cordura — le confié en un susurro.

 

El conejo rosa simplemente apoyó sus patas delanteras en mi regazo y se impulsó para caer sobre mis piernas, una gigantesca bola de pelo colorido que se retorció hasta encontrar la posición más cómoda en la que dormir. Mis dedos acariciaron su lomo, perdiéndose entre la algodonosa piel. Puesto que llevaba semanas sin poder tocarlo, disfruté de la sensación mientras el conejo se hacía un ovillo hasta caer en un profundo sueño. Era relajante realizar aquel movimiento rítmico con las manos, y nos mantuvimos en silencio durante varios minutos.

 

Feliz Navidad, Apocalipsis. Perdón por no regalarte nada — me disculpé —. Supongo que con todo lo que ha sucedido en estas fechas estaba un poco distraída. Siento haberte gritado así — otra caricia, ésta vez más pausada —. Te lo compensaré debidamente. Puedo comprarte un pony para la cena. O llevarte a patinar sobre el hielo del lago como el año pasado, aunque no sé si esta vez podremos estar desnudos — fruncí el ceño —, hace mucho más frío y no quiero perder la sensibilidad en ciertas partes de mi cuerpo. También podríamos buscar a Sinh — una malvada carcajada se escapó —, esa petulante gata probablemente no aguantaría un baño en las aguas heladas del lago. Haremos un agujero, la meteremos ahí y luego lo taparemos para que no pueda respirar hasta que el hielo de la superficie de derrita en primavera — una de las orejas de mi mascota se agitó mostrando su conformidad con aquella idea —. Solo tendríamos que vigilar a Danyellus para que no nos vea. Aunque seguramente algún asqueroso Chuck se lo contará — bufé —. Bueno, tal vez deberíamos ir al castillo para que los elfos nos cocinen esos maravillosos pollos.

 

Sin embargo, ninguno de los dos nos movimos. Los minutos se sucedieron uno detrás de otro y tanto Apocalipsis como yo continuamos en la misma posición hasta que nuestras cabezas se inclinaron suavemente hacia delante, ambos completamente dormidos. Mi mano permaneció curvada sobre el conejo, como si no quisiera que se escapara de nuevo.

Editado por Aland Black Triviani

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El año estaba a punto de llegar a su fin cuando un desaparecido Triviani hacía acto de presencia en los jardines del Castillo, después de muchos meses ausentes en quién sabe dónde. Aquella familia me había olvidado casi tanto como yo a ella, pero lo que sí que no se había alcanzado a desvanecer de mi memoria eran los recuerdos que me ataban a todos ellos. En mayor o menor medida, le debía mucho a aquella banda de magos locos y perturbados.

 

Miré con rostro sereno los muros que se alzaban ante mí y comencé a rodearlos, como si fuera la primera vez que me encontraba allí y quisiese estudiar cada detalle de su elegante estructura, en busca de algo que ni sabía qué era. Caminaba entonces con paso lento al recordar a mi tía Alyssa, la que tanto me había enseñado y a la que hacía tanto tiempo que no veía, casi tanto como para que su imagen comenzase a emborronarse en lo más profundo del recuerdo.

 

Una imagen que tanto se asemejaba a la de su hermana Aland, mi madre adoptiva. ¿Qué estaría haciendo en aquel instante? Cualquier cosa. No era la primera vez que la sorprendían llevando a cabo uno de sus múltiples locuras, superando el límite de su demencia con cada uno de sus impulsos que tanto daban que hablar.

 

Quizás esté en sus aposentos, bebiendo jabón hasta emborracharse – murmuré para mí, incapaz de borrar aquella escena de mi mente. Lo peor de la misma es que era algo totalmente factible –. Cualquier absurdo.

 

Continué caminando por aquellos jardines que se abrían delante de mí, contemplando un atardecer que anunciaba ya la decadencia de uno de los últimos días de diciembre. El frío que me rodeaba provocaba el abandono total del lugar por parte de los Triviani, tapizado al completo con el húmedo rocío del invierno. Llevaba conmigo mi varita, aunque todo parecía indicar que en aquella ocasión no tendría que llegar a utilizarla.

 

Entonces vi una figura a lo lejos, tumbada contra un árbol mientras sostenía algo en su regazo. Sus cabellos de fuego ardían ya desde la lejanía, y a medida que me iba acercando con curiosidad alcancé a reconocer a la bruja, acompañada de un horrendo conejo rosa que a saber por qué clase de torturas había pasado para llegar vivo a aquel día. Era Aland.

 

Una vez la tuve al lado la golpeé suavemente con la punta del pie, zarandeándola con él para hacer que se levantase de su sueño. El animal lo hizo antes que ella, y tan pronto abrió los ojos y me vio delante de su dueña comenzó a soltar unos patéticos chillidos que rápidamente se silenciaron una vez lo fulminé con la mirada. Era horrible escuchar aquellos alaridos, más propios de una rata que de él.

 

Mi madre se levantó entonces con un largo bostezo, más por culpa del estruendo provocado por el conejo que por mis sacudidas.

 

Mira quién ha regresado a casa por Navidad – le dije, ocultando la varita.

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Algo entorpeció la fluidez de mi sueño, una especie de quejido. Era como una puerta chirriante. Una puerta chirriante que se removía entre mis piernas, para ser exacta. Resoplé al tiempo que un bostezo convertía mi cara en una mueca, resultando en un sonido animal bastante extraño. Poco a poco fui comprendiendo qué era lo que me rodeaba, y que la puerta chirriante no era otro que Apocalipsis. Sin embargo, mis ojos se alzaron un tanto para clavarse en la figura que cubría el poco sol que quedaba. Un nuevo bufido surgió de mi nariz.

 

Alexander — la voz arrastrada era más consecuencia del sueño que de la ironía que suponía ver a aquel mago en los terrenos Triviani —. Tendré que tatuarme vuestros nombres en mi brazo para acordarme de felicitaros a todos en Navidad — me puse en pie fatigosamente, ciertas partes de mi cuerpo seguían aún dormidas —. Me alegro de verte.

 

Bostecé de nuevo, estropeando mi única frase mínimamente maternal. Apocalipsis retozaba a mis pies, frotando su lomo contra la hierba creyendo que era una especie de perro. Lo pateé suavemente para que dejara de ridiculizar a su raza y a continuación me centré en mi hijo adoptivo. Cambié el peso de pierna unas cuantas veces antes de aproximarme a él y darle un abrazo, en el que ambos nos mantuvimos estáticos como si nos diera miedo movernos más de lo exigido. Era tan incómodo y extraño... Candela hacía años que había aprendido a no esperar nada de mí como madre, pero era Navidad y Alexander raramente se dejaba caer por el castillo. Aquel gesto me costaría varias horas de escalofríos espeluznantes, pero al menos demostraría al Malfoy que en ocasiones me preocupaba por él.

 

Apestas a lobo — arrugué la nariz mientras me apartaba del rubio —. ¿Qué te ha poseído para que vengas a la Triviani? ¿Tanto echabas de menos mi figura maternal? — alcé las cejas en aquel gesto tan típico en mí.

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En parte aquella escena era cómica para alguien que conociese lo suficiente a Aland. ¿Qué hacía la respetable a la par de demencial bruja abrazando a su hijo? Parecía más obligada a demostrar su cariño de alguna forma a que aquel fuese un gesto sincero por su parte, rodeándome con sus brazos pero manteniendo cierta distancia entre su cuerpo y el mío, como si repudiase toda clase de contacto humano.

 

Una vez nos separamos, comprobé que el est****o conejo rosa continuaba retozando en la hierba, persiguiendo quién sabe lo qué hasta separarse de nosotros a unos pasos de distancia. Me miró con aquellos espeluznantes ojos verdes, olfateando lo que se hallaba delante de él, clavándolos en mí a medida que caminaba lentamente hasta golpearse con el tronco de un árbol que no esperaba encontrar en mitad de su camino.

 

Apesto a lo que soy, Aland – dije tajantemente, respondiendo a lo que me había dicho. No tenía la costumbre de llamarla mamá, ni madre. Quizás fuese porque se trataba de mi madre adoptiva y algo en mí me decía que nunca compartiría lazos de sangre con ella, pero aquello no significaba que no nos uniese cierto cariño que cualquiera al vernos diría que no existía –. Quizás te agrade más el olor a pollos muertos.

 

Miré a sus espaldas, observando el rastro de aquellos animales sin vida, esparcidos alrededor de un árbol que crecía imponente justo a nuestro lado.

 

Podría decir que echaba más de menos a tu adorable mascota que a ti, pero sí, supongo que no vendría por aquí si tú no estuvieras. ¿Qué haría yo sin mi querida madre? – afirmé, cruzando los brazos a medida que una sonrisa sarcástica se iba dibujando en mi rostro –. O mejor dicho, qué haría ella sin mí. ¿Qué tal está la tía Alyssa?

 

Tenía varias preguntas en mi cabeza, cuestiones creadas por mera curiosidad, pero todo podría esperar. Había mucho tiempo por delante y una larga noche nos esperaba, ahora que el día comenzaba a oscurecer. ¿Quizás hoy era el turno de la luna llena? En tal caso, habría sido una imprudencia por mi parte haber acudido allí sin ingerir una poción matalobos.

 

En realidad... – susurré, enfocando la mirada y frunciendo el ceño. Ahora mi semblante se tornaba serio, quizás demasiado –. He venido a pedirte un favor.

Editado por Alexander Malfoy

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