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.: Castillo Triviani :.


Mentita
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… tic…

 

Escuchó la primera gota morir contra el césped a varias pulgadas de su rostro.

 

…tic…

 

Pereció otra unos centímetros más cerca al cabo de varios minutos. Yadiz seguía inmóvil, tendida en el suelo con los ojos cerrados. Comenzaba a cobrar la conciencia después de tanto tiempo fuera de sí. Sus húmedas pestañas temblaban, intentando separarse para abrir paso a aquellos enormes ojos tornasolados. Y allí estaban, rojizos y adoloridos mirando el ocaso.

 

…tic… tac… drip…

 

Cayó una helada gota cristalina sobre su rostro. Su pálida piel, hasta entonces petrificada, reaccionó instintiva recobrando algo de movimiento. No recordaba qué hacía allí ni cómo llegó. No estaba segura siquiera de quien era en sí misma. Sus recuerdos eran una nube grisácea donde apenas y le parecía conocido uno que otro rostro. Permanecía tirada, sin lograr mover sus extremidades.

 

…tac… tic… drip… tic.. drip… tac…

 

Se escuchaban las gotas cayendo con más asiduidad. Algo en su pecho le urgía, unas ansias repentinas por estar lejos de ese bosque. El celaje de una butaca cálida frente a una chimenea la llamaba. Veía varios rostros extraños que le evocaban un sentimiento dulzón. Con calma esperó unas horas hasta recobrar sus sentidos. Finalmente, aunque algo aturdida todavía, respondiendo al apretón en su pecho, desapareció…

 

*************

 

Allí estaba, frente a las puertas del castillo… y entonces recordó ese sentimiento. No sabía que castillo era, pero estaba segura que alguna vez fue su hogar. Claro que ahora todo era muy distinto… Estaba segura de que hacían años que no se presentaba y poco sabía en qué términos concluyó su estadía en aquel lugar.

 

Se armó de valor y tiró del pestillo. Después de todo, ¿qué sería lo peor que podría pasar? Apenas hace unas horas regresó de lo que, estaba segura, había sido su muerte. No tenía idea de lo que ocurrió en el sitio donde despertó, pero una pizca en su interior había nacido al mismo tiempo que algo muy grande se desvaneció. Era otra…

 

Observaba confundida la monumental habitación mientras venían a su mente imágenes… Imágenes que concordaban con las fotos y cuadros que se asomaban a verla. Entonces notó que la necesidad que la atrajo al fortín se desvanecía por completo. Ese sentimiento dulzón que le provocaban los rostros familiares fue reemplazado por un hueco oscuro, por una insensibilidad profunda.

 

Miró a todos lados del vestíbulo, habitado únicamente por varias figuras que no distinguía a lo lejos, y decidió partir. Después de todo ya había saciado sus ansias de pasar por aquel lugar. Sabía que no tenía caso esperar… ¿o si? Daba igual su presencia o ausencia. Nadie la reconocería ahora que ni ella sabía quien era. ¿Qué esperaba encontrar? Más bien, ¿a quién esperaba encontrar?

 

Sabía que después de levantarse en medio de aquel bosque no podría quedarse. Tenía que reencontrarse, recordar que ocurrió y conocerse de nuevo. Aquel castillo era su pasado perpetuo, lo presentía, no lo podrían remover. Pero lo que ocurrió en aquel monte se había llevado parte de sí. Por alguna razón sintió la necesidad de regresar al castillo, pero sabía que no podría quedarse para siempre. Sus segundos allí estaban contados.

 

Acomodó su calado atuendo y caminó a la salida. Cerca de la puerta principal Yadiz volteó hacia el imponente escudo de la familia y rosó el fino repujado con sus dedos. -Triviani...- recordó... Se encendía una fina llama de añoro y amor por aquel emblema; por aquella familia que escasamente recordaba. Podía no ser parte de la familia más, pero una parte de ella viviría siempre en aquel fortín... Y mientras retomaba camino susurraba lánguidamente:

 

-Aquí estuve… Volveré…-

Los muertos resucitan // Mi mami mía de mí me viste (?) xD // Porque hierba mala nunca muere! :perv:

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  • 3 semanas más tarde...

Hera ~ Elfina del Castillo D'Aubigne

 

Ella lo sabía, todos lo sabían; Hera era la elfina más holgazana de la familia D'Aubigne. Aquel día —después de los regaños de su ama— se trasladó hasta ls terrenos del Castillo Triviani. No quería estar ahí y deseaba regresar a su hogar para echarse una siesta bajo los árboles, pero si hacía eso seguro se llevaba unos buenos azotes. Tembló ante el pensamiento.

 

La pequeña se encaminó por medio del jardín, mientras cazaba algunos insectos que iba viendo, demorando aún más la entrega. Finalmente se aproximó a la entrada y alzó su diminuta mano, pero se detuvo. Se quedó pensativa algunos segundos y sacó el pergamino de entre sus ropajes. Hizo un hechizo simple y lo dejó levitando frente a la puerta.

 

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Hora de regresar.

 

Tocó con algo de torpeza la puerta, y luego chasqueó sus dedos para desaparecer hacia la próxima familia.

Ivashkov
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Aysha S. Potter Black Triviani

 

Con un suspiro de alivio aparecí al frente del castillo Triviani en donde se encontraba o debía de encontrarse mi familia la cual debía de recordarme un poco, no pedía mucho solo que me reconocieran era de verdad una esperanza muy elevada. Así que sin mas camine dando pasos firmes con mi botas adquiridas en la tienda mas famosa de NY las cuales me habían costado un dineral pero no importaba, Era mi belleza la que estaba en juego.

 

Al ver la puerta del castillo me encontré una invitación colocada allí para una fiesta de mascaras, con una sonrisa la tome y entre al hogar.

 

--Hogar, dulce hogar... ¿Hola?--

 

Diciendo estas palabras deje la invitación en la mesita del recibidor para poder adentrarme mucho mas en la casa y así poder ver quien estaba o quien no, pero como siempre pudo mas el placer de recostarme en mi habitación y darme un baño con agua caliente y mis sales aromáticas que el estar buscando por todos lados a mis familiares en especial a mi tía y primo ya que mi mismo padre ni sabía donde se encontraba desde hacía mucho tiempo atrás.

 

Subiendo a mi recamara encontré que todo estaba como lo había dejado anteriormente así que suspirando de alivio llegue a mi habitación y comencé a darme mi baño espectacular cuando de pronto sentí el frío de mi fantasma.

 

--Alma apareces... Pensé que te habías ido... Siento mucho mi partida nunca pensé que debía durar tanto...--

 

Con una sonrisa seguí escuchando las historias de Alma mi fantasma las cuales eran mas descabelladas que centradas, así que lista ya me arregle el cabello, me coloque un vestido ligero y baje a la cocina para ver si se encontraba alguien familiar para poder decir que ya había regresado.

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  • 1 mes más tarde...

Candela Triviani —vástago orgullo de su propia madre, Aland Black Triviani— se instaló, una vez más, en sus aposentos del castillo de mismo apellido, del cual era también matriarca. Luego del inicio de guerra, que ella misma había creado en conjunto con su primo y ex seudo-amor incestuoso, desapareció de Ottery sin dejar un mísero rastro. Su empleo en el Concilio de Mercaderes había estado, por demás, descuidado por su parte —pues tal parece que en el lugar donde se refugiaba no existían las lechuzas mensajeras, y si existían ella las ignoraba olímpicamente— al punto de haber creído que era ya una mantenida más dentro de la prole que tan arrogante carácter ostentaba. Sin embargo, y pese a haber intentado por todos los medios que la echaran, aún continuaba siendo la encargada de una de las plantas de la famosa tienda del mundo mágico.

 

La gitana visitó los jardines de su hogar con notable añoranza, se detuvo cerca de la fuente de aguas negras por donde Apocalipsis —un conejo de color rosa que pertenecía a su madre— solía pasear, y que se encontraba desierta; a la bruja casi le parecía escuchar la súplica por nuevas víctimas. Levantó su varita y, acompañada por una imperceptible sonrisa, agitó el agua rebasándola hasta salpicar gotas a sus pies. Retrocedió instintivamente y se dirigió a las mazmorras en donde tenía un rehén, quizás, mucho más apetecible y de bolsillo evidentemente más gordo que el anterior. A su espalda, almas ahogadas mostraban su enojo expulsando del agua pequeños pececillos muertos y podridos.

 

El crepitar de las llamas en la chimenea captó su atención por unos instantes, cerró la puerta de metal con fuerza y anduvo hasta la luz que emanaba del fuego.

 

— Espero que se esté sintiendo cómodo, señor Ministro —siseó de forma provocativa.

 

El secuestrado estaba suspendido a la altura del pecho de la bruja, lo cual indicaba que estaba a poca distancia del suelo dada la pequeña estatura de la joven. En el demacrado rostro del hombre se podían visualizar las marcas de los azotes recibidos. ¿De quién se trataba? Era de frente ancha, nariz aguileña y tenía el aspecto de un cincuentón. La mitad de la cabeza había quedado calva con el paso de los años y, aunque era de complexión robusta e imponía cierto respeto, de aquel mago al que todos los “irrespetuosos de la ley” temían, quedaba muy poco; Candela se había encargado de reducirlo a una sombra, menos que nada, un recuerdo en la frágil memoria de quien se dedica al mismo oficio que ella y su familia.

 

— Darán… —intentó balbucear el Ministro —Darán conmigo, esto no qued…

 

— Sí. No digo que no —lo interrumpió—, tarde o temprano lo encontrarán.

 

La habitación constaba de cuatro paredes muy bien fortalecidas, de las que colgaban retratos vacíos, pinturas abstractas. Parecía ser una réplica perfecta de su dormitorio en el Castillo Ryddleturn: sobrio, seco; en el lugar de la cama se encontraba una gran mesa redonda de madera maciza en donde se había tallado el árbol familiar, del cual se iban agregando y borrando nombres conforme pasaba el tiempo. Del techo colgaba un candelabro de una edad antiquísima, y alrededor de él, miles de cadenas de plata se enredaban entre sí, sosteniendo cráneos con una variedad de tamaños. Algunas cadenas se habían enrollado en la cintura, brazos, manos y pies del hombre, de manera que lo mantuviesen en el aire.

 

— Lo prometes —musitó con marcado acento extranjero.

 

— Oh si —afirmó la Triviani—. De usted depende cómo lo encuentren. Entero… O por pedazos. —sugirió mientras observaba el fuego.

 

La luz se reflejó en sus ojos, uno de color gris y el otro que estaba convirtiéndose en azul debido a un misterio científico que los médicos muggles llamaban “mosaico genético”, y sonrió al volverse hacia su interlocutor. De la boca del mago corría un hilillo de sangre, tosió y murmuró unas cuantas palabras ininteligibles.

 

El aviso ya había sido emitido, la zíngara se había encargado de ello enviando mensajes al resto de las matriarcas y patriarca, y únicamente esperaba su aparición. Las cartas contenían lo siguiente:

 

A su madre —

 

S.O.S Apocalipsis esta herido. Mazmorras del castillo.

 

A Alyssa —

 

Debes estar deseando venganza por los sucesos de la última vez que nos vimos. Estoy pintando mis uñas y haciéndome un baño de crema en las mazmorras del castillo, por si te interesa descargar un poco de ira. Hagamos terapia.

 

A Danyellus —

 

En casa. Visito el lugar en donde estuviste preso, tengo unas cuantas preguntas para ti. Espero a que cumplas tu palabra.

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~ Mosquito ~          Ianello 

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El verano llegaba lentamente a su fin, el sol aún brillaba con fuerza caldeando el aire y dejando por las noches una cálida brisa que acariciaba la tupida copa de los árboles. Con el otoño tocando las puertas estos últimos comenzaban a desnudarse lentamente, exponiendo la esquelética figura de sus troncos que añadían al paisaje un tinte funesto. En Inglaterra el verano era como una eterna primavera, un placer sin igual, pero ella pasaba dichos meses en su país natal (Italia) donde el calor húmedo y abrazador tornaban aquella estación en una densa tortura; tal vez era por esta misma razón que lo que parecía ser un triste panorama para la Black era más bien la más hermosa vista que podía apreciar. No había sensación como la de estar en casa, se tomó su tiempo allí en los jardines paseando entre sus rosedales y los robles con una ligera sonrisa en los labios, dejo que el suave viento acariciara su rostro mientras que su cuerpo se relajaba de manera autómata con solo escuchar el lejano oleaje del lago.

 

- Señora… - llamó el elfo – Tengo un mensaje para usted de su sobrina, me ordenó que fuera entregado con urgencia.

 

La criatura permanecía inclinada en una reverencia con sus ojos clavados en el suelo, su brazo extendido ofrecía a su ama un simple royo de pergamino. Respiró hondo una vez más antes de abrir los ojos y depositarlos en el mensajero, con un suspiro se acercó y tomó la nota dándole una rápida lectura, aquel sereno semblante se convirtió precipitadamente en una tensa mascara donde la fina línea de sus labios iba a juego con los pliegues que se formaron en su frente. Estrujó el papel y lo evaporó con una efímera llamarada que combustionó en su mano, sus penetrantes zafiros se encontraban ahora fijos en la inmensa silueta del castillo que se recortaba contra el firmamento y así comenzó su rápido ascenso hasta la entrada del mismo. El edificio la recibió con el eco de cada uno de sus movimientos y el pacifico silencio que predominaba en un lugar que como aquel se encontraba parcialmente deshabitado, como todas las veces la nostalgia por las viejas épocas apretó ligeramente el nudo en su pecho, pero ni siquiera aquello la distrajo de su determinante resolución ni la desviaron de su ruta hacia las mazmorras.

 

- Fue notable tu valor al momento de aceptar tu propia sentencia… - siseó la Matriarca Triviani al llegar al estrecho calabozo donde la esperaba su sobrina – Trataré de tenerlo en cuenta a la hora de aplicar tu castigo.

 

Una cruel sonrisa transformó la expresión en su rostro, sus ojos se encontraban ceñidos a la imagen de la menuda bruja que le devolvía el gesto desde el otro extremo de la habitación pero cuya atención parecía estar más enfocada en el desmadejado cuerpo de un hombre que en aquel momento le lanzaba a la joven Black una desesperada mirada de auxilio. No era mucha la ayuda que conseguiría por su parte, Alyssa a duras penas si notaba su presencia, era una actividad sumamente cotidiana en aquel castillo mantener rehenes en las mazmorras dada la profesión de la familia; no, lo que a ella más le interesaba era poder cobrar por fin la venganza que tanto había esperado.

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Los restos del papel que sostenía entre mis dedos se volatilizaron debido al calor que emanaba de mi piel. Había convertido el pergamino en cenizas negruzcas que desaparecieron en el oscuro suelo de la habitación, sujetas al capricho de las corrientes de aire. Soplé los últimos vestigios de la misiva de mis yemas, con la tranquilidad y parsimonia con la que un capullo florece en primavera. Pero pese a mi rictus inexpresivo y el acerado brillo de mis ojos plateados, por dentro sentía surgir una vorágine de sentimientos encontrados. Un sonido estrangulado ascendió por mi garganta hasta brotar como un sencillo gruñido, expresión de la inquietud que hervía en mí. El sencillo mensaje de mi hija, si hubiera sido cierto, me habría helado de preocupación, pero…

 

Tú estás aquí, pequeña bestia — su pelaje rosa absorbió mi caricia y sus pintorescos ojos siguieron el movimiento de mi cuerpo. Apocalipsis era demasiado inteligente, demasiado perspicaz, una aberración de la naturaleza que por designios del destino había decidido que yo fuera su compañera. Y no le importaba ni lo más mínimo lo que estuviera cruzando en ese instante por mi cabeza —. Eso quiere decir que está tramando algo. Me necesita para alguna maldita cosa y no es capaz de pedírmelo directamente — el movimiento fue tan irracional y brusco que me sorprendí a mí misma por la rabia descargada en aquel golpe contra la mesa.

 

El tablero había quedado reducido a cuatro trozos disparejos y astillados. Poco se podría recuperar del escritorio, y sabía que Chuck se lamentaría por la pérdida de otro objeto de gran valor. "Era madera de teca oscura, un lujo", diría entre sollozos. Cerré los párpados y fruncí los labios, un dolor agudo latiendo de nuevo detrás de mis globos oculares me estaba dificultando la tarea de pensar con claridad. Mi voluble temperamento se veía crispado siempre que aquella ladronzuela de ojos grises regresaba esporádicamente. Me desquiciaba. Como un gato frente a un baño de agua.

 

No tengo más opción que ir, ¿verdad? — era bastante patético buscar orientación maternal en un conejo rosa, pero pocas personas en el mundo podrían desempeñar el rol de madre de manera tan desastrosa como yo. Era una espina clavada en mi conciencia que tardaría muchos años en salir. Por el momento sólo podía seguir el juego que Candela se traía entre manos.

 

Salí de la torre a donde habían sido retirados mis dominios en el Castillo Triviani, un aislamiento que tenía más por objetivo mantener segura a la familia que ofrecerme paz y tranquilidad. Descendiendo por las marmóreas escalinatas, las decenas de escalones me parecieron millares, como si un truco de magia consiguiera que me mantuviera siempre lejos del final para nunca llegar a mi destino. Quizás fuera el intenso dolor de cabeza que me acechaba como un ave rapaz, o simplemente era una manifestación del poco valor que tenía para enfrentarme a mi hija. Su distanciamiento, su radical cambio, sólo conseguían enfurecerme. Pese a los años vividos, Aland Black Triviani seguiría teniendo el alma de una cría de seis años.

 

Mi paso aminoró a medida que me aproximaba a las pesadas puertas de madera. No había necesidad de atravesar la entrada a la mazmorra para saber a qué tendría que enfrentarme. En la Triviani, especialmente entre los cuatro miembros más notorios de la familia, teníamos la peculiar cualidad de percibir la presencia de los demás a un nivel extremadamente molesto. La sangre tenía demasiado peso en nuestras vidas. Y por ello, mucho antes de recibir la insidiosa carta, había sido consciente de la llegada de Candela y de que Alyssa había ido a su encuentro, probablemente no con la mejor de las intenciones. La salamandra que me cruzaba el mentón había parecido un hierro candente lacerando la piel de mi rostro, una silenciosa alerta de que se avecinaba otro problemático episodio. Los Triviani bien podrían presumir de ser los más problemáticos e irreverentes de todo Ottery.

 

¿Qué elucubra tu maquiavélica cabeza, Candela? Estoy segura de que falta un miembro más en esta bonita reunión, y que nos traes más problemas de los que mi delicada — tosí levemente, mis labios rizados en una peculiar mueca — constitución puede soportar — la Zíngara era una taimada alimaña, y quién mejor que su madre para ser testigo de ello —. Explica a qué viene tanto teatro antes de que te arranque los pelos por haberme enviado una nota falsa sobre Apocalipsis — chasqueé la lengua, impaciente, al tiempo que mis mercúreos iris se clavaban sobre Alyssa como una amenaza. Si quería arrancarle la piel a Candela para su nuevo abrigo, tendría que esperar a que yo estuviera fuera de escena.

Editado por Aland Black Triviani

Matriarca Triviani |http://i.imgur.com/YhxI8.gif| Familia Black
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~ Arpía | GrammarNazi | AntMan ~

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Un suave remolino de viento agitó las casi desnudas ramas de los árboles que habitaban el bosquecillo de los terrenos Triviani antes de que una tromba oscura pasara por encima de las copas deshaciendo la paz del paisaje; una tromba que siguió su camino, sin inmutarse, hasta planear sobre el castillo y tomar forma humana en la azotea de una de las torres principales. En cuanto sus pies tocaron el suelo de piedra, el viento agitó los platinados cabellos de Danyellus y él, con gesto plácido, abrió los ojos a Ottery St. Catchpole.

 

Otoño era su estación favorita del año junto al Invierno. La vista era maravillosa; una colección de rojos, ocres y dorados contra el cielo naranja del atardecer y, aunque el olor de las hojas pudriéndose podía llegar hacer algo molesto conforme la estación avanzaba, no fue aquello lo que lo hizo mudar de expresión hacia una mueca molesta. En su rostro aquellos cambios eran casi imperceptibles; una pequeña arruga en medio de la frente, un minúsc.ulo fruncir de labios y una ceja ligeramente levantada, pero allí estaban. La pequeña salamandra en su cuello pulsaba débilmente contra su piel y quemaba un poco y aquello, junto a la percepción de su familia unos pisos más abajo eran la razón de su inquietud. De inmediato empezó a descender escalones.

 

El demonio había recibido la carta de Candela estando muchos kilómetros al norte de Escocia, de parte de un tembloroso elfo que ahora yacía muerto en un pequeño islote donde, esperaba, los muggles no dieran con él. De lo contrario le traería problemas. La primera reacción del Triviani había sido matar al elfo y reducir la carta a cenizas. No iba a ir a una reunión convocada por su desequilibrada primita pero tras pensarlo unos minutos había decidido acudir. Después de todo, la cicatriz hecha con aquella daga maldita no había desaparecido y una pequeña venganza no le vendría mal.

 

Conforme descendía hacia las profundidades del castillo su gata apareció cerca a sus tobillos, remoloneando y bufando con reproche por haberla dejado allí así que tras saludarla cariñosamente, él continuó con su camino. El tatuaje lo incordiaba a cada paso un poco más y cuando llegó a las mazmorras casi llegó a arrepentirse de haber ido pero al final empujó la puerta con ligereza, consciente de que aquello bien podría convertirse en una nueva guerra Triviani: la Zíngara, la Pazza Rossa y la Regina di Cuori le esperaban en el interior.

 

-¿Che cosa vuoi Candela?- fue su saludo, acompañado de una ligera sonrisa desdeñosa para su prima y una inclinación de cabeza para su tía. A Alyssa ni siquiera la miró; aún estaba muy reciente aquel... disparate con Pik Malfoy pero al cuerpo que colgaba del techo, con una mirada de terror en los desvaídos ojos, aún menos. El hombre pasaba su muda súplica de un rostro al otro hasta que al final, dándose cuenta de que nadie lo auxiliaría o siquiera repararía en su presencia, se dio por vencido y bajó los ojos al suelo.

Patriarca Triviani |

http://i.imgur.com/doPaD.gif | Familia Malfoy

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  • 2 semanas más tarde...

Candela sabía perfectamente a lo que se estaba enfrentando. De las tres personas que asistirían a la reunión, sólo una de ellas dudaría en arrancarle la cabeza, las otras dos lo haría sin miramientos, quizás su madre se lo pensaría, pero la decapitaría al fin y al cabo dado el grave trastorno del que era víctima. Ella vio V (de venganza) en los ojos de Danyellus y Alyssa y se preguntó si sobreviviría un poco hasta exponer sus razones para el llamado y la identidad de aquel hombre que se debatía entre las cadenas que lo sostenían.

 

La zíngara sonrió como pagada de sí misma. Le hubiese encantado darles una bienvenida diferente, pero al parecer no tendría mucho tiempo y debía ganárselos antes de que intentaran atacarla. Siguiendo sus instintos, los que muchas veces no le servían demasiado, se ubicó a lado del su rehén y lo observó casi con ansias. Él era una de las claves, su clave.

 

— Posso negoziare la mia morte —le dirigió una mirada a cada uno de los presentes— Aunque preferiría que fuese en otro momento, si no les importa.

 

La matriarca levantó la mano para acallar las protestas, por si las hubiese, y suspiró. Ella era testaruda, en ocasiones lo admitía; pero había que reconocer que esa testarudez la había heredado de sangre, pero al menos intentaría hacer que toda esa ira la centren en la causa que se les venía encima. Además, su propia ira también podía esperar. Tenía muchos asuntos pendientes con ellos.

 

— Déjenme presentarles a Vladislav Petrov —el hombre volvió a mirar a todos con gesto suplicante, quizás hubiese gritado, de haber tenido fuerzas para hacerlo.— Un poderoso mago dentro de la élite rusa. Y por poderoso me refiero al poder político del que presume, ya ven que lo tengo prisionero con tan poco...

 

Los ojos semi dispares de la bruja se posaron en sus propias manos antes de volverse hacia sus interlocutores.

 

— Skazhi im , kto ty —lo instó Candela, con un trabajado acento ruso.

 

El mago extranjero tosió un par de veces antes de animarse a hacer lo que se le pedía.

 

— Vla... —una vez más— Vladislav Petrov —su voz era ronca, con unas cuerdas vocales más que desgastadas.

 

Las cadenas estrujaron su garganta hasta que el color de su piel tomó un matiz violeta, y lo soltó.

 

— Le recomiendo que no juegue conmigo, señor Petrov. Dígales quién es usted. —ordenó.

 

— Ministro de Magia en Rusia —soltó de forma atropellada.— Pero no se saldrá con la suya, señorita. Drugiye ustanovit' tsenu na golove.

 

— Mi cabeza ya tiene un precio, y no precisamente por su gente —se burló y volvió su atención a sus parientes.— Ahora, se llevará uno de sus dedos como recuerdo el que me sepa decir qué hace aquí este hombre.

 

El cofre que reposaba sobre la chimenea se abrió de golpe, dejando entrever restos de carne y huesos humanos. Eran tres en total, el índice, anular y pulgar derechos de Vladislav.

Editado por Candela Triviani

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~ Mosquito ~          Ianello 

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Saboreaba ya las dulces ideas que cruzaban por su mente respecto a cómo se cobraría su venganza en Candela, sus ojos no se despegaban de la menuda figura pues bien sabía que la Zingara había sido dotada con la habilidad de desaparecer furtivamente en un abrir y cerrar de ojos. Justo en aquel preciso instante en que sus dedos se tensaban en torno a la varita una familiar presencia se instaló a su lado, y es que debía de haberlo imaginado que jamás una oportunidad sería tan perfecta como aquella, al voltear no pudo evitar aquel suspiro reacio que escapó de entre sus labios.

 

Alyssa poseía un temperamento por el cual eran pocas las personas ante las que ella se echaba atrás, era una suerte tremenda para su sobrina que justamente una de esas personas fuera su hermana gemela. No tuvo que pensárselo dos veces para interpretar lo que significaba aquella gélida mirada en los plateados ojos de la Black, chasqueó su lengua molesta y se cruzó de brazos con una contrita expresión en su rostro. Fue en aquel momento que una cuarta presencia arribó a las mazmorras, su primogénito pasó junto a ellas hasta colocarse a tan solo unos pasos de Candela, aparentemente seguía molesto con ella por lo que había sucedido con Pik.

 

La situación de repente se tornó tensa e incómoda, los tres fijaron la vista en la Zingara expectantes y un tanto molestos, por su propio bien más valía que aquella reunión tuviera un buen propósito. Cuando por fin habló les presentó al rehén que todos habían pasado por alto en un principio, se trataba de Vladislav Petrov quien era mejor conocido como el Ministro de Magia ruso; así de fácil fue como Candela captó su atención, los cuatro patriarcas de la Familia Triviani estaban bien informados de los problemas que aquel hombre les estaba dando a sus negocios en el extranjero. Con una pícara sonrisa en los labios Alyssa fue la primera en acercarse al temeroso hombre, paseó a su alrededor cual felino que medita como comer a su presa hasta que finalmente se detuvo a un costado del mismo.

 

- Señor Pretrov… - ronroneó la Black – Es una pena que tengamos que conocernos en circunstancias tan lamentables, pero ya debería saber usted que esto es lo que sucede cuando uno juega con negocios ajenos – Con la uña de su dedo índice recorrió lentamente el rostro de su víctima emitiendo una serie de chasquidos con su lengua a modo de negativa – Ha sido usted merecedor de una reciente fama por lo que escuché, no cualquiera tiene las agallas de enfrentarse a la mafia rusa y encima salir victorioso, mis más sinceras felicitaciones por semejante logro…

 

>> Además de todo esto tengo entendido que con el fervor de su reciente éxito ahora se ha dispuesto a ir tras la mafia italiana ¡Vaya osadía! Usted sí que es una persona valerosa señor Petrov – Tras aquel comentario una ligera carcajada recorrió a los presentes - Pero creo que hay algo que usted no comprende… - en aquel momento la Black se inclinó de tal modo que sus labios pudieran rozar el oído del mago – Nosotros somos la Mafia, señor Petrov, a quienes usted derrotó no son más que una mala copia de nuestros logros y le puedo asegurar que lamentará el día en que tuvo la brillante idea de enfrentarse a fuerzas que superan todo lo que usted es o podría llegar a ser….

 

Con su afilada uña fue recorriendo suavemente hasta llegar a los tensos músculos del cuello, allí donde la vena palpitaba con fuerza bombeando grandes cantidades de sangre la joven demonio realizó una pequeña incisión y el intenso rubí que emano fue oscureciéndose lentamente; la ponzoña se propagó con rapidez demarcando los vasos sanguíneos con una tonalidad negruzca mientras que los ojos de la víctima se perdían en un terror sin precedentes…

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Con más éxito del que ella misma de seguro había esperado, la tensión en la habitación sufrió un giro inesperado: Si antes habían sido tres leones decidiendo como enfrentarse a un igual, ahora eran cuatro fieras mirando a una solitaria e indefensa liebre ártica en mitad del desierto. Los ojos de los cuatro Triviani se clavaron, todos a la vez, en el hombre que colgaba del siniestro candelabro de calaveras que decoraba la mazmorra. Por supuesto, Candela ya había hecho un poco de las suyas pero era apenas nada: el hombre estaba aterrado y envuelto en harapos y sangre; le faltaban tres dedos y tenía cortes y magulladuras aquí y allá. Poco más.

 

-Señor Petrov...- empezó Alyssa dirigiéndose al prisionero. El ojiazul ya había supuesto quién era el degradado mago pero aquello se lo confirmó. Los nudillos se le blanquearon un poco más al asir la negra varita mágica entre los dedos de la mano derecha.

 

-¿Es ésta una ofrenda de paz querida prima?- bisbiseó Danyellus devolviendo los ojos a la figura de Candela -Ya sabes... ¿en lugar de tu cabeza?- bromeó, haciendo uso de las palabras que ella misma había intercambiado con el hombre en distintas lenguas del este de Europa. Si la chica no le había dejado en claro que podía olvidarse de cualquier esperanza, la sonrisa vulpina del patriarca y las emponzoñadas uñas de Alyssa lograron que el prisionero emitiera un gemido.

 

-En verrrdad su familia estarr loca ¿verrrrdad?... En verrrdad son ellos los que pusierron prrecio a su cabeza, señorrita... cómo puede....- enseguida, un chillido inhumano escapó de la garganta del hombre. Seguro el sonido llegaría hasta las calles de Ottery pero nadie en sus cabales se acercaría al Castillo donde aquellos sonidos eran más que usuales.

 

-Felicitaciones señor Ministro, ¡ha acertado usted!- aplaudió Candela entonces, como una chiquilla sonriente a la que le hubieran regalado un caramelo, totalmente ajena al terror que inundaba al hombre en aquel instante -Ya le dije que si temiera por la unión entre mi cabeza y mi cuello no sería debido a los suyos-

 

-No le des tanto crédito al hombre, madre-empezó Dany, haciendo como si Petrov no estuviese allí -Es poco lo que sé a ciencia cierta pero tengo entendido que iba a por la mafia inglesa, no la italiana. Sólo que el pobre i.diota no hizo bien su tarea antes de ir tras un pez que ya había sido tragado por uno más grande-

 

En mayor o menor medida, todos sabían qué hacía allí Petrov, excepto tal vez por Aland que poco y nada se interesaba en las finanzas familiares. Los rusos habían hecho un buen trabajo rebanando las cabezas de las mafias del norte y el este de Europa y aquello no les había importado mucho a los Triviani. Una Familia menos era un nuevo mercado para ellos pero, desde algún tiempo atrás, los rusos habían empezado a alargar sus tentáculos y a obstruir a la más antigua de las Familias. Al parecer, Candela había decidido tomar cartas en el asunto personalmente y Danyellus se empezaba a asombrar de lo mucho que la chica empezaba a parecerse a una mercenaria o una asesina a sueldo en lugar de la gitana que pregonaba ser.

 

-Muy bien "primita"- la felicitó el peliblanco -Pero dinos... ahora que has atraído a toda la comunidad mágica rusa tras nosotros, ¿qué pensabas hacer con este pobre des.graciado?- El ojiazul antes se cortaría una mano que concederle a Candela el crédito que se merecía y ella lo sabía bien. Una sonrisa tensa cruzó los rostros de ambos, insinuándose mutuamente cuánto deseaban clavar un cuchillo en las entrañas del otro. Mientras tanto, el Ministro de Magia ruso profería un nuevo chillido. A ese paso, Alyssa lo mataría o lo volvería loco antes de que les fuera útil.

Patriarca Triviani |

http://i.imgur.com/doPaD.gif | Familia Malfoy

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