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El Hipogrifo Asustado (MM)


Reena Vladimir
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Yo no lloro.

 

No.

 

Por eso apretaba las mandíbulas y no hablaba con ninguno de los dos elfos que me estaban ayudando a vaciar la Dirección del negocio. Era fuerte, siempre lo había sido. Y los reveses en la vida siempre me habían hecho más resistente, aunque también más fría. Ya no solía creer en mucha gente y cada vez me recluía más en el entorno familiar. Y esto, ahora esto...

 

Debía abandonar el negocio de la guardería.

 

No, no lloro. Porque si llorara, estaría deshecha en un mar de lágrimas. En realidad, mostraba enfado, tanto que cualquiera que se metiera en medio se iba a encontrar con una fiera enjaulada que luchaba por salir al aire libre. Estaba dispuesta a cabrearme con el primero que se atreviera a decirme algo más alto de lo normal. Por eso los elfos guardaban silencio y recogían mis cosas en un par de cajas de cartón.

 

-- Esto no, me lo llevaré en la mano -- dije a uno de ellos, con tal fiereza que dieron un salto.

 

Y salí de la habitación que una vez fue mi despacho, con un viejo y escacharrado camión muggle de juguete. Lo apreté contra el pecho. Ahora sí que quería llorar. Y no iba a hacerlo delante de nadie, así que aceleré el paso para alejarme de la Guardería lo antes posible.

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Ceo - elfo doméstico multiusos

 

Había oído lo de las reformas. Incluso el Ministerio estaba cerrado. El elfo no entendía nada de esos trámites burocráticos, pero sabía que o se movía rápido o se quedaría sin trabajo y sin su galeón al final de mes. No es que fuese una criatura ambiciosa, no, pero eso le permitía al menos, comprarse algún que otro capricho y trabajar en dónde más le gustase, sin depender de amos ni nada parecido.

 

Fue recogiendo algunas estancias de la guardería. Con varios chasquidos de sus dedos, los objetos se iban guardando en cajas, mientras que, la ama Sagitas estaba en la dirección del negocio recogiendo sus cosas. Al cabo de diez minutos, ya la sala estaba completamente vacía y las cajas cerradas con celo mágico. Ya iría con ayuda de otros elfos a las otras salas.

 

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El elfo me ayudaba con todos mis enseres. Parecía mentira que en estos años hubiera acumulado tantas cosas en la dirección que eran mías y no de la guardería: cromos, libretitas varias, pegatinas de colores, juguetitos rotos que me había prometido tirar a la basura y que nunca lo hacía, libros sin páginas porque habían sido arrancadas hacía tiempo...

 

Hasta encontré una galleta salada ya sin sal y mordisqueada por algún bichejo. Me puse a reír porque por poco me la meto en la boca, pero era mejor que no, aunque sólo fuera por mi salud digestiva.

 

-- Bueno, creo que con estas cajas que el elfo me ha ayudado a sacar, dejo el negocio limpito para Reena -- dije, en voz baja. Me daba miedo alzar la voz, como si con eso pudiera pasarle algo a la guardería.

 

Caminé un par de pasos y miré a mi alrededor.

 

-- Creo que tengo que irme ya...

 

Me costaba salir y dejarlo todo, pero cuanto más tardara peor iba a ser...

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Ceo - elfo doméstico multiusos

 

El silencio era agobiante dentro de la guardería. El elfo ya se estaba acostumbrando al ruido de los niños y de las personas que estaban a su cuidado, que parecía que si se hacía algún ruido de más, las paredes gritarían.

 

Dio un par de chasquidos con sus dedos para terminar de colocar, dentro de las cajas, los utensilios que faltaban por ordenar de las cocinas. Ahora estaba mucho más limpio que antaño y aunque no había estado en esa zona, se podía imaginar más o menos como sería un día normal de trabajo.

 

Odiaba hacer esas tareas, porque básicamente sabía que se quedaría sin trabajo. No sabía si el próximo dueño, mantendría a Ceo en la plantilla. Negando con la cabeza, dio otro chasquido, para desaparecerse del abrumador silencio de la guardería.

 

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Aun esperaba que Reena dijese algo. Se había qeudado callada mirando el mural recién pintado, como sopesando si le gustaba o me tiraba la pared sobre la cabeza.

 

la cosa es que escuché ruido al fondo, desde el despacho de dirección, no tardó en salir Sagitas, con cajas en la mano, seguida de un elfo que había visto ya en otros negocios como filos y ruedas. Tragué mirándola, preocupado. Todas aquellas cosas le estaban afectando demasiado.

 

- Hola mamá....

 

Observé las cosas y sonreí, intentando animarla un poco.

 

- Quieres que te eche una mano? - ofrecí acercándome. Las cosas era mejor hacerlas fáciles y acompañados, sobre todo porque si algo te resulta dificil y doloroso, es mejor hacerlo en compañía.

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Aquel bosque, aquella maravilla que había pintado mi primo Matt, el tímido pelirrojo al que adoraba era... Por mas que pensaba en algún adjetivo que dedicarle mi mente solo registraba detalle tras detalle de lo que veían mi ojos.

 

-Oh Matt...

 

Algo iba a añadir aunque se me fue la inspiración en cuanto escuché que saludaba a su madre. ¿Sagitas allí? ¿Tan temprano? Me pareció extraño y fruncí el entrecejo mientras ladeaba la cabeza para mirar mas allá del masculino cuerpo de mi primo, que estaba en medio.

 

Mis ojos se abrieron como platos y mi boca hizo una o por la sorpresa que me supuso ver a la pelivioleta cargada con cajas y mirada triste. No podía creer que aquello estuviera ocurriendo y lo que menos me gustó fue que iba acompañada por un elfo extraño. Eso hizo que algo se cortocircuitase en mi cerebro y yo salí disparada hacia delante para interceptarlos.

 

-¿Es que el ministerio ya ha perdido la poca decencia que le quedaba? Mandan elfos para echar a la gente de los locales, cuanto antes y ni siquiera les permiten unas horas decentes de sueño. ¡Tu! ¡Alimaña! ¡Suelta las cosas de mi tía!

 

Estaba alcanzando a mi tía y ya llevaba la varita en la mano, preparada para deshacerme del elfo en cuanto hubiera sobrepasado a Sagitas, a la cual, tenía intención de hacer regresar a dentro junto con todas sus cosas. Aquello no iba a quedar así y si tenia que atrincherarme dentro del edificio, estaba dispuesta, pero a mi tía no le daban la patada de esa forma.

Sacerdotisa·Madre·Compañera


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  • 2 semanas más tarde...

- Espera, espera Reena! - exclamé.

 

Menos mal que había podido detenerla a tiempo, pues seguramente se habría llevado por delante al pobre elfo. Sagitas estaba mal, no nos gustaba verla de aquella forma a ninguno de los dos, pero eso no significaba qeu el elfo las pagase.

 

- No es del ministerio. Es un elfo libre. llego hace poco a Ottery y ha estado ayudando en el filos y ruedas gracias a que algún elfo le recomendó ayudar a nuestra familia...

 

Dejé a Reena y luego me agaché con el elfo.

- Ceo, gracias por tu ayuda, pero yo me encargo. Puedes irte si quieres. - le dije. Era mejor que se marchara, no por el, sino porque era un momento delicado y lo mejor era pasarlo en familia.

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Miré al elfo y a Matt. No me fiaba demasiado de aquella situación y por eso no guardé mi varita.

 

-¿Tía? Sabes que no tienes porqué llevarte nada ¿verdad?

 

Me acerqué a ella y le levanté la cabeza para que me mirase a los ojos, necesitaba que creyera mis palabras, porque si no lo hacía me iba a sentir mal. Y por nada del mundo quería tener la sensación de que le estaba robando la empresa que tanto le había costado levantar y que tan bien dirigía.

 

-¿Estás bien?

 

La abracé y le froté la espalda intentando reconfortarla, momento en el que se me ocurrió una locura para animarla.

 

-Oye, y si celebramos las estaciones y tu eres nuestra hada de los bosques? Te animarías a venir y que hagamos una fiesta?

 

La miré sin soltarla, intentando sonreírle, intentando animarla y busqué apoyo en mi primo, que seguía intentando quitarle la caja al elfo, que seguramente cobraría por llevar la caja y no quería quedarse sin paga.

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Me costaba irme y Matt se ofreció a llevarme la caja, con lo que me entraron más ganas de llorar. Negué con la cabeza, prefería llevarla yo a peso, sin magia. Las palabras de mi sobrina Reena me sorprendieron. ¿Qué no hacía falta que me llevara nada?

 

-- ¿Es que no puedo llevarme mis cosas? -- ahora sí que me saltaron las lágrimas. -- ¿Es que ni eso puedo llevarme del negocio?

 

La congoja me podía e impedía que entendiera lo que ella quería decir. Me abrazó y me agarré a ella, infeliz. Sin embargo, su proposición me hizo sonreír.

 

-- ¿La hada de los Bosques? -- Reí un poco y me sequé los ojos. -- ¿Podré llevar alas de colores?

 

Dejé la caja en las manos de Matt.

 

-- Bueno, la puedo coger después. Ahora puedo ir a diseñar mi traje para la fiesta. ¿Me pondrás antenitas? ¿Podré hacer magia?¿Podré volar por encima de los chicos? ¿Y transformarlos en ratoncillos si se portan mal?

 

No quería irme y se notaba. EStaba haciendo tiempo.

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Le sonreí con cariño a Sagitas y le acaricié la cara antes de soltarla y reírme a carcajadas.

 

-Si a todo menos a lo de los ratones, pero podríamos ingeniarnos algo...

 

se me ocurría que tal vez pudiéramos tener unas piedras y que ella las convirtiera en ratoncitos o mejor aún, ratoncitos encantados que parecieran piedras y que ella solo tuviera que hacerles un finite para que volvieran a ser animalitos. Incluso podríamos dejar que los niños se los quedasen.

 

Pero primero teníamos que ponerlo todo en marcha.

 

-Quieres que lo diseñemos entre los tres, o quieres hacerlo tu con total tranquilidad? Aun tenemos tiempo para el solsticio de primavera.

 

En aquel momento se me ocurría que incluso podíamos representar que una sacerdotisa llamaba al hada de los bosques o verdaderamente aprovecharnos de su inocencia y enseñarles algún truco sencillo de sacerdotisas... Pero para armar eso teníamos tiempo de sobra.

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