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El Hipogrifo Asustado (MM)


Reena Vladimir
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Enrick W. Ryddleturn

Jefe de la Oficina para las Relaciones Ministeriales

 

Sin tardar demasiado, la elfina Marietta hizo aparición en medio del vestíbulo en donde el auror realizaba uno de los protocolos que más le gustaba cuando era tan solo un joven aprendiz en el departamento en donde hoy en día se desempeñaba como jefe, aprendiendo dicha maniobra de detección gracias a la bondad de su padrino (y en ese entonces director del Cuartel) Elvis. <<Ya estamos listos con las pruebas biológicas y mágicas>> pensó el Ryddleturn tras notar el rostro de desconsuelo de la sirvienta, dándole inmediatamente una orden a su varita para que ésta diese riendas sueltas a la recolección de la niebla con el fin de depositarla en el ánfora que estaba bajo los pies del apuesto vampiro. - Eso es cierto… Enrick, funcionario de la segunda planta y jefe de la oficina para las Relaciones Ministeriales… ¡Mucho gusto en verle de nuevo! - saludó cordialmente a la recientemente arribada a la antesala, al mismo tiempo que se ponía una vez más en bípedo.

 

- Recuerdo verle llegar a la recepción con otro elfo mientras la secretaria atendía las solicitudes de su ama y patrona, la Señora Potter Blue. Lamento la forma indecorosa de presentarme ante usted luego de un… “altercado” con su mandamás, pero son cosas del oficio, Marietta - prosiguió con un tono de hermetismo en sus palabras, esbozando una leve sonrisa de medio lado. - Sagitas me dijo que podíamos ir a una sala del kindergarten para poder platicar de forma más privada. Necesito de vuestra voluntad para que preste declaraciones acerca del hecho fatídico que cobró la vida de la señorita Sunar… quien también es apoderada de este reciento educacional de guardería. ¿Está la posibilidad de poder recordar tranquilamente lo que aquí pasó? - preguntó con serenidad el rubio, notando que los orbes de la empleada de orejas puntiagudas reflejaban algo de miedo. - Bueno… creo que mejor vayamos a dialogar a dicha estancia… ¿o no Marietta? Y… ¡Matt! Nos estamos por ver en alguna parte, viejo. Cuida bien de Argentus hasta que San Mungo ayude a su madre - dijo posteriormente dirigiéndose al Blackner, esperando que la pavorosa elfina lo guiase a la habitación.

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La elfina Marietta tenía ganas de salir del vestíbulo y volver a la cocina. No le gustaban los humanos, le hacían sentirse intimidada. Por eso, intentó escapar y se debatió entre la orden de atender al funcionario y el deseo de esconderse. Quienes le miraran, parecería que bailaba.

 

Las palabras del Funcionario la hicieron detener aquel ir y venir de sus pies y le miró, con la cabeza escondida entre los hombros. ¿De nuevo?

 

-- ¡Ohh! Es el señor de... del Ministerio...

 

Apenas le recordaba. Se había pasado todo el rato escondida tras Harpo y la Ama Sagitas. Pero ahora que se fijaba...

 

-- Encantada de verle de nuevo, señor -- respondió con una voz muy tímida y atemorizada.

 

¿Qué demonios decía aquel hombre? No le entendía nada. Tal vez es que hablaba deprisa o que ella estaba poco acostumbrada a hablar con humanos. ¿Sala de qué?

 

-- ¿Qué es un kindergarten? -- a la pobre elfina le parecía que hablaba de una gatera. -- La Ama Sagitas me dijo que le llevara a la clase de los niños pequeños. Se le llama Sala de los Micropuffs. No quiero llevarle la contraria, pero la directora ha dicho que es allá donde nos reunamos. Si usted ha acabado con todo este humo y tiene a bien acompañarme...

 

La elfina le señaló un pasillo y se disculpó por ir por delante, pues debía indicarle el camino. Intentó reflexionar sobre sus palabras y se puso mucho más nerviosa. ¿Era por este señor por quien la directora había entrado de tan mal humor a la cocina? Pues debería vigilar, porque ella se saltaba a llorar en cuanto le recriminaban algo.

 

¿Qué decía de apoderada de qué? No entendía de eso. Por lo que sabía, las dueñas eran las amas Sagitas y Reena.

 

-- Perdone que discrepe en algo. Le ruego me disculpe si no le he entendido bien-- dijo la elfina al llegar a una puerta con micropuffs pintados en ella. La había abierto y le invitaba a pasar. -- La Señorita Sunar es madre de uno de nuestros alumnos y fue una situación horrorosa. La recuerdo vagamente. No me meto en asuntos de humanos. Quiero decir que mi deber es dar de comer a los niños y protegerles. Si los humanos tienen peleas, yo procuro no meterme en medio. Fue una situación caótica.

 

Y espero, retorciéndose las manos, a que entrara para cerrar la puerta y que nadie en el exterior oyera nada.

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Enrick W. Ryddleturn

Jefe de la Oficina para las Relaciones Ministeriales

 

- Kindergarten es una forma diferente de llamar a una guardería, pequeña. Y no te tienes de qué preocupar… Tú solamente guíame hacia la sala que Sagitas te indicó y punto. Allí, tú y yo, hemos de tener un interrogatorio ministerial para esclarecer el trasfondo - expresó el blondo mientras sus pasos se dirigían junto a Marietta por un pasillo vecino al vestíbulo; cargando, a través de su brazo izquierdo, el ánfora que contenía las pruebas que debería investigar con calma en la comodidad de su oficina en la segunda planta del Ministerio. - Sé que Sunar es apoderada de este local… Apoderado es quien tiene a cargo un pupilo… en el asunto de la funesta fallecida, se trata del retoño Argentus, lo conozco - se explicó de una mejor forma para que la elfina no se enredara con su terminología fuera de serie y algo retórica. Tras el inminente arribo a una puerta que tenía unos cuantos micropuffs pintados en ella, Enrick se adentró sigiloso a la estancia de diálogo, percatándose que la criada se situaba para cerrar con algo de nervisismo denotado por el temblar de sus manos al retorcerse.

 

- Primero que nada, querida Marietta, necesito que jures que vas a decirme la verdad y nada más que la verdad… No me quiero ver en la obligación de usar... - partió advirtiendo con un toque de malignidad en sus dorados orbes; señalando, con una mueca de su boca, hacia uno de sus bolsillos inferiores en donde se podía apreciar un frasco opaco que contenía el suero de la verdad que a veces empleaban para estar seguros de las confesiones. - Bueno… todo lo que aquí se converse va a quedar en completa reserva, tus palabras pueden ser usadas en tu contra o a tu favor dependiendo del grado de franqueza que tengas… y obviamente se espera que seas lo más correcta posible para que la propietaria salga beneficiada - añadió al mismo tiempo que extraía su varita de nieve con tal de hacer una ligero movimiento en el espacio, cuya finalidad era cerrar mágicamente la habitación y aislarla del exterior para que nadie los oyese ni interrumpiera. - Comencemos… ¿Qué estabas haciendo tú al momento de que todo empezó? ¿Se lograba percibir algún ambiente extraño antes de? - preguntó el vampiro con intriga, mientras su vuelapluma se disponía a trazar las primeras líneas sobre una libreta que el jefe de oficina siempre traía consigo.

Editado por Enrick W. Ryddleturn
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-- Se nota que el Señor tiene mucho vocabulario que a Mariette le suena raro. Ruego disculpe la ignorancia de Mariette -- comentó la elfina cuando le explicó que era un kindergarten y lo que era ser apoderado, aunque ella no le hubiera dado para nada ese significado. ¿Pero quién era ella, una vulgar elfina, para contradecir a un gran funcionario ministerial? Volvió a retorcerse las manos.

 

Se sentía muy nerviosa, sobre todo con la puerta cerrada, allá encerrada con él. Pero sus palabras le hicieron abrir los ojos y perder el miedo.

 

-- Pero... ¡Señor! Yo no miento nunca, si quiere que le prometa eso, lo haré, pero no quiero que piense que soy mentirosa. No hace falta que me amenace.

 

Había firmeza en su voz. La elfina odiaba la mentira. Por su naturaleza élfica, nunca mentía y deploraba ese comportamiento entre los niños. Siempre les reñía si les pillaba en una de ellas.

 

-- No había nada raro. Todo era normal. Yo estaba en la cocina cuando empezó todo, Señor. Mi trabajo es dar de comer a los niños, así que cuando sentí el ruido, no salí. Pero uno de los elfos entró y dijo que atacaban a un niñito. No podía consentirlo, señor. Salí. Les vi. Eran tres enmascarados inicialmente. Atacaban a la Señorita Sunar, quien llevaba al niño en los brazos. Oh, sí. Sentí rabia, señor. Otro elfo y yo nos acercamos a ella y lo cogimos. Dejamos allá a la madre y nos llevamos al niño, señor. Le pusimos a salvo, señor.

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Enrick W. Ryddleturn

Jefe de la Oficina para las Relaciones Ministeriales

 

- Perdón Marietta… Es parte del protocolo, similar cuando uno está frente a un magistrado en los tribunales del Ministerio. Hace mucho tiempo que no veo un juicio - comentó antes de volver a prestarle oído a la elfina; escuchando atentamente las primeras impresiones de lo que pasó aquel día cuando el ataque se suscitó en el vestíbulo de la guardería. - Así que eran tres enmascarados eh… seguramente de aquellos que usan túnicas largas y negras, y que también de sus varitas brotan únicamente las maldiciones imperdonables cuando están con una misión fija de torturar, manipular y… obviamente asesinar - añadió tranquilo luego de que su vuelapluma dejara de tomar apuntes sobre las respuestas de la criada, lo que le dio una opinión básica y directa acerca del homicidio de la joven madre. Enrick sabía que tenía que permanecer neutro a la hora de abrir la boca para dialogar, no podía dar a conocer sus lealtades con nadie que no fuera un aliado; por lo que no quiso ahondar más en el tema abordando los intereses personales de ambos. - Entiendo… Me imagino que deben haber arribado individuos con luz en la cara ¿o me equivoco? Siempre cuando atacan a alguien de los que se tiene una ligera sospecha de compromiso ilícito… y si ésta es correcta, el bando de su afinidad llega en su auxilio… ¿Vinieron a socorrer a Sunar? - preguntó con intriga, ya que sabía que aquel cuestionamiento daría pie a que pudiese también encerrar a la víctima del atentado por asociarse con los partidarios de la Orden del Fénix.

 

Mientras esperaba impaciente las palabras de la temerosa criatura, el Ryddleturn comenzó a caminar de un lado a otro en la estancia, con la finalidad de ejercer algo de presión en los pensamientos de la noble empleada de la Potter Blue. - Disculpe… ¿Cómo fue que dos de los elfos ingresaron en pleno combate, cogieron a un niño y luego salieron como si nada? Me conjeturo que usted debe haber sufrido alguna lesión física ¿O no?... ¿Por qué sacan al retoño y no ayudan a la madre? ¿Acaso estaban siguiendo órdenes a algún “tercero”? Esto también me da para pensar que Argentus es clave en la investigación misteriosa, debido a que puede tener consigo alguna muestra biológica en sus prendas de vestir ¿O ya lo cambiaron de ropa?... Espera, espera… Borra eso último, pluma… No me agrada ir tan rápido - dijo a modo de investigador privado; ordenándole a su escriba mágica, la cual flotaba en el espacio con sutileza y elegancia, que tachara los últimos vocablos.

Editado por Enrick W. Ryddleturn
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Argentus y Sethy en el Comedor (otra vez)

 

El pequeño de ojos color avellana no recibió respuesta de los presentes. El tío Matt no dijo nada, pero el otro hombre (Enrick) solo lo observó se fue al ver a la elfina que estuvo con él Sethy al momento del ataque.

 

Amito … su madre fue al trabajo. Ella regresará pronto para llevarlo a casa – le dijo tomándolo de los hombros para que volviera al salón del comedor.

 

Vio el elfo que el recién llegado haría una pesquisa por la irrupción cometida por los mortífagos que atacaron a la señorita Sunar. Sethy no pudo hacer nada por ella, pero conocía a la perfección las instrucciones que la joven madre le dio el primer día en que el amito estuvo en casa. Debía protegerlo a toda costa, sin importar la vida de ella. También el elfo conocía el porqué. La ama se exponía al seguir con ese grupo, pero no la cuestionaba.

 

El pequeño vio antes de retirase una rara neblina que cubría el piso y quiso volver porque pensaba que se podrían a jugar sin él. A pesar de eso, no volvió a pensar en su madre. Casi siempre no la veía y solo fue la segunda vez que hubo un intento de asesinato contra el pequeño.

 

Sety..quero juga – dijo el niño señalando antes de desaparecer hacia el comedor.

 

Le dijo que no era juego. El hombre del ministerio estaba trabajando para atrapar a los malos que desordenaron la guardería. No expresó nada del ataque hasta que Argi quisiera. O mejor, hasta que la misma madre hablara con su hijo.

Editado por Sunar PBT
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Marietta se ofuscó cuando entendió por fin lo que el funcionario le pedía. La Elfina era algo corta y por eso había estado tanto tiempo callada, para entender mejor. Después negó de forma vehemente con la cabeza.

 

-- No, no, señor funcionario ministerial. Marietta no sabe de maldiciones imperdonables. Entre los elfos y elfinas se habla de eso. Pero yo nunca he visto nada de lo que dice, señor. Si permite a esta elfina hacer algo de memoria, le diré lo que oí, pero no sé si son eso que dice.

 

La Elfina cerró los ojos y entrecerró los dedos de sus manitas, para darse ánimos.

 

-- Entré en el vestíbulo cuando dijeron que atacaban y el niño estaba con su madre. Sentí un... -- pensó un poco, los nombres de los hechizos son algo a lo que no prestaba atención normalmente. -- Creo que un Expelliorbes, un Sectumsemper, Silencius, Incarcerus, Fuego Algo... Unas manos protegían a una de las figuras enmascaradas... El fulgor de los hechizos se veía por todas partes. Yo entré y recé a los dioses para que no me diera nada. Aunque ellos no se fijaban en mí, sino en la mujer humana. También entró otro elfo, supongo que tal vez el personal de la señora, no lo sé. Pero entre los dos cogimos al niño. Entonces miré alrededor y vi entrar a más gente, supongo que venían también a atacar. No esperé más, me agarré al otro elfo, que sujetaba al niño, y nos desaparecí de forma conjunta fuera de la guardería. Los elfos podemos hacer eso, sí, señor. Pero no vi nada más.

 

La elfina estaba asustada. Ya había pasado por un interrogatorio similar por parte de la Directora Sagitas y se había sentido igual de tensa que ahora. Ella sólo quería estar en la cocina, era el mejor y el único lugar en el que se sentía feliz. En el resto de la guardería se sentía descolocada.

 

-- ¿Cómo, señor?

 

La elfina frunció el ceño. ¿A qué se refería con que si le habían cambiado la ropa?

 

-- Pues claro que le hemos cambiado la ropa, señor. Eso pasó hace días y un bebé hay que cambiarlo continuamente, señor. ¿Usted tiene bebés, señor? Tan chiquitos hay que cambiarles porque... se hacen... -- se sonrojó mucho -- pipí y popó... Hay que cambiarles dos o tres veces al día.

 

Se volvió a retorcer las manos. ¿Alguien habría apagado el caldo del fogón?

 

-- ¿Cómo dice, señor? No, nadie me dijo que salvara al niño y que pasáramos de la mujer. Yo... Yo no me meto en los temas de los humanos. Soy cocinera para bebitos. Son tan bonitos así chiquitines... Crecen y cambian, pero de pequeñitos son tan agradables... Por eso salí. Porque el bebito tenia que comer, nadie ataca un bebito mientras yo tenga comida en la cocina para él. No, no. Marietta cuida a los bebitos, señor.

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Argentus y Sethy en el comedor

 

Después de hacer que el amito se alejara de la escena, trató de incentivarlo a comer. No quería que pensara tanto en su madre si escuchaba algo que el funcionario dijera.

 

- Amito, coma que dentro de poco debe tomar su siesta - comentó el elfo no muy lejos de la mesa para los niños.

 

Argentus no quería, volver a mirar la extraña niebla era más llamativo para él, que sentarse a comer con los demás. Pero también sintió que tenía hambre. Haría lo posible por comerse todo rápido.

 

- Amito, no se atragante - el elfo volvía a repetirle.

 

El niño no entendía razones. Cuando algo le llamaba la atención, quería verlo a toda costa.

 

Los demás niños comían entre risas y juegos. Sin embargo, Argi no prestaba atención. Terminó más pronto de lo deseado y se bajó. Sethy lo detuvo, le repitió que no podía salir, que el hombre era autoridad y que no debía. El niño no le gustó.

 

El llanto se escuchó en todo el comedor, y el frío no se hizo esperar.

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Enrick W. Ryddleturn
Jefe de la Oficina para las Relaciones Ministeriales

 

- O sea… ¿Estás diciendo que entraron más sujetos luego de los enmascarados? ¿Cómo era el vestuario que utilizaban? ¿Estaban cubiertos de luz en el rostro? Si pudieras ser más, no sé cómo decírtelo… asertiva en tu declaración… Podrías afirmar que estos últimos sujetos que pusieron pie dentro de la guardería… ¿Atacaron a Sunar o a los otros? - siguió con el interrogatorio, deteniéndose de pie frente a un ventanal amplio que estaba en la habitación que la propietaria había facilitado para el diálogo de manera tranquila y privada. Enrick no quería perder la oportunidad de obtener la mayor cantidad de datos posibles del atentado a la madre de Argentus, es más, necesitaba todo tipo de información que le ayudase a dar con el paradero de miembros de la Orden del Fénix para llevarlos a Azkabán y así lograr quitar de la mirada expectante de los jueces a los mortífagos más buscados de Gran Bretaña. Por otra parte, el Ryddleturn estaba al tanto que la mayoría de los elfos domésticos no sabían diferenciar hechizos ni retener sus enredados nombres de buenas a primeras; pero con los míseros vocablos que emergieron de la boca de la sirvienta, logró hacerse un panorama de lo que realmente había acontecido allí y cómo había sido el deceso de Sunar ante su repentino y sorpresivo asalto.

 

- ¿Dices que tu apego a los niños te llevó a salvar a Argentus? Repito mi pregunta… ¿Estás completamente segura que nadie te lo ordenó? También me inquieta saber si alguno de los tres… me refiero al otro elfo, el pequeño o tú; sufrieron algún tipo de daño antes de hacer la desaparición conjunta que los marginase del combate ¿Acudieron al hospital de San Mungo con el menor a constatar el grado de lesión? - cuestionó el vampiro una vez más a Marietta, al mismo tiempo que su dorada mirada se desviaba de un punto a otro en búsqueda de alguna botella de licor que pudiese coger para beber un trago mientras terminaba de interrogar a la elfina. Ya no le quedaba mucho tiempo, necesitaba retornar a su puesto en la segunda planta del Ministerio; pero obviamente no se iría de allí sin tener una declaración concisa y válida que se acompañase del humo onírico que llevaba adentro del ánfora de cateos aurors.

Editado por Enrick W. Ryddleturn
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Marietta tenía muchas ganas de llorar. Tantas preguntas le hacían sentirse nerviosa y con ganas de levantar las manos y correr hacia la cocina y olvidarse de todo lo sucedido. En el exterior de la habitación se oía el llanto de un niño y la elfina se pasó las manos por los brazos, erizados. Hacía frío. Era como si hubieran abierto el gran congelador que había en la parte de atrás de su cocina.

¡Quería volver a sus fuegos! ¿Por qué no acababa ya todo esto de una vez? Se volvió a apretar los dedos, en un gesto nervioso.

-- Sí, señor -- afirmó, algo asustada. ¿Por qué aquel funcionario la preguntaba con tanta vehemencia? Si ella sólo contestaba lo que vio. -- Sí, entraron más personas. No sé... Atuendo normal, con capas, varita en mano... Los humanos siempre son muy prepotentes con la varita en la manos... ¡Oh, perdón, señor!

La elfina se había dado cuenta que había criticado a los humanos siendo el funcionario uno de ellos. No podía permitirse el insultar a las visitas que llegaban a la guardería. Quien sabe si en el futuro necesitarían los servicios de cuidadores y de docentes para sus críos. Aquellos humanos se reproducían con facilidad. El rostro de Marietta se suavizó. Amaba los críos de los humanos, aunque no le gustaran los adultos.

-- ¿Luces en el rostro? ¿Cree que tendrían complejo de candil? Oh, no señor. No vi nada en especial de luces o candiles o los Lumus que utilizan para la noche. No, no, Marietta no vio nada de eso. En realidad, en cuanto tomé en brazos al bebito y me agarré al elfo, nos desaparecimos. Vi que entraban más gente, pero quien atacaba a quien o si llevaban velas en las manos o...¿en el rostro?... No, no puedo afirmar que viera nada de eso.

Marietta estaba muy confundida, sin entender como podían llevar luz en la cara. Pero la siguiente pregunta la dejó en más confusión todavía.

-- ¿Ordenarme, señor? A mí no me ordena nadie, señor -- y ahora había cierto orgullo en su tono de voz. -- Las Directoras me dan total libertad en el menú de la guardería, señor. No se atreven a darme órdenes de comidas, saben que les daría con el cucharón en la mano como se atrevieran. Yo sé llevar la cocina y no necesito que nadie de fuera me ordene. Aquel día fue igual, nadie me dijo nada sobre el menú y lo estaba preparando. Los adultos responsables estaban en otro lugar. En mi cocina no quiero a nadie, los elfos sólo preparan las mesas y el agua para el niño. Del resto me ocupo yo sola. Y cuando empezó todo, no pregunté si podía llevarme al niño. Lo salvé sin más. Como le dije antes, ningún bebito es herido mientras Marietta está delante.

Aquel arranque de orgullo desapareció en cuanto recordó que tenía delante a un funcionario ministerial. Miró de reojo la puerta cerrada. ¿Se habrían acordado de apagar el horno? Las natillas se quemarían si las dejaban mucho tiempo.

 

-- ¿San Mungo? La Guardería tiene una póliza en una cobertura sanitaria privada, señor. La Clínica Santos Mangos. Sí, supongo que fueron a llevar al niño allá. Pero yo no me ocupo de eso. Eso lo hace la Directora Sagitas o la Directora Reena. Yo sólo me ocupo de la cocina. En cuanto pude, se lo dejé en sus manos y yo me volví a mis fogones. Eso deberá preguntárselo a ella. Pero le aseguro que el bebito no sufrió ningún percance. Yo le salvé.

 

Volvía el orgullo a sus palabras.

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