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Familia Granger


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Black, Vane Black— señaló la joven estrechando la mano del mortífago con cortesía—. El gusto es mío.

 

La aprendiz se acercó a uno de los ventanales al lado de las puertas y acercó el rostro al vidrio esperando poder divisar algún movimiento en su interior, mas no ocurrió nada. Lo único que obtuvo con eso fue ensuciarse de polvo la punta de la nariz. Se limpió con la yema de los dedos pensando en que aquél lugar estaba bastante desierto, parecía que la familia entera se encontraba afuera.

 

Sí, sería mejor indagar por los alrededores— concordó la joven siguiendo al Haughton escaleras abajo.

 

Ambos magos avanzaron por aquél lugar sin que nadie saliera aún a recibirlos. La Black frunció el ceño al ver el estado en el que se encontraba el jardín, le invadieron unas ganas enormes de podar aquél césped y regarlo un poco, ella amaba las plantas y era un poco penoso ver aquél escenario. Suspiró resignada ya que ese no era asunto suyo, además, ponerse hacer trabajos de jardinería en plena guardia no era buena idea.

 

Eso parece…— dijo la joven volviéndose para mirar al mago que se había sentado en una de las bancas del jardín. Ella prefirió quedarse en pie frente a él —.Creí que la familia Granger era neutral… o que al menos vivían en su mansión—. murmuró la Black volviendo a posar sus ojos en la puerta.

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Eso mismo pensaba yo —murmuró el castaño, regresando la mirada al lugar abandonado.

 

Desde que aquel apellido había llegado al mundo mágico por una sangra sucia, había tenido la idea que aquella familia era muy neutral, o por lo menos que se encontraba apoyando a la Orden del Fénix, ya que así lo hizo la primera Granger. Pero al parecer, en algún momento de la historia todo eso había cambiado, y ahora se encontraban apoyando a la Marca Tenebrosa.

 

Extraño de todas maneras, Vane —dijo, sacando su pequeña libreta de cuero negro y un boligrafo que había tomado de la última vez que había visitado un pueblo muggle—. Tengo que indagar un poco de este tema, ya que no es común que toda la familia salga de viaje. Al menos dejarían a su elfo, ¿no crees? Pero aqui lo único vivo son las plantas que tienes detrás —unas margaritas se agitaban levemente con el viento detrás de la aspirante.

 

Anotó unas cuantas palabras en su libreta y luego guardó todo. Se levantó del asiento y estiró un poco los músculos hasta llegar a donde se encontraba la Black. No tenían mucho más que hacer allí, pero no le gustaba despedir tan rápido a los aspirante que venían con ganas de encontrar más mortifagos, y no toparse con una casona vacía como lo había hecho Vane.

 

¿No conoces a algún miembro de esta familia? —preguntó. Él no conocía a ninguno, o al menos nunca se habían presentado como parientes de ellos. Es más... nunca había escuchado en los últimos meses que alguien pertenezca a los Granger.


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Por los libros que había leído, sabía que la Granger siempre había sido una familia neutral, que decidieran apoyar a los mortífagos le parecía extraño. Aún así, pensó en lo aburrido que sería ser neutral. Sin complicaciones ni peleas. La Black creía que un neutral era una persona algo egoísta ya que velaba por sus propios ideales, en cambio, estar en un bando, era pelear por los ideales de toda una comunidad. Y ella creía fielmente, que los ideales de La Marca eran los correctos.

 

La joven siguió los movimientos del mortífago con la mirada mientras pensaba que era más que extraño que la familia entera haya decidido alejarse de su hogar. Asintió con el ceño fruncido cuando el mago señaló que no habían dejado ni un elfo. Tenía razón, cualquier familia tendría elfos a su disposición, era el deber de aquellas criaturas cuidar de la mansión cuando los miembros de esta no estaban en casa. Lanzó una mirada al jardín alrededor suyo.

 

Dedujo que aquellas plantas crecerían salvajes o tal vez muriesen asfixiadas por la maleza sino se las cuidaba como era debido. Miró hacia el cielo y vio que éste se había tornado completamente negro, la noche había caído en todo Ottery. Dio un paso hacia la mansión y observó detenidamente las ventanas de los pisos superiores esperando que alguna luz se encendiera, pero no ocurrió nada.

 

Ni un luz— susurró. Miró nuevamente al Haughton—. No, no conozco a nadie de esta familia. No paro mucho en Inglaterra— reconoció la vampira.

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Guardias

 

No se sentía a gusto ingresando a una mansión que tenía los orígenes que tenía esta, quizá las tradiciones paternales se le estaban pegando, cosa que no le agradaba del todo porque sería admitir que su padre tenía razón en algunas cosas. Se peleaban cada dos minutos, no le hacía ninguna gracias aceptar su derrota, por más insignificante que fuera.

 

Había que admitir que el lugar tenía su encanto, aunque faltaban toques en el césped que lucía bastante desgarbado, si aquello sucediera en la mansión Black Lestrange, seguramente Sunev se encargaría de sancionar a los otros elfos.

 

Se había vestido con cierta distinción, en el fondo quería impactar a una familia como aquella tan manchada en la historia del mundo mágico. Demostrarle que la pureza de sangre es algo que se consigue con las generaciones, el respeto a las tradiciones y leyes; nuevamente había que darle un punto a su padre. El vestido/túnica que lucía aquella vez, era casi una reliquia familiar, lo había heredado de su madre y la lanilla del que estaba hecho ceñía el cuerpo blanquecino de la pelinegra rozando casi con miedo el dobladillo de su rodilla.

 

Sus zapatos también eran de su madre, sólo conservaba tres pares de ella y los cuidaba como oro, el modelo de hoy tenía detalles en lapislázuli, había sido mandado a hacer el día que ella nació. Sonaban como un murmullo sobre el caminillo de piedra que tenía el lugar y estaba ella tan concentrada en los recuerdos que debían atarla a ese par que casi se choca con el profesor Derek Haughton y una bruja que no conocía del todo bien.

 

- Profesor —saludó con una ligera reverencia y estiró la mano hacia su acompañante—, espero no interrumpir, Litah Black Lestrange, mucho gusto.

 

No entendía porque ambos estaban paseando por los jardines cuando deberían estar dentro indagando sobre otras cosas. Quizá era que la guardia ya había terminado y ella había aparecido demasiado tarde. Sin quererlo un rubor comenzó a teñirse en sus mejillas, no quería quedarle mal al Haughton.

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Viajas mucho, ¿eh? —murmuró, girando la vista por el lugar y fijándola finalmente en una estatua que no tenía una forma muy definida—. Bueno, entonces el lugar está abandonado, fin del asunto, nadie conoce a alguien vivo de este lugar.

 

Había cumplido con su objetivo, de encontrar algún aspecto raro en el lugar, y así lo había hecho. No había nadie conocido que viviera allí, y al no haber sido atendidos por nadie era más que obvio que iba a reportarlo a sus superiores, ellos ya se encargarían de dejar aquel lugar fuera de las guardias. No era problema del bando tener que ir a aquellos lugares.

 

Metió una de las manos en el bolsillo del pantalón, cuando un leve golpeteo en el fino camino de piedra que llevaba hasta donde ellos se encontraban lo hizo girar. La figura que se acercaba se le hizo muy familiar, pero no supo de quien era hasta que la tuvo literalmente a unos centímetros de él. Era alumna de la Academia, y él mismo le había dado la bienvenida en la clase de Generales.

 

No interrumpes nada, Litah —dijo restándole importancia con la mano al asunto para luego escuchar como se presentaba con la otra aspirante—. Ella es Vane Black y también vino por guardias. Justo estábamos terminándola, al parecer este lugar está muerto.

 

Giró levemente y con la mano enseño a la Black Lestrange de lo que se perdía. Un paraiso de colores apagados los rodeaba y la única fuente de color seguía estando a pocos pasos de ellos; un arbusto de Margaritas.


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¡Pero qué…! –la Poulain intentó reprimir una carcajada, pero le fue imposible.

 

Se había quedado dormida mientras leía el periódico recostada en la cama, pero durante el letargo se había recorrido tanto hacia la orilla que un pequeño movimiento la llevó casi al punto de caer al suelo. Por suerte la sensación de vértigo la hizo despertar a tiempo para evitar golpearse en la cabeza; no obstante había quedado en una posición ridícula, con la mitad de su cuerpo en el piso y la otra intentando sostenerse de la colcha.

 

Aún entre risas se reincorporó y se sentó a orillas de la cama. No sabía durante cuánto tiempo había estado dormida, si habían pasado horas o tan sólo algunos minutos, pero sentía los ojos sumamente pesados. Aquello comenzaba a preocuparle. Llevaba días en que a pesar de dormir lo suficiente siempre parecía tener sueño, al grado de que los ojos se le cerraban solos.

 

La puerta de su habitación estaba semiabierta. Miró a su alrededor en busca de Kiara, la Golden retriever que tenía como mascota, pero ésta no estaba. Seguramente había salido a merodear por la casa... por supuesto nadie se imaginaba que había logrado colarse a la habitación de Valeskya y estaba masticando los zapatos de la bruja. (xDD)

 

La ojiverde se estiró un poco y dio un tremendo bostezo antes de ponerse de pie y encaminarse al baño para tomar una ducha. Esperaba que aquello la reanimara. Tenía hambre y se preguntó si la hora de la comida ya había pasado. De ser así alguien lo pagaría (?). ¿Por qué no le habían avisado?

 

Lo cierto era que en ese momento los integrantes de la familia no se encontraban en la mansión. Lo más seguro era que cada uno se encontrara en sus respectivos empleos. Por eso nadie había acudido a atender el llamado del grupo de magos que estaban recorriendo los jardines. De hecho, si la pelirroja no se asomaba por la ventana o salía a tomar aire seguramente no se enteraría de que tenían visitas.

 

 

 

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Off: No sé si Sophie sea quien deba atenderlos :unsure: La latiguearé para que venga (?)

Editado por Annick Poulain

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El crepúsculo ya era inminente cuando atravesé el portón de la Mansión Granger. La edificación se alzaba ante mí, imponente, proyectando su gran sombra sobre el lado este del patio. Se veía oscurecida del lado en el que quedaba a contraluz con el sol, pero no me fijé demasiado tiempo en eso. Simplemente avancé decidida hacia la puerta y sentí la verja cerrarse detrás de mí. Llevaba unos cómodos jeans azul oscuro, una blusa blanca y un saco de hilo color gris ceniza. Mi cabello caoba bailaba detrás de mí al son de la silenciosa melodía que producía el viento.

 

Cuando llegué a la puerta, vacilé un poco antes de golpear. Pero no me detuve. Era bastante impulsiva, rasgo de mi personalidad que muchas veces deseaba no poseer. Mis nudillos golpearon la superficie dura de madera y tras tres o cuatro golpes, me alejé un paso. Esperaba que fuera mi madre, Annick, quien abriera la puerta. Tenía interés en conocer a la familia -es decir, es mi familia, ¿no?- pero me sentiría más segura y confiada si la que abría la puerta era ella.

 

Me limité a esperar mientras enrollaba un mechón de mi cabello en un dedo.

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Habían pasado tan sólo algunos minutos desde que Annick había decidido tomar una ducha. Generalmente no era tan rápida bañándose pero el hambre había tenido un efecto sorprendente. Luego de vestirse (con unos jeans cafés y una blusa beige con bordes del mismo tono de los pantalones) se dispuso a desenredar su cabello. Su forma ondulada y lo rebelde que era hacían que la tarea fueran un poco más complicada, pero en pocos minutos pudo atarlo a una media coleta.

 

La mansión aún se escuchaba bastante silenciosa, cosa que resultaba hasta cierto punto extraña, pues en general tanto las matriarcas de la familia como los hijos de Sophie solían ser un poco escandalosos y siempre había alguien hablando, gritando, riendo o provocando algún tipo de sonido o accidente. «Comienzo a pensar que tengo repelente o algo», murmuró la pelirroja al pensar que la mansión Lovegood se encontraba en la misma situación.

 

Salió de su habitación con la firme intención de asaltar la cocina. Estaba recorriendo el pasillo que conducía hacia las escaleras cuando Kiara, la Golden retriever, comenzó a ladrar, y a los pocos segundos pasó a su lado como una flecha en dirección a la entrada principal. La Poulain sospechó que alguien había tocado a la puerta; aunque no había escuchado ningún sonido pensó que podía confiar en los sentidos de su mascota.

 

Kiara, si has hecho todo ese escándalo sólo porque quieres salir te aseguro que esta noche te dejaré afuera –murmuró a sabiendas de que no cumpliría su amenaza.

 

La golden retriever ladraba y gimoteaba al mismo tiempo que intentaba arañar la puerta. Cuando la fenixiana se encontraba a mitad de las escaleras vio que uno de los elfos domésticos caminaba apresurado para atender el llamado. «Buenas tardes, señorita», lo escuchó saludar. «¡Oh, no, no hagas eso!». Por los gritos de Freddy, Annick dedujo que una vez más la perrita estaba demostrando cuán efusiva era, y supuso que estaba dando vueltas alrededor de la recién llegada o intentando lamer su rostro.

 

¡Kiara, ven aquí! –gritó justo cuando llegaba al final de las escaleras – ¿Quién es, Freddy? –preguntó mientras intentaba vislumbrar a la visita. De inmediato reconoció a la chica que estaba aún parada en el umbral de la entrada– ¡Sara! –el elfo doméstico abrió la puerta de par en par para permitirle la entrada a la castaña– ¡Pero qué alegría verte!, ¿qué haces aquí?, ¿cuándo llegaste? –las preguntas brotaban de sus labios tan rápido que seguramente aturdirían a la joven Granger.

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  • 4 semanas más tarde...

Abrió la mano izquierda, en esta apareció de la nada un pequeño pedazo de pergamino que en ocasiones le recordaba los sitios que debía ir a visitar. Aquella ocasión apareció, con letras tan chuecas como la suya propia, el nombre de la familia que debía vigilar como parte de sus asignaciones de guardián. Aquellas letras no le agradaban del todo, eso era parte de sus prejuicios para con las familias cuyos árboles no se perdían en el tiempo. Pero en aquel momento no importaba, su nueva dueña era leal a los ideales del señor Oscuro y eso era lo que en verdad tenía valor en los tiempos que corrían.

 

Él se encontraba en el Valle de Godric, por lo que le resultaba realmente imposible ir a visitar a los Granger por medos ajenos a la aparición. Como se propuso desde que leyó el nombre en el pergamino, ondeó su capa de viaje -cubriendo de esta forma todo su cuerpo- y desapareció en una voluta de una sustancia negruzca no sólida que se asemejaba mucho a la espesa niebla que solía formarse en el Lago Negro en Hogwarts. Un par de minutos luego se cuerpo volvió a tomar forma sólida a unos cuantos metros de la edificación en donde vivían los Granger.

 

Movió el cuello de un lado a otro, luego en círculo. Se encontraba algo cansado por su trabajo en la reserva de animales controlando a algunos animales que se habían molestado debido a que uno de los guarda bosques le había servido el alimento incorrecto. Comenzó a caminar, la cortesía le mandaba no aparecer directamente en la propiedad de otro mago o bruja. Tocó la puerta tres veces cuando estuvo justo frente a ella, esperando que alguien llegara a atenderlo. Dejó libre a un Hada que estaba moviéndose en su bolsillo, ella revisaría los alrededores en su nombre.

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Guardias

 

Esta vez, a diferencia de las demás, me encontraba sentada tras un escritorio, en mi habitación del Castillo Crowley. Con ambas manos juntas sobre él y mis piernas cruzadas esperaba a mi elfo doméstico traer una información valiosa. Hacía días que no me acercaba siquiera una vez a la sala de Guardianes y necesitaba tener los datos adecuados para comenzar nuevamente el trabajo que en los primeros meses me había dejado encantada. Pronto escuché un ruido seco y giré la cabeza sin sorprenderme.

 

—Aquí está la lista —me pasó una.

 

Dos minutos después salía caminando de mi habitación, bajaba las escaleras y seguidamente cruzaba el umbral. Me dirigía a la mansión Granger, una que estaba vecina a la nuestra pero no tan cerca como mis pies lo habían deseado. Las indicaciones que me dio el elfo eran fijas y concretas y yo las cumpliría. Después de todo estaba feliz haciendo ese trabajo, pues me gustaba usar mi tiempo en cosas interesantes, de vez en cuando. Mostré los dientes tras algo que parecía ser una sonrisa, hacía días que no hacía nada útil.

 

Mis pasos producían ruido al chocar mis botas negras sobre el piso. Ese día no estaba de humor para bromas ni mucho menos para dejarme estar, sin hacer nada por el bien de mi sociedad, el bando mortífago. Una vez llegado a la puerta levanté el puño derecho, con la otra mano estiré mi manga larga y mostré una mano pequeña a la luz del día. Di dos golpes sonoros y esperé que alguien me atendiese, sea quien sea, me sería valioso toparme con alguien.

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