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Familia Granger


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-Ya veo...- Dije muy tontamente a Sophie, pensando también en que luego iría a ver al otro pequeño.

 

De ser Sincero no me habría importado mucho los ataque que sufrieron Selene y su hijo, si no hubieran sido más que unas simples heridas, pero al verlos así solo sentía compasión, sobretodo por el pequeño, era imposible que hiciera algo, aún no tiene los once años, la edad mínima para tener una varita. Me giré y vi a un tiburón deshidratándose rápidamente, pero como estaba cansado, y no quería tener más cosas extrañas en la cabeza me encogí de hombros he hice de cuentas como si nunca lo hubiera visto.

 

Pronto una elfina que reconocí al instante apareció, era Nana, que venía para Auxiliar a su ama, junto con otro elfo al que no recordaba haber visto antes. Pronto Kraven apareció ahí también me hizo una reverencia a modo de saludo y miró la escena también en silencio, la criatura odiaba a Selene, no había perdido nunca una oportunidad para demostrárselo, seguro no la pateaba porque yo estaba ahí, pero si sonreía, ese elfo era malvado, pero servía bien y eso era lo que importaba, de otra forma, él no sería de utilidad y ya no estaría entre nosotros.

 

Escuché como la elfina de Selene le encargaba a Sophie cuidar del hijo de Selene hasta que ella sanara, por una parte me sentí profundamente aliviado, yo no era muy bueno levantando el ánimo ni sabía consolar dignamente, aunque aún así ayudaría en el cuidado de Luka, se lo debía a Selene. Nana se fijó en mi y me mandó una mirada que no me agradó nada, a la cual correspondí levantando una ceja incrédulo y sabía que, su mirada era por haber dejado a Selene pero había sido lo mejor dadas las circunstancias en aquel momento y no me arrepentiría. Por último lanzó una mirada asesina Kraven, tomó al niño y desapareció de allí.

 

Luna apareció en la habitación, al verla con semejante indiferencia, lo primero que me vino a la mente era que ella estaba cambiada. Y lo comprobé cuando, en vez de preocuparse por los heridos se preocupó por el costo de los arreglos, para luego continuar conmigo, con un par de aplausos sarcásticos que me molestaron mucho, habló de las responsabilidades que tenía yo con Seishiro, que no preguntara por otros y me preocupara por el que dejé hace meses, eso me hizo enojar, ella era la madrina y ahora que Rose no estaba debía cuidar de Seishiro tanto como yo.

 

-Primero ¿No hay ni un saludo para mi?- pregunté algo ofendido -Estoy fuera un condenado mes, cuando sabías que mi plan era estar fuera una semana cuando mucho, ¿y a ti solo te importa que te saque al pequeño Seishiro de encima, sin preguntar al menos si me sucedió algo?- Le pregunté indignado, esa no era la hermana que dejé cuando me fui -¡Y me acusas a mi de las responsabilidades cuando soy yo el que siempre está con el bebé, y se encarga de él! ¡Tu eres su madrina! y tienes tanta responsabilidad como yo, querida Luna, de que el pequeño esté bien y se crié sano-. Lo último que quería después de un viaje como ese, lleno de contra tiempos, era que me dijeran que no cuido bien del bebé, no se que era lo que tenía mi hermanita, pero no me gustaba.

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Lo último que el joven Cromwell se hubiera esperado al haber sido adoptado en la familia Granger era encontrarse con tan magnifica mansión propiedad de la familia. Avanzó fuera de los terrenos de la casa, iluminados por la luz del magnifico sol, mientras esperaba que las puertas se abrieran y le dieran paso, sin que ninguna de las plantas venenosas (que tan bien reconocía) le hicieran ningún daño al considerarlo un miembro más de los Granger. Caminó por el camino de entrada, y nada mas poner un pie en la entrada principal, pudo sentir la enorme cantidad de magia que se extendía por el lugar. Posiblemente era el lugar adecuado para el joven, por lo que simplemente tocó tres veces a la puerta de la mansión, justo antes de sacar su varita de su manga derecha y la usaba para que su equipaje volara hasta el lugar donde se encontraba.

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La pelirroja apareció a mitad de una de las solitarias calles de Ottery St. Catchpole, justo a unos cuantos metros de la verja de hierro que custodiaba los terrenos de la mansión Granger. Intentó sonreír ante la imagen de su cálido hogar, no obstante su rostro parecía indispuesto a obedecerle debido a que aún se sentía un poco congelada, pues el lugar que acababa de abandonar estaba siendo azotado por una tormenta de nieve.

 

Eso explicaba su atuendo, compuesto por unos jeans negros, botas altas, un abrigo también negro y una blusa de cuello de tortuga cuyo tono verde resaltaba el color de sus ojos. «Qué bueno estar en casa…» Levantó el rostro ligeramente y se dejó cubrir por los tenues rayos del sol que iluminaban el pueblo. Atravesó la verja y comenzó a andar por los jardines hasta que a lo lejos vislumbró la entrada principal de la mansión, donde al parecer había un chico esperando a que alguien lo atendiera.

 

Hola –saludó metros antes de acercarse a él y esbozó una tímida sonrisa–, ¿puedo ayudarte en algo?

 

Justo cuando terminaba de formular aquella pregunta se percató de que el joven llevaba un baúl a manera de equipaje. En ese momento la puerta de la casa se abrió y en el umbral apareció Eneas, el elfo doméstico que servía a la auror. Annick se disponía a presentarse y a pedirle al chico que entrara, pero entonces un sonido de correteo la hizo voltear hacia el interior de la mansión justo a tiempo para ver a su cachorra abalanzarse hacia ella.

 

¡Kiara!, ¡cuidado!

 

La Golden retriever, aunque aún era una cachorra, había crecido lo suficiente y había adquirido tal fuerza como para lograr que la auror se tambaleara ante su recibimiento, a tal grado que chocó contra el equipaje del mago con el que se había topado en la entrada.

 

Lo siento, en verdad lo lamento –se disculpaba la ojiverde mientras hacía uso de su varita para hacer que el baúl volviera a su lugar–. Espero que ninguna de tus pertenencias se haya dañado -comentó con preocupación-. Lo siento, es que hace semanas que no estaba en casa y parece que a mi perrita le ha dado gusto que volviera.

 

Kiara no dejaba de corretear de un lado a otro refregándose de cuando en cuando en las piernas de su dueña. A pesar de todo, la fenixiana no pudo evitar esbozar una tierna sonrisa y acarició a su querida mascota.

 

¿Eneas, estás bien? –recién había notado que el elfo se levantaba del piso, y pensó que seguramente la Golden retriever lo había tumbado en su carrera a su encuentro– Adelante, por favor –invitó al joven para que pasara–, y nuevamente me disculpo por el incidente… Por cierto, soy Annick –se presentó, dándose cuenta de que aún no lo había hecho.

 

«Asustas a los recién llegados», susurró una vocecilla muy parecida a la de su hermana. Annick sonrió ante aquel pensamiento, pero debía reconocer que aquel incidente no era nada comparado con el tipo de situaciones estrafalarias que solían ocurrir en la Granger... sin embargo la imagen que vio hizo que ese pensamiento se borrara de su mente súbitamente.

 

Parece que tuvimos visitas -murmuró- Uno no puede regresar luego de un largo viaje y entrar a su casa para descansar sin encontrarse con un desastre como éste -decía mientras se adentraba a la mansión- ¿Qué pasó?, ¿fueron mortífagos o es que hicieron una de esas fiestas alocadas que le gustan a Sophie? (???) -preguntó en voz alta esperando a que hubiera alguien de la familia cerca.

 

 

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Off: >_> regresé... y como siempre, regreso a arruinar roles porque ando más que perdida :|

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Estaba a punto de perder la paciencia e irse, puesto que había pasado una buena cantidad de tiempo desde que había llamado a la puerta, de no ser porque una joven llegaba desde los terrenos con un atuendo que insinuaba que acaba de llegar de un lugar tan frío como el propio ártico. Dio un saludo amable al joven James mientras le ofrecía su ayuda, que en aquellos momentos le serviría bastante al joven Cromwell, hasta que finalmente la puerta se abrió y dejó entrever a un pequeño elfo domestico. No se había topado con uno de esos en mucho tiempo, tanto que incluso había olvidado como podían ser. Hubiera respondido la pregunta de la recién llegada, de no ser porque una imagen se acercaba rápida y amenazadoramente a la puerta por el interior de la mansión.

 

Una Golden Retriever se había acercado, seguramente para recibir a su ama, y en medio del estruendo había pasado por encima del elfo, tumbandolo y haciendo tamabalear a su ama, que sin culpa provocó que las maletas de James cayeran. El joven no sintió en lo absoluto furia, sino que la escena le causó un interesante ataque de risa. Observó como con su varita acomodaba de nuevo el equipaje que había votado por error, mientras daba explicaciones sobre lo acabado de ocurrir. Se apresuró la chica a ayudar a levantar al elfo, tan indefenso que se veía, e invitó al joven a pasar, mientras se presentaba. James entró a la mansión, que se veía mucho más majestuosa por dentro que por fuera, a pesar de la destrucción que se veía, posiblemente producto de un asalto reciente.

 

- Es un placer. Mi nombre es James Cromwell, soy...nuevo en la familia.

 

La joven apenas se había percatado de la destrucción del lugar, mientras James ya procedía a sacar su varita y hacer sonar varios conjuros para que algunas cosas rotas empezaran a repararse. Hubiera continuado de esa forma hasta que, en medio de una broma hecha por Annik, la chica mencionó a su madre.

 

- ¿Conoces a Sophie? Es mi madre...

 

Off: Lo mas probable es que no pueda postear en un buen tiempo (Al menos uno 4 días), porque me voy de viaje, pero espero volver y ponerme al día en lo que sea que pase en la mansión.

Editado por James Cromwell
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Mizuky Aneris

 

Los dañinos rayos de un radiante sol que florecía a lo alto del cielo caían como agujas asesinas contra mi espesa capa color escarlata bajo la cual se escondía mi largo cabello enrulado color borgoña. Mis ojos azules brillaban bajo la sombra de la capucha y mis pasos resonaban en los jardines de la Granger donde unos duendecillos alborotaban las flores.

 

Iba con el corazón frío y un objetivo fijo, recuperar lo que era de mi propia sangre. Necesitaba hablar con Joacoo, preguntarle por mi madre y saber qué fue del hijo que ella esperaba. Sabía que él no tenía una buena imagen mía así como yo jamás lo aprecié. Aunque valoré el hecho de que halla querido a mi madre y por alguna razón ella le tenía demasiada confianza y eso era muy difícil de lograr.

Era por esa razón que pensé que él sabría la ubicación de mi hermano y de mi madre.

 

Ingresé a la mansión en la que un elfo apareció al instante.

-¿Nombre?- preguntó.

-Mizuky Aneris Triviani- dije con la voz fuerte y la mirada seria clavada en los grandes y saltones ojos de la criatura -Busco a Joacoo Lestrange con urgencia.

 

El elfo desapareció al instante dejándome sola en el vestíbulo. Recorrí con la mirada los retratos de las paredes, con hombres conversando entre sí y mujeres peinándose el cabello, en un cuadro había una hermosa jovencita tocando el arpa. Admiré los rústicos muebles adornados con floreros que llevaban extrañas flores de distintos colores.

 

Me senté sobre un cómodo sillon de cuero y crucé mis desnudas piernas bajo la oscura pollera oculta en la capa. Miré mi reloj de bolsillo, eran apenas las diez de la mañana. Domingo. Tendríamos bastante tiempo para conversar viejos dramas del pasado.

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Despertaba de una buena noche de sueño, en el primer día del 2012, las cortinas hechizadas que se mantenían abiertas por la noche, ya que me gustaba mirar por la ventana, se cerraron ahora, cubriendo el radiante sol, que había en esa mañana, suerte que no tenía motivos para salir hoy. Me levanté procurando no hacer ruido para no despertar al pequeño Seishiro, que ya estaba pasando por su tercer sueño, y lo hacía con suma tranquilidad, lo que al verlo me daban ganas de seguir durmiendo, pero sabía que yo no lo lograría como lo hacía el pequeño, que envidia.

 

Me dirigí directo a darme, un relajante baño, como todos los días, ya que sin un baño y volvía a la cama o estaba de mal humor todos los días, era lo necesario, para comenzar un buen día. Estuve cerca de una hora en la bañera, hasta que decidí que seguir ahí dentro sería demasiado, suspiré y salí. Tardé algunos minutos mas peinándome, y eligiendo algunos de los perfumes, cuando al fin estuve listo, envuelto en una de mis toallas verdes solo faltaba elegir mi atuendo.

 

Algo simple para ese día, un pantalón azul oscuro, una camisa con finas franjas de plata, y unos zapatos, azules también con eso ya estaba listo. Di otro vistazo a Seishiro que seguía durmiendo, no había duda de que el pequeñito era de buen dormir, sonreí, al verlo, y como no tenía interés en despertarlo, por lo que simplemente salí de mi habitación por el arco que la estatua dejaba libre, y me dirigí directo al comedor.

 

Al llegar me encontré con mi servicial Kraven que me preparaba todo el desayuno, café con crema, magdalenas, y mi infaltable copa de sangre. Tomé el desayuno con suma tranquilidad, primero el café, luego las magdalenas, que en este caso eran de vainilla. Al menos hasta que alguien llegó a la mansión, me extraño que alguien viniera de mañana, pero me encogí de hombros, no era de mi incumbencia, seguro no era en mi búsqueda.

 

-Amo, una joven muy descortés con Kraven lo busca, dice que es urgente- Anunció mi elfo, con visible molestia, lo que a mi me causó gracia, me hizo acordar cuando recibía a Rosie.

 

-Bien Kraven, iré enseguida, limpia aquí y ve a cuidar a Seishiro luego, toma una galleta si quieres, has servido bien- Le dije serio, tomé mi copa de sangre, y fui hacia el vestíbulo.

 

Disimuladamente miré quien era, la joven que me buscaba, y al verla casi se me cae la copa de las manos, por la sorpresa, y no del todo agradable. Quien me esperaba sentada en uno de los sillones del vestíbulo era una de las últimas personas que esperaba, o deseara ver, Mizuky, la hija de Rose ¿Que hacía aquí? nunca tuvimos buena relación, no entendía para que quería verme, pero seguro pronto lo averiguaría, tomé un sorbo de sangre y entré en la habitación.

 

-Mizuky...- dije a modo de saludo, no muy cortes ni propio de mi, pero era lo mejor que podía decir -No esperaba verte por aquí, ¿que se te ofrece?- Le pregunté con evidente curiosidad, quedándome a unos pasos de la entrada al vestíbulo.

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Sentí el delicioso perfume de la sangre provenir del otro lado de una puerta de madera. Aroma que logró teñir mis azulados ojos a un rojo vivo. Mi garganta empezó a sentirse seca, muy seca, y los humos empezaron a subirse a mi cabeza.

 

Mi madre sabía muy bien lo que hacía,no era tonta, pero me había dejado un enorme abanico abierto a cientos de dudas.

¿Dónde estaba ella? Y mi hermano ¿Qué había sido de él?

Lamenté entonces haberlos abandonado, haberme ido cinco largos años de cacería a Sur América. Pero allí mi mente se liberó de todo y de todos y pude pensar, pensar durante aquel estado inhumano en el que solo asesinaba. Pensar en mi madre, en sus amores, en mis hijas y en el hombre que pretendía olvidar.

 

No estaba allí para reprocharle a Joacoo su amor con mi madre. Simplemente estaba buscando respuestas.

 

El joven apareció ante mis ojos sorprendido. Sin creer que estaba ante su presencia. Se veía bien vestido, recién bañado y su el aroma de su perfume era aún más fuerte que el de la sangre que quedaba en la copa que posaba entre sus dedos.

Me puse de pié, resignada a entablar una conversación sin enojos ni peleas, o al menos eso pretendía. Lo miré a sus pequeños ojos azules e incliné un poco la cabeza a modo de saludo.

 

-Busco respuestas sobre mi madre- dije con voz clara y suave, y con la mirada serena que poco a poco volvía a recuperar el natural color azul de mis ojos.

 

Miré al joven con compasión, con el corazón de madre, de hija y de hermana latiendo en mis palabras.

-¿Donde está?

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Asentí también, correspondiendo a su saludo, y le indiqué que se sentara en el sillón en el que estaba sentada, me senté frente a ella, y bebí un sorbo de sangre, fresca y deliciosa. El tono que la joven usó fue más sorprendente aún, en la única oportunidad en que nos vimos me amenazó, nunca hubiera pensado que ella empleara ese tono en mi, sin embargo se notaba que no quería una discusión o pelea a la que yo no estaba dispuesto, por lo que la charla sería mucho más tranquila.

 

El tema de conversación que eligió era el que menos quería tratar, y menos aún con ella, explicarle a una amiga ya era complicado, imaginarme como sería explicárselo a su propia hija sería aún peor. Pero bien, podría soportar eso una vez más pero esperaba no volver tener que hacerlo, y no pasar por lo mismo, porque además de ver mal a otras personas, aunque generalmente no me importaba, recordaba malos recuerdos.

 

-¿Te apetece un poco de sangre? Es fresca- Le ofrecí antes de comenzar así hacía tiempo y juntaba fuerza, y voluntad.

 

-Bien sobre tu madre...- Le dije luego de que Kraven viniera con una botella de sangre y una copa -Ella se cambió el nombre ya no era Silverlyn era Rose- dije primero dando las noticias de menor impacto -Y... ella... ya no está- dije apurado y bebí un sorbo de sangre para tranquilizarme -Hay dos versiones, Luna, dice que ella se fue lejos para no volver, le dejó una carta al parecer, pero a mi también me dejó una carta que contradice la de Luna- dije mirándole a los ojos -A mi me escribió que ella se suicidaría lejos de aquí para que no se lo impidiéramos, que se lo dijera a Luna, que le ocultara la verdad a Seishiro, y que le dijera que yo era su padre, que no le dijera nunca nada sobre ella o su padre, que se lo ocultara a él especialmente- Le dije casi finalizando -y tratándose de ella y de como sufrió el último tiempo aquí temo, que si creo que se haya suicidado-. Le dije tragando con tristeza.

 

Bebí otro sorbo de sangre recordando la imagen de mi amada Rose, y por un momento me vino a la mente su cuerpo inerte en algún bosque oscuro, un lugar horrible para morir. Sacudí la cabeza para quitarme esos pensamientos y miré a Mizuky espera su reacción o que dijera algo, no sabría como reaccionaría pero mis habilidades para consolar era espantosa, y en este caso la situación era peor, no tenía mucha relación con ella por lo que no podría acercarme y abrazarla, tendría que contemplarlo, suspiré.

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Nos sentamos en el mismo sillón del cual me había levantado. Me crucé de piernas y acepté amablemente una copa de sangre. Aquello me tranquilizaría.

Mientras Joacoo se preparaba para contar lo sucedido un elfo apareció y me dio una copa en la cual vertió sangre fresca y espesa.

 

Escuché atentamente sus palabras y percibí lo difícil que era para él pronunciarlas. Pero aún así necesitaba oírlas aunque cada una era como un puñal que se clavaba en mi pecho, pues éste me había empezado a doler, o al menos eso imaginaba ya que mi cuerpo por dentro estaba muerto.

 

En otro momento hubiera llorado. Pero tan solo quería matar. Sin mi varita, sin nada, deseaba estrangular con mis propias manos a aquellos que provocaron su muerte, a aquellos que la hirieron y después entregarme viva a los cuervos por haberla abandonado en sus peores momentos.

Sin embargo Silverlyn ya lo había hecho una vez frente a mis ojos y los de mi padre, Alexander. Ella se asesinó con su hechizo favorito y no me permitió defenderla.

Mis ojos recobraron el vivo color de la sangre y mi corazón petrificado se teñía de negro.

-Quienes…- dije con amargura –¿Quienes la lastimaron?

Miré hacia la ventana donde el sol relucía a lo alto. Sentía deseos de salir desnuda a los jardines y que los asesinos rayos del sol me convirtieran en piedra. Pues merecía eso y mucho más. Pero no sin antes vengar su nombre.

Bebí de mi copa y en un suspiro acabé toda la sangre de su contenido. Había reemplazado las lágrimas por furia y tan solo había una cosa que podría aliviar mi esencia en ese momento.

-Si Silverlyn te dio a mi hermano, es su voluntad. Tú serás su padre si así lo dispones y no interferiré en ello- Mi madre sabía lo que hacía y no iba a ser yo quien desmeresca sus últimas palabras.–Pero soy su hermana. Y es por esa razón que lo llevaré a casa de vez en cuando para que mis hijas lo conozcan y le den el amor de familia que merece tener.

 

La imaginé en el momento en que escribía esas cartas. Con sus ojos hermosos ojos bañados en lágrimas y su corazón contando sus últimos latidos. Aquellas imágenes destruían mi alma.

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Antes de sacar su varita para ayudar con las reparaciones de la mansión, o incluso para asegurarse de que ya no se corría peligro, Annick tuvo que desprenderse del abrigo que llevaba puesto. Eneas lo tomó de inmediato junto con el resto del equipaje de la ojiverde para llevarlos a la habitación de ésta.

 

¿Sophie? ¿Sophie es tu madre? –mientras pronunciaba esas palabras levantó la ceja derecha como gesto de sorpresa–. Claro que la conozco. Es mi prima.

 

La ojiverde tenía que reconocer que a pesar del tiempo que conocía a Sophie aún no dejaba de sorprenderse cuando alguno de los numerosos hijos de la rubia aparecía. «Me pregunto cuántos hijos más tendrá regados por el mundo…», pensó para sí misma un poco contrariada (xD).

 

Bueno James, pues bienvenido –expresó con voz melodiosa esbozando una sonrisa–. Espero que pronto te acostumbres a tu nuevo hogar y que el lugar sea de tu agrado –añadió guiñando el ojo derecho.

 

Tomó a Ilmarë, su fiel varita, y comenzó a hacer algunas reparaciones murmurando algunos hechizos, y en una de esas ocasiones echó un mirada de soslayo a James, quien había tenido la mala suerte de llegar a la mansión justo en uno de esos momentos en que lucía tan mal.

 

¡Oh, pero qué descortés soy! –dijo de pronto con exaltación– ¿Te apetece algo de tomar o comer? Seguro has hecho un largo viaje, ¿o no? –y con curiosidad añadió– ¿De dónde vienes?

 

 

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Off: No te preocupess James, parece que muchos andamos de vagaciones >_> xD

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