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^ High Flights ^ (MM B: 87651)


Mackenzie Yellbridge
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El mal tiempo había llegado al pueblo y la carpa del Circo se bamboleó de forma muy violenta ante el rugido del viento. El personal formado por los enanos, elfos y humanos que formaban una familia unidad en aquel negocio, consiguió a duras penas sujetar todo para impedir que volara lejos. Los animales fueron puestos a cubiertos y los carromatos apelotonados en el interior de la carpa, para evitar que desaparecieron en alguna de las bandadas. Además, la nieve había hecho mella en los caminos. Durante unos días no habría función; era mejor permanecer bajo la gran tela que dejaría fuera el frío y protegería a todos los que habitaban allá.

 

Sagitas fue la última en irse a dormir, tras cerciorarse que todos habían tomado un café caliente o una tisana, para favorecer el descanso. El tiempo inclemente les había traído, al menos durante un par de días, un merecido sosiego. Después de comprobar que todos estaban en sus carromatos, que los animales estaban a salvo y que la nieve no causaría mucho estropicio en su entorno, abrió la puerta de su propio carromato y se quitó los ropajes de la función. Suspiró, el día había sido muy cansado. Se dormía ya, sin entrar casi en la cama. Apenas tuvo tiempo de ponerse un camisón largo, con puntillas en el cuello, que le daba un aire antiguo. Era cómodo y calentito. Se metió en las sábanas y se meció un poco para entrar en calor, aunque al instante quedó dormida.

 

Tuvo pesadillas.

 

En su sueño, caminaba descalza por una montaña nevada, con una vieja y desgastada maleta. Los árboles parecían combarse ante el movimiento del viento, que azotaba sus ramas de forma tan violenta que amenazaban romperse en el próximo envite. Sagitas no sentía frío, a pesar que sus pies iban despojados de todo calzado y que sólo aquella camisola de abuela cubría su piel. Sus huellas desaparecían casi al instante, cubiertas por los copos de una terrible ventisca de nieve. Ella no lo notaba, pero cada vez caminaba más torpemente, cada vez le costaba avanzar un poco más. Aquel lugar estaba desolada por el blanco manto que pronto la cubriría a ella si no llegaba a algún lugar al que guarecerse.

 

Sagitas, la real, se movió inquieta en la cama. Las sábanas estabas revueltas, como si hubiera estado caminando dentro de ellas. La otra Sagitas, la de tez pálida por el frío y labios casi azulados, seguía caminando por la nieve hasta que el viento, tal vez compasivo, la empujó hacia una gruta que se abría en la montaña. Tal vez fue el viento, tal vez la suerte o tal vez la influencia de alguien que la llamaba, pero Sagitas entró en busca de cobijo. Sólo entonces se dio cuenta que el frío era intenso. Tiritaba.

 

Miró al frente, sin ver. Sagitas la real temblaba en la cama, contagiada por el frío de su pesadilla.

 

¿Pero era una pesadilla de verdad o realmente estaba viviendo aquello?

 

-- Soy la Cuenta-Cuentos -- se oyó decir en un eco que enlazaba la pequeña habitación del Circo con el espacio natural de aquella montaña perdida, como si fuera una. O tal vez eran una, sin entender como podía haber sucedido eso. -- Mi maleta de las burbujas está llena de ellos. ¿Queréis que la abra?

 

Sagitas se removió inquieta en su cama. Hacía muchos años que había enterrado aquella maleta en el lugar más oscuro del Circo para evitar que salieran aquellas historias. ¿Cómo es que la sostenía en la mano con tanta firmeza, enseñándosela a una persona mayor y a un hombre a quien creía reconocer? Negó con la cabeza pero la almohada le impidió seguir con el gesto.

 

-- No. No lo hagas. La maleta está cerrada con magia. Sólo magia puede abrirla. No la abras. No lo hagas. Los cuentos no pueden ser liberados... -- musitó, antes de quedarse dormida de nuevo, con las sábanas deshechas a los pies de la cama.

 

La Sagitas pálida extendió la maleta hacia ellos, ofreciéndosela. Tal vez, si el rostro de la Cuenta-Cuentos no estuviera casi congelado, hubiera parecido que sonreía.

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Los ojos de Alfred se abrieron tanto que parecía que se le fueran a salir de sus órbitas. Él conocía a la recién llegada, era una clienta habitual del parque. En realidad, era mucho más que eso, era la directora del Departamento de Accidentes, toda una personalidad ministerial. ¿Qué hacía allí? Peor todavía, ¿qué hacía allí, a punto de congelarse, vestida con camisola de dormir y con una vieja y deslustrada maleta en la mano? Estaba tan anonadado que las palabras no salían de su boca. Cerró los ojos, los volvió a abrir... seguía allí. Se los frotó con saña... nada. Allí seguía ella. Por extraño que pareciera, aquello era real.

 

Todavía desconcertado y sin saber cómo reaccionar, escuchó a la mujer presentarse como la Cuenta-Cuentos y sus atónitos ojos se quedaron clavados en la maleta que les estaba ofreciendo abrir. Una maleta llena de cuentos, según decía Sagitas. ¿De verdad era ella? ¿De verdad aquella mujer era la todopoderosa Sagitas? Decían que tenía al Ministerio en un puño, que sus redes de información estaban aún más extendidas que las de la oficina del ministro, que lo sabía todo de todos, en fin... de Sagitas se decían muchas cosas, pero por más que regentara un conocido Circo, Alfred jamás se la habría imaginado como una cuenta-cuentos. Y ese aire extraño que rodeaba a Sagitas... ¿qué era aquéllo?

 

No fue Alfred quien respondió al ofrecimiento de Sagitas. La mujer que pretendía ser la Navidad no había apartado la mirada de ella, desde que entró en la cueva, y en su rostro se dibujaba una cálida sonrisa.

 

- ¡Oh, vamos! Colecciono cuentos, pero no maletas -su risa, suave y cálida, resonó en las paredes de la cueva-. Esos cuentos son tuyos, ¿no? ¡Quién osaría tomarlos! Yo no, desde luego. No soy uno de esos editores modernos que devoran historias ajenas. Yo me conformo con menos, aunque eso sí, me gustan las cosas auténticas.

 

Pronunció las últimas palabras de una forma tan lenta y cadenciosa que Alfred sintió que había un insondable misterio en torno a ellas. Casi parecían música. Pero no una música llena de ritmo y sonidos, sino más bien, como la melodía que el viento le canta a la luna, antes de atraparla entre las nubes o como el cantar de las aguas, bajando entre frondosos árboles, por un riachuelo empedrado.

 

- ¡Vamos, vamos, estás helada! ¡Siéntate con nosotros junto al fuego, pequeña! -A pesar de la clara indicación, las palabras de la Navidad no sonaron como una orden, sino más bien, como una invitación-. Debes de estar cansada -continuó la anciana, antes de quedarse en silencio un instante, como si meditara lo que acababa de decir. Después, hizo un gesto con la mano, descartando algo que acababa de pensar y continuó hablando sin pausa. -Sí, ya sé que los sueños son livianos, pero en estos tiempos, soñar es un trabajo pesado. ¿No es cierto?

 

Fue en aquel preciso momento, cuando Alfred cayó en qué era ese aire extraño que apreciaba en Sagitas y que hasta entonces no había sabido identificar. ¡Liviano! Sagitas parecía liviana, tenue, sutil... era como si una sombra más, de las muchas que jugueteaban en la cueva al compás del fuego, se hubiera hecho carne y hueso, pero sin llegar a serlo. No del todo.

 

- Hola Sagitas, ¿me recuerdas? Soy Alfred, el encargado del parque. ¿Eres realmente tu? ¿Cómo has llegado hasta aquí? - Preguntó Alfred con cuidado.

 

- Sin prisas, muchacho, sin prisas -terció la anciana- Todo a su debido tiempo.

 

La anciana que decía ser la Navidad pasó una mano rápida por encima de las llamas, que sorprendentemente no se quemó. Fue como si agitara las llamas y éstas crearon unas diminutas chispas de colores, como pequeños cristales, que fueron a posarse sobre Sagitas. Durante un instante, una iridiscencia multicolor cubrió a la joven y luego, sin prisas, se fueron apagando. El rostro de Sagitas recuperó color y a Alfred le pareció que su cuerpo se volvía más pesado, menos liviano. Aún así, seguía teniendo un aire irreal.

 

- Una cuenta-cuentos, entonces. ¡Genial! El muchacho no tiene aspecto de saber muchos cuentos, ¿sabes? Probablemente él piensa que no valen la pena. Pero supongo que, si eres lo que dices ser, tu opinión debe ser muy diferente ¿no? ¡Ah! ¡Cuánto me alegraría escuchar un cuento auténtico! ¡Hace tanto tiempo! ¿Tienes alguno en esa maleta? ¿Quizás podrías recuperarlo y compartirlo con nosotros? Aunque, si está encerrado ahí dentro -la anciana miró la maleta con una mezcla de tristeza y desagrado- quizás ya se haya perdido para siempre. Quizás ya no sea un cuento auténtico.

 

La Navidad miró fijamente a Sagitas y sus ojos perdieron el brillo que aleteaba en ellos desde que la joven había entrado en la cueva. Volvieron a ser los ojos marchitos y pesados de una anciana que ha visto más de lo que desearía ver. Su mirada se posó, quedamente, en las llamas del fuego y suspiró. Cuando alzó la cabeza de nuevo, parecía muy vieja y cansada.

 

- ¿Acaso vuestro corazón ya no recuerda?

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If you can meet with Triumph and Disaster and treat those two impostors just the same.
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Sagitas ni parpadeaba; escuchaba apenas lo que decía aquella mujer mayor, sin pensar en lo extraño que era aquella situación, tres personas desconocidas hablando en una gruta escondida. Seguía con la mano extendida y no la bajo, ni siquiera cuando aquella dulce y misteriosa mujer rechazó la cochambrosa maleta. Siguió allá, como si no fuera la respuesta correcta. Giró levemente la cabeza en un pequeño ángulo lateral, como si pretendiera escuchar algo que no estaba lejos, aunque no cerca, algo que se movía por algún sitio de aquella zona; o tal vez no; algo que ella parecía oír sin que los demás la detectaran.

 

-- No estoy cansada. No tengo frío -- dijo, al fin, volviendo a enderezar la cabeza y esbozando una tenue sonrisa. El calor azulado de sus labios anunciaba lo contrario. Sagitas estaba aterida, aunque tal vez en este plano no lo notara.

 

El compañero, aquel joven rubio con ojos claros, le dirigió la palabra. Sagitas siguió mirando a la mujer, sin pestañear, sin hacer caso de aquellas palabras con las que pretendía aseverar que la conocía. De forma repentina, torció la cabeza hacia él, con la mano aún extendida. Aquella maleta casi parecía tener vida propia, parecía haber girado a Sagitas hacia él.

 

-- Alfred... -- susurró, con una voz casi inexistente. Después la voz se hizo más fría y más firme. -- ¿Quieres tú mi maleta? ¿Quieres abrirla?

 

Y pareció que el tiempo se detenía unos instantes, rígida, esperando su respuesta, con la maleta inclinada hacia él en una invitación imposible de denegar, cuando la mujer hizo un gesto que hizo retroceder un paso a Sagitas, como si la hubiera quemado con aquella luz iridiscente que la rodeaba. Sagitas, la real, la que dormitaba en una cama deshecha, encogida de fría y con los pies descalzos buscando los restos de unas sábanas ya caídas, murmuró un par de "no, no" con los que instó al hombre a no tomar la maleta. Pareció que la luz la animaba, por lo que Sagitas se incorporó mirando a los lados, en su viejo carromato.

 

Buscó con la mirada; delante de ella veía una cómoda con ropa tirada de cualquier manera, una silla coja que no podía tirar porque le recordaba a Phanser; el antiguo director del Circo se la había dejado en herencia cuando se fue. También vio el biombo de madera oscura que había conseguido en una de las actuaciones en una antigua ciudad de Persia. Un armario con una luna vieja le enseñó su figura, envuelta en aquel camisón antiguo. Sobre el pelo aún ardía una ascua que se fue apagando, dejando la instancia a oscuras.

 

Sagitas se contempló en el espejo y alargó la mano, cerrada hacia él. Después la abrió. En la gruta, la Sagitas que estaba delante de Alfred, dejó caer la maleta que cayó sobre una de sus esquinas, se volteó, se giró, como si huyera del fuego, y después quedó quieta, a cierta distancia, entre los pies de la mujer cana y de la Sagitas que parpadeaba.

 

Asintió brevemente y esbozó una sonrisa, como si pidiera disculpas a los presentes, antes de hablar.

 

-- Los cuentos de la maleta son fragmentos de vida ajenas arrancados de su pecho. No son buenos. Hace mucho tiempo que dejé de ser Cuenta Cuentos por eso. Hacían daño.

 

Sagitas bajó la mano y se miró los pies. La Sagitas sentada en el borde de la cama movió los dedos, para hacerlos entrar en calor. Es lo único que se movía en aquel momento en el viejo carromato del Circo.

 

-- Pero recuerdo un cuento. Tal vez quieran oírlo. Es sobre una cámara de fotos que retrataba lo que no se veía y todos la temían.

 

Sagitas permaneció quieta, mirando el fuego, recordando... La misma expresión perdida se reflejaba en la mujer del Circo que se asomaba a aquel espejo de un armario deslucido.

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EN EL CIRCO

-Qué quieres decir con que no ha salido de su carromato y que esta sellado completamente de manera que nadie pueda ingresar?

-Pues eso mismo... que te has quedado sorda? Estabamos tratando de despertarla porque se nos ha caído una buena parte de las carpas y debemos de arreglarla, además de que no tenemos tanto espacio en los rediles de los animales como para juntarlos a todos y que conserven algo de calor... y cierta harpía no deja que los ingresemos al invernadero ¬¬

-Pues naturalmente que no... y que me coman todas las plantas? y para que te lo sepas, soy un vampiro, no una harpía... agarrate un buen diccionario antes de que yo te lo proporcione ¬¬

El duende comenzó a soltar un torrente de palabras que no se distinguían y para la mujer de cabellos rojos aquello era lo mejor porque como entendiera una sola de ellas, la agarraría a hechizos en contra de la criatura y seguramente su hermana de cabellos violetas la reñiría por maltrato a los trabajadores del circo

Aquella noche, la mujer de ojos rojos había andado hasta la edificación de cristal donde se guardaban todas sus plantas y se había despedido de estas para luego, asegurarse de que todos sus animalitos estuviesen en optimas condiciones y de ahí, se volvía a la casita Snape

Desde que la hubiese recuperado no quería pasar una sola noche lejos de esta

Y era feliz así

Y con el frío que había comenzado a hacer tan de repente había recordado que deseaba arreglar algunos pequeños desperfectos como el agujero del atico por donde seguramente se colaría aquella nevada que no era normal tomando en cuenta que el tiempo hasta hacía poco había estado lo mas normal posible para el sitio donde se encontraban

Pero entonces, había llegado la lechuza

Y ahora se encontraba ahí, en el circo de vuelta y con mas de la mitad de los laborantes soltando juramentos puesto que la nevadita se había transformado casi que en tormenta y la directora del lugar continuaba mas dormida que un oso en hibernación; ni siquiera el enorme cumulo de cristales blancos sobre su techo parecía alertarla o que el viento le moviese el carromato

Suspiró profundamente y se abrigó mejor antes de avanzar hacia la puerta de su hermana y tocar varias veces, sintiendo la magia que parecía rodear aquel vehículo-habitación y que al parecer, era la causa de que los enanos no pudiesen abrirlo

Cosa rara, cuando la magia de aquellas criaturas en sí era poderosa

-Sagitas... SAGITAS!!- llamó cerrando el puño y golpeando algunas veces intentando escuchar si había alguien o su hermana reaccionaba de alguna manera

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  • 2 semanas más tarde...

Sagitas esperaba una respuesta, quieta, mirando delante, muy por delante de la fogata tras la que estaban el hombre guardián del parque y la mujer mayor que pedía cuentos. Sagitas no se movía, ni allá, con los ojos algo turbios, ni aquella que miraba la puerta desconchada de un armario viejo, con la luna ajada por algunos laterales.

 

-- Es un cuento interesante -- insistió, de nuevo, tras el minuto de silencio.

 

La Sagitas descalza torció de nuevo la cabeza, oyendo unos ruidos. Los golpes eran incesantes, aunque allá dentro no se oía nada. Mas parecía que el ruido lo traía el viento, arrastrando sílabas que se hacían palabras, que se hacían sonidos articulados, que se hacían mensajes.

 

-- Estoy ocupada -- dijo Sagitas, mirando el fuego. -- No quiero interrupciones -- dijo y alargó la mano hacia un lateral de la cueva donde no había más que piedra y musgo congelado.

 

Sagitas, en el Circo, había alargado su mano y rozó la puerta de entrada con la punta de los dedos, como si con eso sirviera para impedir que se abriera. Su mirada seguía perdida en el armario, viendo la luz que salía del espejo.

 

-- Estoy ocupada. No quiero interrupciones. He de contar un cuento...

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  • 4 meses más tarde...

Asì de pronto, había llegado hasta ahí con la ayuda del elfo...

Le agradaba bastante lo eficientes que son los elfos. Le había pedido un lugar para salir de la rutina que le estaba aplastando como plomo.

 

Ultimamente, se sentía con aquel sentimiento de inconformidad. Deseaba tanto algo más emocionante que caminar arriba - abajo las calles del Callejón Diagón.

 

Y al verlo asì, el elfo le ofreció trarelo a este sitio, un lugar con muchas actividades para realizar y ademàs incluido, podía hospedarse en el castillo.

 

La vista era fabulosa, y su interes comenzò a despertar.

 

---Bueno, muy agradable, creo que es un lugar muy prometedor, ire primero a pedir habitación para hospedarme y concluido eso, buscaré que actividades puedo iniciar ahora mismo. ¡Gracias, parece que será muy divertido!

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  • 2 semanas más tarde...

La vista era bella...una lastima venir por canales no comunes....sino en una larga caminata hasta los linderos del parque..pero asi uno podria respirar mejor el aire puro....y beber agua del primer arrollo que me crezace en mi camino...si....era un buen dia para relajarme de los agobiantes asuntos de Londres que que mejor lugar que este...sin reservacion..solo en contacto directo con la naturaleza....y bueno...si a eso le agregabamos la compañia perfecta..que mas se podia pedir...

 

Asi....ya cuando comenzaba a atardecer comence a preparar el lugar...habia tenido una buena sesion de pesca...ademas de algunos trozos de carne que habia traido conmigo...si seria algo elemental...pero eso era lo de menos en la cita programada....prepare la parrillada y avive el fuego....estaba en la cima de uno de los mazisos que rodeaban el parque...teniendo una vista hermosa de este...mas abajo...ademas de que si no se nublaba la noche...podriamos tener una bueno conversacion con las estrellas....junto al fuego caliente...

 

Ahh...y otra cosa...tambien ademas de los alimentos...se me habia olvidado sacar de la tienda que habia creado...(sin olor a guardado...o mohosa)..una botella de bebida fina..un vino para la ocasion....sin mas prepare una mesa algo rustica....si se le podia llamar asi...a una piedra plana circular...alrededor de la cual sentarnos en el suelo.

 

-Bien espero que no demore mucho..-dije sonriendo mientras preparaba las copas

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Sonreí ante la invitación de Sean, no me lo esperaba y estaba de un humor excelente para complacerlo, además que era un momento excelente para nosotros como pareja lejos de la influencia de mis hermanos y mi madre y su familia, los dos solos, en un lugar solo, algo... intimo. Aunque no sabía el porque había escogido un parque, me gustaba mucho la idea de tener una cita normal con Sean.

 

Seguí las indicaciones de mi novio y me deje llevar entre el olor a parrillada y los senderos matutinos, sonreí contemplando el ambiente y me deje llevar por la paz y el ambiente que se respiraba, tal vez esa era la razón por la que Sean había escogido el lugar... Era alejado de todo, lejos de la familia, del trabajo y de todo y sobre todo lejos de los problemas. Vi a Sean con una copa en las manos y me acerqué a él, deposite un beso en su mejilla y otro en sus labios:

 

-¿Estuviste mucho tiempo esperándome?

Siempre seré tu hija... Reiven Grindewald te quiero // NiqQIUZ.gif

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-Mucho tiempo???....-le sonrei- depende...si el tiempo lo midiera un muggle....no...no seria mucho tiempo- la abrace para tenerla mas cerca- pero si lo mide mi corazon...fue una eternidad...te extrañe preciosa.- y sin mas volvi a beber de esa fuente milagrosa que era sus labios...

 

Al terminal la tome de la mano....y me acerque al borde del acantilado para que viera el paisaje que se extendia mas abajo..un hermoso valle rodeado de montañas...con el sol...ocultandise a lontananza...bañandonos con sus caracteristicos ultimos rayos color naranja...que coloreaban las nubes sobre nosotros....algo bello en verdad...aun asi..preferia los amaneceres...

 

-Al menos esta no sera una cita convensional- de dije al oido para despues sonreir mientras la abrazaba pegada a su espalda....ambos deleitandonos de la preciosa vista.

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Sonreí ante sus palabras, nunca me había llamado preciosa y eso me hizo sonrojar, aunque no tanto como la sensación de sus labios sobre los míos, lo bese con profusión mientras acariciaba su rostro y su cabello, tomé su mano y le di un leve apretón mientras me dirigía al borde del acantilado y me concentré en mirar el paisaje que nos rodeaba, todo el resplandor de la naturaleza, toda la belleza que nos rodeaba, me acomodé entre sus brazos mirando el atardecer y no pude evitar sonreír sintiéndome satisfecha. Sonreí ante la vista y ante sus palabras mientras me apoyaba en su pecho para capturar sus labios en un beso suave y satisfecho:

 

-¿no es una cita convencional? Aun así la vista es perfecta y la intensión lo es todo amor... - capture sus labios en un beso mas y le susurré - Te amo... - volví a mirar al horizonte mientras me deleitaba con la paz de estar a solas con Sean y de disfrutar de estos momentos de vitalidad con él...

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Guest
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