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Las Puertas de Asfódelo


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Parecía que aparte de las dos brujas que allí estaban @ Sean -Ojo Loco- Linmer  debería llamar a otra más para unirse a ellos para saber quien era la persona que estaba secuestrando a aquellas mujeres y de la cual parecía que Sean tenía mas información que ella misma de hasta el lugar que tenían que ir. Pudo ver como había en aquel lugar un baúl que había hecho aparecer aquel mago de ojos azules y grisáceos donde por lo visto había un montón de abrigos.

Se acercó al lugar para tomar uno de ellos que parecía mas cálido que su gabardina, además de unos guantes para sus manos. Observó que @ Idylla Macnair T. no tomaba un abrigo, lo que la extraño, aquella bruja debía de ser mas que una bruja otro ser que no llegaba mucho a descifrar que sería pues suficiente tenía la mente en averiguar que primer paso deberían de tomar.

Cuando estuvo preparada y la puerta del almacén activa para comenzar el viaje hacia Perú, la española siguió al mago y a la bruja de cabellos azules donde aprovecho, no iba a decir que no, de la figura de la Macnair por un momento antes de atravesar la puerta que la llevaría al trasladador. Por suerte la peliazul estaba pasando a segundo plano gracia a otra bruja que había conocido hacia pocos días y con la que parecía tener cierto  magnetismo. 

Al atravesar el lugar comprobó el frío que hacia en el lugar y copio  la idea de Idylla de cambiar sus botines por unas botas de nieve mas planas y que la ayudarían a tener los pies caliente y a poder pisar por la nieve.—Has tenido buena idea Macnair...—Se dirigió a la licantropa sin mirarla mucho pero ofreciéndola la palabra puesto que si iban a trabajar juntas debería retirar de su cabeza su malestar con ella.

—¿Y ahora que?—Le preguntó al Linmer al ver que había mas gente a por Asfedelo y no solo ellos, aquello seguramente iba a complicar las cosas o aquella investigación, estaba claro. Además parecía que faltaba todavía la cuarta persona que iba a conformar aquel grupo y que todavía no había llegado hasta ellos.

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Estaba yo en mis cavilaciones cuando @ Eliah Selwyn R. Lanzó la pregunta. Respire con un poco de dificultad por la altura. Tendría que acostumbrarme a esto. Hacía años, cuando había visitando a mi guía espiritual Tekito to había practicado un poco a alpinismo, pero ya estaba tieso en ese aspecto. Por suerte el guía sabía a donde iba y nos había comunicado el lugar donde habían visto al mago @ Jank Dayne  por última vez.

-Ahora a subir la Montaña. Según el guía la idea es llevarnos a unas cuevas místicas. 

Es evidente que los pueblos del lugar adorarán a sus dioses particulares y ante la presencia de una entrada del Hades pudieran reverenciarla como místicas.

-Aún  nos falta un integrante. Una vez lleguemos ya veremos que está en nuestra capacidad hacer. Por suerte somos un grupo competente.

Ahí si no había dudas. @ Idylla Macnair T. me había demostrado ser una excelente bruja. Eliah más de lo mismo. Y de la italiana @ Hecate Engosvezhof  tenía las mejores referencias.

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Rhiannon Kincade

En la oscuridad, todavía escucha la música. Las melodías se arremolinan en su cabeza junto a los recuerdos confusos de las últimas horas. Lo último que rememora es haber tomado su té nocturno, junto a sus dosis habituales de Filtro de la Paz y Lágrimas de la Llorona, con las que mantiene las transformaciones a raya durante el día. Las pociones hacen que sus pensamientos se sientan más lentos y que sea difícil mantenerse despierta durante el día, pero a Rhiannon le parece que ése es un pequeño precio que pagar a cambio de ser ella misma. Aunque a veces sea difícil reconocerse al espejo, se recuerda a sí misma que ésa es la verdadera Rhiannon. Y no hay nada que no esté dispuesta a hacer por abrazar su humanidad lo más que pueda.

Sin embargo, no se puede ocultar con un dedo. En condiciones normales, en el momento en que él puso sus manos sobre ella, no habría logrado ni siquiera hacerla salir de la cama. En condiciones normales, él habría despertado a la bestia... y, quizás, ahí habría acabado todo.

Pero desde hace años que no existía ningún tipo de condición normal en la vida de Rhiannon. Y desde que marcó su distancia con Ellie, sintiéndose frustrada y traicionada por la ineficiencia de la bruja para hacer algo por ella, no podía negar que la vida era más dura. Su antigua mentora solía tener soluciones para sus problemas. Le daba objetos mágicos, hechizos y pociones que mantenían la maldición a raya con la menor cantidad de efectos secundarios posibles. Eran trapos de agua tibia, que aunque no la arreglaban, hacían que sus preocupaciones fueran más ligeras. 

«Ellos no se preocupan verdaderamente por ti. Sentirán odio o, peor aún, lástima por ti. Pero eres mi primogénita, eres una Kincade y aquí, nadie se atreverá a tratarte como a alguien inferior».

Su padre tenía razón. Rhiannon se repite las palabras todos los días, mientras ella misma estudia los libros y calcula las dosis de las pociones para su día a día. Hace mucho le había quedado claro que Ellie solo la veía como un sujeto de experimentos. Como una curiosidad, algo que estudiar y algo de lo que tomar larguísimas notas... Le encantaba hacerle preguntas, analizarla, recolectar cada detalle sobre su condición. No obstante, a la hora de la verdad, siempre tenía una excusa cuando Rhiannon le preguntaba si sabía cómo romper la maldición. Lo que ocurrió aquella lejana primavera en el hogar de la familia Moody, fue la gota que derramó el vaso. Desde entonces, no había visto a su ex-mentora y se había asegurado de mantenerse en las sombras. Incluso de Richard, que parecía ser el único de verdad interesado en ayudarla.

La rudimentaria forma de sobrevivir de Rhiannon, consistía en tomar suficiente Filtro de la Paz para mantener sus emociones a raya —pues, según Ellie, su maldición estaba estrechamente relacioanda con estas—, así como de Lágrimas de la Llorona, para debilitar la maldición y, quizá, hacer que su avance fuera más lento. No era una vida entretenida... pero era una vida. Y apreciaba mucho su rutina, hasta los eventos de la noche pasada.

Lo sabe. De no ser por el cóctel de pociones, no estaría allí. Por una vez, la maldición habría sido útil. Pero cuando él la hizo salir de la cama, en su camisón de dormir y descalza, su cuerpo estaba tan débil que ni siquiera pudo gritar. Después, todo fue oscuridad.

A medida que recobra la conscienta y su cerebro intenta entender qué es lo que ha ocurrido, se da cuenta de que muñecas están atadas detrás de su espalda —probablemente con el hechizo Incárcerus—, mientras que sus tobillos están unidos para evitar que pueda levantarse. Cuando intenta moverse, escucha el agua salpicar y es entonces que se da cuenta de que está sentada en un charco de agua helada. La realización hace que un escalofrío suba por su columna, y un gimoteo se escapa de sus labios. 

—Por favor, déjenme ir —se queja por lo bajo, intentando zafarse de los amarres, aunque es consciente de que su cuerpo carece de fuerzas. Eso por no mencionar que lo más probable es que su varita esté muy, muy lejos de ese frío lugar.

Como una respuesta a su quejido, escucha un trueno lejano y, una vez más, los escalofríos la invaden.

Editado por Ellie Moody
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Baleiro

Mansión Macnair

—Por supuesto que no, estaba en el colegio —respondí, hastiado.

¿Es que acaso no estaba viendo mi uniforme? ¿Es que acaso no reconocía los colores de Beauxbatons? No solía enfadarme, pero Arya lo estaba consiguiendo. ¡Necesitaba rescatar a mi hermana! ¿Para qué quería yo un libro? Empecé a dar vueltas por la habitación a la que habíamos entrado, ajeno a lo que significaba, ajeno a su importancia. Todo me daba igual. En la cabeza solo tenía la imagen de Insomnia, la última vez que le había visto, tan igual a mí que me dolía en el alma.

—Asfódelo es un enfermo —dicté, poniéndome delante de ella para que no tuviera más opción que mirarme—. La tiene a ella y a once chicas más, a menos la última vez que se tuvo registro. No tenemos tiempo para esto.

Puse mi mano sobre el libro que sostenía, empujándolo hacia abajo.

—En el tren escuché a unos Aurores, hablaban de la posibilidad de que estuviese en América del Sur. He intentado comunicarme con ella, pero no soy capaz de sentir nada más que... frío —cerré los ojos, intentándolo otra vez—. Huarascán —dije, por fin—. Creo que eso han dicho en el tren, entre susurros, pero no sé qué es. 

No tenía idea de nada que estuviera fuera de Europa y me avergonzaba por ello, pero ya me encargaría después de poner más empeño en mis clases. De momento, solo me importaba que Arya saliera de su parsimonia y me ayudase.

 

Insomnia

Capturada por Asfódelo

Estaba inconsciente cuando una ventisca helada atravesó una estrecha grieta en la pared, provocando que se encogiera contra la piedra en busca de refugio. Tardó un rato en volver en sí y un rato más en entender que si no veía, era porque estaba oscuro, y si no podía moverse, era porque estaba maniatada. La realización la hizo entrar en un bucle de silenciosa desesperación. Intentó zafarse, encontrar un punto de referencia para ubicarse, pero no pudo hacer ni una cosa ni la otra. Estaba sola, tendida en un minúsculo espacio, pudiendo ver apenas gracias a la poca luz que se filtraba por la grieta.

Forzó la mente, buscando el último recuerdo, pero apenas podía recordar algo.

Había estado en Hogwarts, ¿no? ¿En la Sala Común? No... en Hogsmeade, no recordaba haber vuelto para cenar. Pero no era capaz de pensar en lo que había estado haciendo o con quién, tenía la mente difusa, embotada, como si la hubiesen drogado de alguna forma. El miedo se instauró en la boca de su estómago y una vez más, empezó a pelearse con las ataduras, intentando por todos los medios no hacer más ruido del estrictamente necesario. Tenía la extraña sensación de que no estaba sola, aunque ella no pudiese ver nada. 

Cada tanto se quedaba quieta, escuchando. Pero no podía oír nada, solo el viento y la nieve arremolinándose en el exterior. No obstante, aquella misión duró poco. Estaba helada, hambrienta y terriblemente cansada. Le dolía el cuerpo y la cabeza, tenía una sed endemoniada y las manos adoloridas, igual que los tobillos. Por el escozor, era probable que se hubiese hecho heridas por la fricción. ¿Quién demonios le había hecho eso? Giró sobre sí misma, intentando ponerse de pie y fue entonces cuando chocó con algo metálico que hizo un estruendo terrible contra la roca fría. Un cuenco. 

Asustada, se arrastró hasta quedar lo más pegada posible a la pared, y se hizo un ovillo ahí. Pero nadie vino a ve qué pasaba, nadie vino a comprobar que no quisiera escaparse. El instinto de supervivencia la mantenía callada hasta ese momento, pero la falta de respuesta fue la que encendió una bombilla en su cabeza. ¿Estaba sola realmente? Tardó un rato en encontrar el valor, al igual que su voz, que parecía enterrada en lo más profundo de su garganta. Pero al final, logró que un sonido ahogado saliera entre sus labios.

—¿H... Hola? —preguntó, muy bajito.

El resplandor de un relámpago iluminó apenas un instante, a través de la grieta, la cueva. Pudo ver que, a sus pies, había una portezuela por donde podrían haberla empujado con facilidad. Poco después, el trueno llegó y aprovechó el eco para arrastrarse hasta ahí sin alertar a su captor, si es que estaba por allí. Después de un instante de valorar los pros y los contras y decidiendo que ya estaba encerrada, sin su varita, y que no perdía mucho por intentarlo, se atrevió a gritar.

—¿Hola? —su voz resonó en un pasillo, pero no hizo mucho eco—. ¿Hay alguien?

 

@ Arya Macnair  @ Jank Dayne  @ Ellie Moody

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Astilleros de Londres

Me movía rápidamente entre las sombras de la noche, en una de las callejuelas de Londres me habían informado que en los galpones del puerto estaban juntándose varios antiguos criminales del mundo mágico. Iba dispuesto a descubrir a aquella antigua mafia, pero lo que en cambio encontré me dejó sorprendido. Mi informante no tenía ni idea de lo que hacía en lo que me había metido. O quizás fuera una trampa de él. Claro que no esperaba que me matara a mí, después de todo, aquel ser, no buscaba magos, solo brujas y eso me hizo pensar en Verónica y su familia ¿estarían a salvo?

Saqué mi varita mientras veía como un grupo de magos, cuya identidad era cubierta por máscaras y no precisamente mortífaga, sino que sus rostros tenían tapado la mitad con mascarillas como para resistir un ataque tóxico y sin embargo allí no había nada de eso. O eso al menos esperaba. Había varias plantas florecidas de Asfódelo. Una pizarra con fotografías mágicas, de mujeres luchando contra cuerdas de incarcerus. Reconocí solo a una pelivioleta, o más bien de colores varios, había sido empleada del Ministerio de Magia, la había visto cuando cubría algunos ataques.

Uno de los magos hizo una floritura rápida y todas las fotos con unos recortes de periódicos bajo cada una de ellas desparecieron dentro de un viejo baúl.

—¡Qué demonios haces acá! —el grito a mis espaldas no había sido ninguna pregunta, me giré rápido y lancé un —cinaede —al mago que me apuntaba, no iba a dejar que me atrapara, pensé mientras le veía ahogarse, miré rápidamente, dentro empezaban a correr, algunos para desaparecer y otros hacia la puerta para ayudar a mi buchón. Me apresuré a desaparecer, pensando en dónde encontrar al miserable de Bertrán, me iba a tener que explicar por qué demonios me había mandado a aquel lugar.

Horas después.

—Ya deja de lloriquear y explícate —tenía su varita en el bolsillo trasero de mi pantalón y su sangre en mis puños.

—Es la hija, de la prima, de la novia de mi hermano —tragó salivas, o sangre o mocos, quién quiere saber en realidad —están asustados, necesitaban a ayuda —se pasó el puño por la boca secándose la sangre —tú sabes investigar.

—¿De verdad Bertrán? ¿Y no se te ocurrió que podrías haberme pedido ayuda para encontrar a esas mujeres?

—Tú te fuiste, con tu amiga, muchos quedamos acá, ya no eres confiable James —gruñí furioso y por poco me convierto en lobo.

—¿No soy confiable?

—Cristine pensó dirías que no —su hermana, ex novia, mejor dicho ex amante, me encogí de hombros —se equivoca —le lancé su varita —levántate, iremos a los depósitos a ver si quedó alguna pista y me dirás todo lo que han averiguado ustedes sobre esto —gruñí entre dientes mientras me alejaba, iríamos en mi moto voladora.

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Rhiannon Kincade

Es consciente de que su padre habría estado decepcionado de que la situación la hubiera quebrado fácilmente. Para ser la persona que más la sobreprotegía, al mismo era el que más exigencias le imponía. Nunca tuvo las fuerzas para odiarlo, pues el que él de verdad la criara como si ella algún día pudiera ser la cabeza de su linaje, solo podía significar que su padre tenía la esperanza de que un milagro ocurriera y ella no corriera con la misma suerte que su madre. Le gustaría ser capaz de conservar la dignidad y, por lo menos, fingir que no está aterrada y débil. Pero ya es demasiado tarde para eso. Sabe que en una situación como esta, ni siquiera el nombre de su padre puede ayudarla; aquí, sólo es una muchacha sin fuerzas para romper las ataduras y una bruja sin varita. «Pero igual me juzgaría, ¿no es así?».

Quizás debería pensar en algo. Un plan, cualquier cosa... Sin embargo, en la oscuridad y el frío de dónde sea que esté, es difícil encontrarle sentido a cualquier posible acción. Y ella no es buena para los planes. Si tan sólo el criminal —porque recuerda, muy vagamente, a un hombre— estuviera ahí, podría intentar convencerlo de que todo esto es una estupidez. ¿Cuál es su objetivo, al fin y al cabo? ¿Pedir un rescate? Si se muere de hipotermia o de un infarto por otro trueno, su familia no soltará ni siquiera una moneda de cobre. Además, él no debería saber quién es ella, siendo que ha pasado los últimos años viviendo en el anonimato... Y mucho menos debe saber de la maldición. No se habría arriesgado.

«Por lo menos, estoy sol...».

Pero, en ese momento, escucha una voz que resuena brevemente en las paredes del lugar. Aunque no puede ver nada —y todavía no está segura de si es por falta de luz, o por algún encantamiento en sus ojos—, aquello le permite confirmar que el lugar no es muy grande. Y que, contrario a lo que pensó, no está sola. El alivio dura tan sólo un segundo. 

En primer lugar, porque se da cuenta de que entonces no es la única persona que está atrapada allí. Y, en segundo lugar... Porque hay otra persona, por lo menos una, atrapada allí, con ella. Con eso. Rhiannon cierra los ojos con fuerza, obligándose a tomar una bocanada de aire y respirar lentamente. No es momento para entrar en pánico. Aunque no sabe cuánto tiempo ha pasado, todavía se siente cansada, así que quizás pueda mantenerse bajo control, mientras de alguna forma sale de esa situación. Ella está limitada por sus propias restricciones, pero a lo mejor la otra persona tiene más posibilidades. O más información. O una idea.

—Sí —Rhiannon se sienta derecha, despegando la cabeza del muro de piedra y sintiendo el agua bajo las piernas. Se abraza a sí misma en un intento de conservar algo de calor, aunque no es mucho lo que logra, pues no puede parar de temblar. Sin embargo, se esfuerza para que su voz suene tranquila. No tiene fuerzas para gritar, y sabe que éso tampoco sería inteligente, así que solo intenta proyectar la voz lo suficiente para alcanzar a la otra persona—. ¿Quién está ahí? ¿Dónde estamos?

@ Leah Slytherin

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¿Qué empuja a alguien a obrar por el bien de los demás?  Empatía, cercanía, búsqueda de justicia…Para Rory es el amor al prójimo lo que hace que tome parte en un caso como este, porque a fin de cuentas fue ese el mayor mandato dejado por Cristo sobre la tierra. Proteger y amar en hechos, porque una fe sin benevolencia es estéril, como una prédica sin acciones.

Entonces, aun cuando se prometió a sí mismo no inmiscuirse en ningún asunto que involucre a las actividades de la Orden del fénix, ahí está, esperando la llegada de Ellie, saboreando un cupcake que alcanzó a recoger del Jimmy’s para sobrellevar los nervios que le genera el largo viaje que tienen por delante, y con la vista puesta en la entrada del negocio de El Trastero para ver si ella o su prima por fin hacen acto de presencia.

Se ha mantenido tan apartado del día a día de la sociedad mágica inglesa, que apenas ha venido a conocer del caso de Asfódelo y el elevado número de víctimas que se le atribuyan por una nota de El Profeta de hace pocos días. No hay en la lista nadie que le sea especialmente cercano, pero solo de imaginar la desolación que cada una de esas pérdidas representa para una familia, una punzada dolorosa se instala en su pecho, una mezcla de tristeza y decepción.

Siempre creyó que criminales como esos, lejos de ser casos aislados, son la representación de una sociedad enferma.

Que tales males prevalecieran ¿Qué decía de la sociedad en su conjunto? ¿Qué de la clase política gobernante (de la que él había sido alguna vez parte)? Si alguna vez  sintió orgullo por las obras y la paz que pudo conseguir durante su mandato, criminales como Asfódelo le recuerdan su lugar en el mundo. El destino infame que acecha a las personas más débiles o vulnerables, cuando los seres humanos dejan de lado su humanidad y hacen de sus vidas un monumento a la crueldad.

Un bocado más de cupcake y Rory se cuestiona ahora si constantemente todos los que están en el poder no se mienten a sí mismos, y son esta clase de sucesos los que los hacen pisar tierra. No pone en duda, porque vio su trabajo de cerca en otros tiempos, que el equipo de seguridad mágica esté ya sobre las pistas dejadas por Asfódelo, pero sospecha que la Orden se ha involucrado en el caso porque el asunto ha excedido de alguna manera, la capacidad de las instituciones oficiales. Se pregunta también, si el criminal actuará solo o quizá, haga parte de las filas del bando tenebroso, que hasta donde ha podido notar, se ha recompuesto y envalentonado lo suficiente como para vandalizar varias propiedades sin atisbo de compasión ni sensibilidad.

Es un escenario tan desalentador, pero incluso así Rory cree, siempre esperanzado, que es posible hacer un mejor futuro, con ese optimismo tan suyo de apostar por la bondad de los demás. De creer que existen suficientes personas como él que quieren otra clase de futuro, uno de paz, alejado de rencores y venganzas.

Los minutos pasan y una vez más alza la vista del mostrador y observa con insistencia la entrada de El Trastero, pero su inspección vuelve a ser infructuosa. Sigue sin haber rastro de Ellie, Madeleine o Catherine. Tal fue su premura para asegurarse de llegar a tiempo, que recién ahora es que está echando en falta los vacíos de información en la comunicación que recibió: No sabe por qué le dijeron que viniera lo más abrigado posible y con herramientas para alpinismo, no sabe siquiera quien de todas las Moody será quien lo contacte o si vendrán todas juntas. No sabe cuántos exactamente conformarán la comitiva, aunque supone que es un entorno de confianza. 

El teléfono móvil colocado sobre el mostrador vibra de repente y Rory lo revisa al instante. Solo hay dos personas que pueden haberle enviado mensajes, por la frecuencia y predilección que tienen en el aparato muggle por encima de cualquier medio de comunicación mágico. Digita la clave con rapidez, pero el destinatario no es ni Ellie ni Hess, sino el único miembro que va sumarse de su lado y que había olvidado que también usaba el móvil con frecuencia.

El sonido ensordecedor de una moto hace que despegue la vista de la pantalla del aparato y  nuevamente observe el ingreso del local.  Y esta vez sonríe, animado porque por fin, Ellie la llegado.

—  Qué el altísimo perdone mi impaciencia, pero como demoraste Ellie ¿acaso sucedió algo de camino hacia aquí? No me digas que intentaron dañar de nuevo Moody's Shieling.

Su alegría de verla es genuina, incluso si dentro de poco, ambos vayan a embarcarse en un viaje repleto de incertidumbres.

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Madeleine no está acostumbrada a ser la cuidadora de Ellie. No sólo porque le cuesta intentar recordar si alguna vez fue capaz de darle apoyo emocional a alguien, sino porque, en algún punto de los últimos años, su prima se había convertido en una persona todavía más hermética que ella. Vivían bajo el mismo techo, comían en la misma mesa y se reían de la forma en que Catherine luchaba por adaptarse al nuevo mundo mágico, pero Madeleine podía ver en ella la mirada perdida de quien tiene muchas cosas en la cabeza pero decide guardar silencio. Y ella no puede hacer más que darle su espacio. Sabe que los últimos años han sido difíciles para la familia. Y desde que Melrose —y Richard— no forman parte de la dinámica familiar diaria, volver a la rutina se ha sentido... Extraño, por decir lo menos.

Pero esa mañana, cuando Ellie leyó El Profeta mientras desayunaban en silencio, no disimuló la angustia en su rostro. Y, cuando la bruja le pasó en silencio el periódico, Madeleine entendió.

«Mujeres desaparecidas. Asesino serial. Rhiannon Kincade».

—Haremos... Estoy seguro de que ya están al tanto —Madeleine era consciente de que a Ellie no le gustaba que mencionara a la Orden del Fénix, no desde que hace varios días un grupo de mortífagos vandalizó la cabaña. Pero, ¿qué otra opción había? ¿Esperar por el Ministerio de Magia? Actuar por su cuenta, hasta el punto de hacer justicia con sus propias manos, era algo que se  había convertido de forma muy fácil en una moneda corriente. Ése era el nivel de confianza general de las personas en el gobierno—. Puedo investigar... Puedo...

Pero antes de que pudiera decir algo más, un patronus familiar interrumpió su conversación. Los preparativos fueron rápidos y silenciosos. Madeleine pensó que, cómo de costumbre, Ellie se encargaría de preparar sus cosas y esperaría por más noticias. Pero cuando regresó a la cocina, ya vestida con ropa de viaje y suficiente abrigo, encontró a Ellie sentada frente a la mesa, con una abrigada túnica, botas y el cabello recogido detrás de la nuca. Tenía dos pequeños bolsos de viaje frente a ella. Madeleine abrió la boca, pero no dijo nada.

—Espero que no haya sido un atrevimiento, pero le avisé a Rory. Estoy segura de que se nos unirá —fue lo único que dijo Ellie antes de que partieran al Callejón Knockturn.

Por eso, cuando escucha el saludo de Rory con su prima, Madeleine se permite tener un momento de tranquilidad. Él es mucho mejor soporte emocional, aunque no está segura de si Ellie le ha hablado de Rhiannon.

—Lo siento, lo siento. Me distraje empacando y no decidía qué pociones traer —Ellie inclinó la cabeza a manera de disculpa, con una sonrisa nerviosa—. Disculpa por hacerte esperar, especialmente cuando fui yo la que te llamó.

—Despard. Qué bueno verte en acción —saluda Madeleine, mientras saca la varita de ébano del bolsillo trasero de sus pantalones—. Los mortífagos no se han ensañado con la casa de nuevo, así que no te preocupes. 

Con un movimiento recto y firme, Madeleine hace una línea en el aire con su varita mágica, donde poco a poco un portal comienza a abrirse, rasgando los hilos del espacio y del tiempo. Conjura el Fulgura Nox con las coordinadas que Jank envió en su mensaje, esperando que no sea ilegal abrir un portal desde Londres hasta el mismísimo Perú. Cuando baja la varita, le hace un gesto a Rory y Ellie para que entren. 

—Será mejor que no perdamos tiempo.

@ Rory Despard

Editado por Ellie Moody

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bLvW7PK.jpegEmma Baudelaire.~

El resonar de sus tacones era lo primero que Emma podía escuchar en aquellos largos pasillos. Portaba una túnica de traje apretada a su cuerpo azulada con una capa abrochada por uno de sus hombros, con un broche plateado siendo el logo del Departamento de Seguridad. Su rodete estaba demasiado apretado, al igual que sus dientes porque creía que aquel día, nuevamente no llegaría con sus pendientes. Su carpeta de expedientes la cargaba con uno de sus brazos dispuesta a entregársela a Elvis, el director del departamento.

No, no… señorito Granger. Yo puedo, muchas gracias —le agradeció a Seba, ese muchacho siempre era muy caballero y respetuoso con ella, seguramente muy envidiable dentro de su comunidad—. Aaron, señor Black, le dejé el objeto confiscado en su escritorio y unos papeles de la oficina de reversión—. Emma iba poniendo al día al resto del cuerpo de Aurores con sus pendientes, imitando a una recordadora, incluyendo que a veces su rostro se volvía rojo.

Pero hablando de rostros, los suyos parecían como una mancha. Había algo extraño en cada una de las personas. Aunque, ahora que Emma iba siendo un poco más consciente, se dió cuenta que ese pasillo no terminaba más. Y tampoco estaba segura si era realmente el pasillo de la oficina de Aurores. ¿Era un sueño? Claro que si, al menos con aquellos empleados podía calcular que era 15 años atrás.

La imagen se volvía borrosa por momentos y confusa por otros. Empezaron a mezclarse situaciones, personas y objetos, donde claramente no se coordinaban entre ellos. Emma empezó a escuchar un bullicio que hizo confirmarle que era un sueño. Lo que provocó que quisiera abrir los ojos y no pudiera. Quiso moverse y tampoco pudo. ¿Qué ocurría? Lo único que se acordaba era haber estado leyendo un libro una noche, unos pasos por detrás y…

@ Jank Dayne

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