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Halloween


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Una nueva serenata de Mozart ¿no había sido eso un fenómeno interesante?

Luego del gran éxito de la presentación musical en la Ópera de Leipzig, la nueva pieza musical había incendiado los rincones clásicos. Discusiones sobre su autenticidad, sobre la repentina actualización del legado mozartiano luego de sesenta años (¿o habían sido menos?) y sobre si era alguno de los Geer o acaso Zimmerman quien merecía mayores halagos por su performance. De eso, hacía ya más de seis años. 

Por supuesto, Inglaterra no había sido la excepción y en su momento, se desarrollaron grandes conciertos pero a medida que el tiempo pasaba, la exacerbación de los ánimos amainaba.  En medio de una profunda crisis política y económica, los sectores privilegiados que vibraron con la nueva comidilla buscaron otros entretenimientos. Croydon’s Fairfield Halls, que alojaba a los London Mozart Players, siguió su habitual ritmo de donativos para la autofinanciación. La novedad murió en sus últimos recoldos luego de cinco años. Sin embargo, la alegre música que vibraba por los rincones, quedó grabada en el imaginario de muchas personas, mágicas y no mágicas. 

El grupo de músicos que arribó a Londres esa mañana de octubre, era, a todas luces, un sencillo quinteto de cuerdas. Sus instrumentos no pesaban nada, acomodados en sus fundas, gracias a un hechizo. Cruzaron la madrugada londinense sin temores y se instalaron en The Mall, más próximos al Palacio de Buckingham que a Trafalgar Square. Ya esta acción, de por sí, era algo inusual. Sin embargo, las cosas se tornaron todavía más extrañas cuando un trío de guitarras eléctricas,  y dos tipos con increíbles melenas rubias, un bajo y otro que cargaba varios amplificadores e instalaba una batería, se unieron al corro. 

Pronto, The Mall era una explosión musical. La melodía, una versión distorsionada de la sonata ex C en Do menor... sí, exactamente la KV648, se amoldó junto a los acordes de las guitarras, que iniciaban su interpretación de Highway to hell. Los guardias inamovibles empezaron a mirar por encima del hombro y hacia The Mall. La bandera izada, indicaba que el sonido, que se las arreglaba para colarse por ventanas, rendijas y hasta las propias mentes de los transeúntes, tenía que haber llegado hasta  Charles Philip Arthur George tercero y Camila. Los celulares empezaban a sonar: la corona ordenaba que silenciaran la maldita música

Lo más extraño de todo era que nadie, absolutamente nadie, se preguntaba cómo se las habían arreglado para ensamblar ambas melodías, del todo disonantes. 

@ Ellie Moody  @ Hobbamock Graves  @ Rory Despard  @ Matt Ironwood  @ Kaori Matsudaira  @ Radamantys  @ Lillian Potter Evans

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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Harriet Travers

No veía la hora de salir de Londres. El bullicio, las hordas de gente salida de todas partes como clásica ciudad cosmopolita era un compendio de caos que fastidiaba a la mujer, pese a que era este apenas su segundo día en la ciudad.  Son varias las horas de espera que le quedan, hasta que su marido acabe con las gestiones que han hecho que ambos salgan de Hampshire, así que eso ha terminado llevándola a lo impensado: Curiosear algo más que la zona de tiendas exclusivas donde siempre consigue encontrar inspiración para sus propias creaciones.

Cuando sale contenta de la última de las tiendas, hace una señal a Cleo, su fiel dama de compañía,  para que le reciba la bolsa de compras y está a punto de agitar su varita para salir rápidamente de allí, con dirección al hotel, hasta que escucha la voz tímida de Cleo, preguntándole si es posible que paseen un rato por St James Park. Hattie sabe que la muchachita ha tenido que tener mucho valor para dirigirse a ella con un pedido tan especial, así que piensa que, al  menos por esta vez, puede retrasar un poco más, su descanso.

Compran helado, pasean un rato y terminan sentadas en una de las tantas bancas de madera instaladas en el inmenso lugar. Los árboles, tan robustos y altos le recuerdan a la rubia la quietud de su campiña rural que extraña en demasía. Durante algún tiempo, luego de su matrimonio, la mayoría se había inclinado a pensar que ella dejaría su propiedad para instalarse en alguna de las lujosas residencias de Ottery, pero en realidad terminó pasando justo lo contrario: La virulencia del conflicto desatado luego de los pocos años de paz que dejaran los gobiernos de Ludwig Malfoy y Rory Despard, habían vuelto a poner al campo como el espacio más seguro y apartado para gente como ella, que no quería involucrarse en esas tontas guerras de poder, que lo único que hacían era dilapidar fortunas.

Fue una excelente idea quedarnos un poco más Cleo, este lugar es verdaderamente apacible...

Apenas ha terminado de expresar el pensamiento en voz alta, cuando un potente ruido rompe su espíritu apaciguado. Hattie, sin ser asidua a la música clásica, reconoce la composición de Mozart que años atrás produjera un revuelo mediático tanto en el mundo muggle como el mágico, pero horriblemente combinado con otra melodía que no puede sino considerar ruido molesto. ¿Cómo podía haber creído si quiera por un minuto, que en esa ciudad infernal iba tener paz? Tan molesta como la música que va haciéndose más y más fuerte, le es notar que ninguno de los guardias parados allí como monigotes parece reaccionar para poner un poco de orden.

Es entonces que su celular suena y como el de ella, de docenas de personas que tiene alrededor. Y en todas un solo mensaje:

Si te deshaces de tus miedos, bailarás mejor 

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Era un día despejado en Londres, y Belmont, con su andar despreocupado, se abría paso entre las concurridas calles del Londres muggle. El día libre lo había llevado a explorar la ciudad sin rumbo fijo, como hacía siempre que tenía la oportunidad. Los edificios altos y las calles bulliciosas le resultaban fascinantes, cada esquina ofreciendo algo nuevo para su mente siempre en movimiento.

Llevaba el cabello rubio platino ligeramente desordenado, y su sonrisa radiante destacaba entre los rostros serios de los londinenses que lo rodeaban. Observaba con curiosidad los escaparates de las tiendas, los tranvías que pasaban, y hasta los pequeños detalles de la vida cotidiana, como los sonidos que formaban una cacofonía particular: el murmullo constante de conversaciones, los claxon de los coches y, en la distancia, un suave eco de música en The Mall. Los acordes distorsionados de una guitarra eléctrica se colaban por las calles, combinados de forma extraña con una melodía clásica que le sonaba vagamente familiar. Sin embargo, Belmont estaba demasiado inmerso en sus pensamientos para darle mayor importancia.

Pasó frente a una galería de arte y se detuvo, atraído por un grabado oscuro que le recordaba el estilo de Rembrandt. Se acercó al vidrio y, sin darse cuenta, pegó casi la nariz al escaparate, con una curiosidad infantil que olvidaba cualquier noción de espacio personal. «Esto tiene algo», pensó. La profundidad de las sombras y el juego de luces lo envolvieron por un momento en su propio mundo.

Al rato, un ruido ensordecedor de una motocicleta lo sacó de su ensueño. Belmont dio un salto hacia atrás, riendo ante su propia distracción, y siguió caminando. Mientras rascaba distraído un rasguño reciente en su brazo, probablemente de algún vuelo desafortunado en la escoba el día anterior, escuchó nuevamente la música en la distancia. La mezcla de guitarras eléctricas y música clásica le llamó la atención, y esta vez, su curiosidad lo impulsó a seguir el sonido.

Con una sonrisa en el rostro, Belmont aceleró el paso hacia The Mall, intrigado por esa peculiar combinación de melodías. Se dejó guiar por los acordes que resonaban cada vez más fuerte en el aire londinense, y a medida que se acercaba podía ver a la gente fija en sus celulares, era algo habitual pero sin saber por qué se le hacía particularmente extraño en esta ocasión.

Draco&Draco
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-- ¿Otra lechuza? ¿Otro memorandum? -- estallé, en mi mesita del área de reuniones del Wizengamot. 

Desde hacía menos de media hora no dejaban de llegar y los ujieres nos traían las peticiones urgentísimas de los altos cargos muggles del Ministerio y Reales sobre un ruido insoportable que sólo podía ser obra del Infierno. Enarqué una ceja en gesto de incredulidad. ¡Qué exagerados eran los muggles! Como si al Infierno le importara una calle del Londres de postguerra. ¡El infierno estaba ahora ocupado en otras zonas aún no libres del todo de la guerra, como en el medio Oriente o algo así había leído en "El Profeta" de aquella mañana.

-- ¿Y no puede ir nadie a mirar? No es cosa nuestra.

Otra lechuza pasó volando por delante de mí, arrancándome unos cuantos pelos violeta al estirar sus patas y grité, moviendo las manos de arriba a abajo y a los lados para espantarla.

-- ¡¡Esto no puede seguir así!! A ver, que alguien me pase el listado de los nuevos funcionarios. 

Sí, grité, como siempre. Los elfos ujieres estaban acostumbrados y uno de ellos me alcanzó un pergamino, pero no de los mágicos, sino que éste tenía una calidad hermosa al tacto y con un granulado especial. Escrito en una letra redondilla, a mano, y con un sello real arriba y abajo, dejaba de lado la praxis elegante, pausada y tranquila de un buen Lord inglés y soltaba unos exabruptos que hubieran puesto verdes a cualquiera, que no fuera yo, claro.

-- ¡Vaya con el lenguaje de Lord Charles James Spencer-Churchil, Duque de Marlborough! Más parece una verdulera del Borough Market por su forma de quejarse. ¿Qué hay ruido en la calle delante de la casita del Rey? ¡Pues que detengan a los que lo hagan, demonios!

Sí, me quejaba, pero es que yo protestaba mucho. En realidad, me moría de ganas de ir a ver qué pasaba. Yo era de acción y puff, el Wizengamot era de papeleos y reuniones interminables para elegir el papel del nuevo gabinete presidencial. ¡Cómo si a mí me importara de qué color pintaba sus paredes la Primera Ministra @ Ada Camille Dumbledore !

Me levanté con tranquilidad y parsimonia, imitando a los otros lores que estaban allá en la sala del Wizengamot y salí con una calma que... Asustó a quien me vio correr en cuanto se cerraron las puertas. Lo primero que hice, ir a la tercera planta en busca del director de Accidentes (sí, vale, es mi hijo @ Matt Blackner , pero eso no importa), informarle que había un escándalo en la zona del Mall, al ladito del Buckingham Palace, que parecía mágico y que, tal vez, necesitaríamos su ayuda y la de su equipo, tal vez la de desmemorizadores y de excusas muggles. Bueno, de todos.

Después de decir a Babila que informara a todos que le esperábamos allá y que avisara a la Seguridad Mágica, arrastré a Matt prácticamente al límite de Trafalgar Square con The Mall. Fue curioso, porque al aparecernos, una música HO-RRO-RO-SA inundó mis oídos y me dejó sorda. Me puse las manos en ellos y grité a Matt, que parecía menos horrorizado que yo. ¿Le gustaba acaso aquella música rompe-tímpanos?

-- ¿Has traído... ? -- Ni yo me oía con aquel fondo altísimo de ruido, así que grité, algo que me gusta, por cierto. -- ¿HAS TRAIDO AURICULARES DE ESOS PÁ TAPAR LAS OREJAS?

Vale, no sé qué me contestó, así que me puse a unos centímetros de Matt, cara a cara, para disimular que extraía la varita y dije (ya no sé si chillando o no):

-- Cantar de Eleboro.

La varita vibró un poco en mi mano y surgió algo que yo sabía que era una vibración musical inaudible en aquel momento, pero que funcionó al instante, pues era un Efecto infalible que me encantaba usar. Así, los dos, tanto mi hijo como yo, permanecimos inmunes a aquel ataque ruidoso contra nuestros oídos y nos pudimos sentir sin tener que elevar la voz. 

-- Es algo mágico, o el Cantar no funcionaría, ataca de alguna manera a los oídos; es una música traicionera. Esto está hecho adrede, no es un vulgar músico con su amplificador a tope. Vamos, hemos de pararla. No sé qué puede hacerle a tanta gente junta. ¿Por qué mirarán esos cachivaches de teléfomios muggleosos? Donde está un buen búho, que se quiten esos trastos, ¿verdad, hijo?

Le agarré del brazo y empecé a abrirme paso entre los transeúntes y mirones que se agolpaban para escuchar "aquello". La gente se iba arremolinando más a medida que nos acercábamos a los músicos. En un momento, entre la espalda de uno de ellos a la de otro, mi vestuario cambió del traje de Wizengamot a un traje de policía oscuro, con galones y medallitas de simbolismo que sólo los polis conocían; y mi sobrerito mono con las letras "W" cambió a uno de Police, con sus cordones dorados y todos esos detallitos tan monos.

-- Royal Lieutenant Potter Blue. Este acompañante tiene permiso de Ride-along conmigo, -- dije a los guardias que estaban allá, mirando a los lados, sin saber qué hacer. -- Esto es un Code Blue. Desalojen a la gente de este lado de The Mall, gracias. Establezcan un perímetro alrededor de unos cincuenta metros. Que nadie se pueda acercar aquí, sólo nosotros dos -- acabé la frase con esa orden.

Si querían decirme algo, yo ya estaba caminando deprisa y con aires de superioridad hacia el grupo de músicos. ¿Cómo podrían aguantar aquel sonido? No sabía cuanto funcionaría el Cantar del Eleoro, pero de momento, de mil maravillas, pues no sentía nada.

-- Sígueme, Matt. Hay que evitar que se expanda esta música.

Nos acercamos tanto a los músicos de pelo larguísimo (casi me dieron envidia), demasiados para mi gusto, que alguno me podría haber arreado con uno de los instrumentos. Entonces, saqué mi Anillo de Salvaguarda contra oídos indiscretos y me lo puse en el dedo índice, enseñándoselo a los músicos.

De esa manera, conseguí bloquear su sonido dentro de una zona de 50m alrededor de ellos, de manera que seguían tocando pero ya nadie que no estuviera dentro de aquel círculo pudiera escuchar nada de las notas musicales malditas, pues no iba a permitir que nadie de fuera de aquella burbuja escuchara tal sonido.

-- ¿Os habéis vuelto locos o qué os pasa? ¿No creéis que hemos tenido bastante problemas con los muggles como para que vengáis a molestar a Charles y Camille en su residencia? Vamos, vamos, dejar todo eso y apagar los altavoces.

Le di un golpe a Matt en las costillas. 

-- Creo que Excusas muggles va a tener que trabajar duro para explicar todo ésto, Matt.

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Era feliz en el departamento de Accidentes. Si, era algo tranquilo, incluso demasiado ahora, tras la guerra. Pero la calma era buena, nos ayudaba a reponernos, y no solo eso, sino a atraer nuevos empleados. De momento, teníamos a @ Idylla Macnair T. , quien hasta hacía pocos días no sabía que era la hermana de mi ex cuñado @ Sean -Ojo Loco- Linmer . Además, la prima @ Xell Vladimir Potter Black  había vuelto al departamento.

 

Asi que ahí estaba, con los pies sobre la mesa, recostado en mi sillón, garabateando en un pergamino con un lápiz (tecnología muggle, pero podía conseguirla gracias a la Tienda PB de Material Escolar) sin saber lo qeu se me venía encima. @ Sagitas E. Potter Blue  entró, hecha una furia, murmurando no-se-qué sobre memorandums y ruido cerca del Mall. Me agarró del brazo, apenas dándome tiempo de guardar la varita en el bolsillo trasero de mi pantalón negro.

- Eh! Sean, Idylla, Xell! Si queréis echarnos una mano, os esperamos en The Mall! - me dio tiempo a exclamar, antes de que mi madre me sacara de Acc.

 

En seguida, aparecimos juntos en los límites de Trafalgar Square con The Mall, e instantáneamente, un sonido horrendo inundó nuestros oidos. Tanto fue asi, qeu por un instante creí que aquello era solo un concierto de Deathcore con los amplificadores estropeados. Menos mal que mi madre tenía recursos para todo, porque en seguida utilizó la varita, y con una ligera vibración, ambos nos sentimos aliviados al notar qeu el sonido del infierno se detenía.

- Si el cantar del eléboro funciona, esto es cosa de magia. - contesté, mirando hacia la fuente de la que percibía que provenía el sonido. - tenemos que dar con la fuente para detenerlo y encontrar al causante.

 

Ambos avanzamos, esquivando muggles casi lobotomizados, con sus pequeños móviles encendidos. Algunos los usaban para grabar, otros sin embargo, observan comentarios de otros muggles en lo que llamaban redes sociales. Conforme nos movíamos las ropas de Sagitas pasaron a ser las de un agente de policía. Mientras, la identificación de Accidentes que colgaba junto a la hebilla de mi cinturón pasaba a ser la identificación de un capitán del MI5, un viejo truco que siempre había usado entre muggles.

- Vamos, despejen la zona, aquí no tienen nada que ver - gruñí, alejando a los muggles que pude mientras me situaba junto a Sagitas, quien se ponía el anillo de Salvaguarda contra oidos indiscretos. Asi, logró crear una burbuja, una campana segura para que nadie más pudiera escuchar aquel sonido.

 

Miré a Sagitas con el ceño fruncido, frotándome el costado

- Eso no hacía falta - murmuré - Sois idi0tas? Tenéis que hacerme trabajar hoy, qeu quería salir antes. 

Caminé hasta el atril de la chelista, tomando una de sus partituras

- Claro qeu esto suena fatal, es que está mal! Este no es un buen arreglo, la armadura no corresponde, las alteraciones no están bien. Ni siquiera parece bien acabado. POdrían estarlas tocando con los pentagramas al revés, qeu probablemente sonaría mejor. - gruñí - Lo mejor será requisar las partituras. Y que ninguno de estos se mueva. Tendremos que desmemorizar, inventar excusas y comprobar que ningún transeúnte tenga daños en los oidos. Genial.

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Tenia el casco sobre la mesa cuando oí detrás de la puerta que delimitaba mi oficina la voz de @ Sagitas E. Potter Blue , sin más oculte mi proyecto lo mejor que pude. Por suerte su intercambio de palabras solo fue con Babila así que recupere el buen ánimo. Iba a continuar cuando el grandote de Uganda tocó la puerta para avisar que había un desmadre en la ciudad. Negué con la cabeza y salí al pasillo para tomar un papelito con las indicaciones exactas.

Sin mas me acerque a la oficina de @ Idylla Macnair T.  Y le toque la puerta- arriba, tenemos trabajo- A continuación tome el ascensor esperando que mi hermana se uniera, no tenía mucho apuro. Si la pelivioleta y el pelirrojo iban adelante tendría gran parte del trabajo hecho al llegar. Ya en atrio solo quedo tomar la chimenea correcta y buala...segundos después ya salía de uno de los negocios cercanos.

Sagitas ya había metido la mano y había acordonado el lugar dejando una distancia prudencial. No era para menos. Esa música era horrible, aún para mis estándares. Tome unos auriculares muggles modificados para uso magico del bolsillo y camine directo al asunto dejando atrás el tumulto muggle hasta alcanzar a mis colegas. Me dio gracia ver vestida de policía a Sagitas.

-Sabias que ya no tenemos que actuar de esta forma?- le pregunté a la bruja --ya los muggles saben. Recuerdas el Estatuto cayó hace bastante. 

@ Matt Blackner

@ Sagitas E. Potter Blue  

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Meowmeow

Los magos y brujas instalados tocando no pensaban en represalias. Tocaban cada parte con la fruición de un adicto y el público reaccionaba a la par. No era difícil distinguir a los magos que transitaban cerca: volteaban, fruncían el ceño o se quedaban quietos antes de reaccionar. Los muggles, en cambio, empezaban a caminar de lleno hacia ellos, sin una segunda mirada atrás, más allá de ver las notificaciones de su teléfono.

Meow no distinguió al que empezó a bailar primero, pero la oleada comenzó con golpes de pies, hasta saltos, risas, gritos y pogueo. Desde los bordes, como en cualquier concierto, no se notaba el frenesí que ocurría al centro. A los alrededores, el público movía la cabeza, seguía el ritmo apenas con los pies o balanceando un poco al cuerpo. Al centro, en cambio, los bailarines no sólo danzaban, si no que se empujaban, codeaban o golpeaban. No eran golpes fuertes, era sólo un pogueo normal. De todos modos, no eran pocos. Eran aldedor de unos ochenta.

"Más que suficientes" pensaba Meow, mientras seguía tocando, sin mirar a nadie en particular.

Las notificaciones de los teléfonos seguían llegando. Un grupo de chicas con unos hermosos piercings en las orejas estaba transmitiendo el show desde sus pequeños celulares. Ellas no eran las únicas. Woofwoof tenía un trípode instalado a un lado de unos tablones improvisados apenas unos centímetros por encima del suelo. Su cámara con interfaz inalámbrica le permitía transmitir con los datos de su teléfono. Estaba haciéndolo, cuando llegó otro tipo de magos a escena. 

La bruja los distinguió enseguida, al igual que Meowmeow pudo hacer a un lado a brujas y magos de su público inicial. A diferencia de la bruja incómoda de la banca que se encontraba bastante lejos de allí, ellos no sólo ni siquiera se molestaban en ocultar los logos de sus uniformes. Fue rápido, el cambio, pero lo distinguió de todos modos, gracias a su anillo detector de enemigos. Sin dilación, empacó su trípode, dejó de transmitir y guardó todo en su bolso, antes de empezar a caminar hacia el Palacio de Buckingham.

Mientras tanto, Meowmeow seguía tocando como si nada hubiera pasado. Pronto, el sonido fue constreñido y ellos intervenidos. El revuelo empezó a amainar, aunque no se detuvo. No fue si no hasta que el jefe del departamento de accidentes puso sus manos sobre la partitura de Kokioh, que Meowmeow dejó de tocar la guitarra, antes de ver como Kokioh le arrancaba el papel de las manos con su característica fuerza desproporcionada. No era si no hasta que alguien le quitaba algo, que la sangre de su madre giganta se dejaba entrever; hasta entonces, lucía como cualquier otra persona del medio musical. 

-Creo que su pequeño amigo tiene razón -respondió entonces Meowmeow ante los reclamos del trío ministerial- el estatuto cayó hace tiempo. Esto es sólo un show... y ya nos íbamos. 

Apenas acababa de decir su excusa vaga y darse la vuelta llevándose todas sus cosas, cuando varias cosas sucedieron a la vez. En primer lugar, Kokioh empacó todo con un movimiento de varita, partituras incluidas, y se movió, junto con los otros miembros del quinteto así como también la banda y el propio Meowmeow, hacia St. James's Park. En segundo lugar, un corro de figuras desastradas dobló hacia The Mall provenientes de Northumberland Avenue; los movimientos rápidos de unos y desinhibidos de otros, revelaban su naturaleza no-humana. El más afectado de semejante movimiento, fue un mago de cabello platinado, que hasta ese momento parecía haberse sentido atraído hacia el lugar y por poco fue atropellado por el grupo a velocidad anormal. En tercer lugar, Woofwoof, que caminaba a gran velocidad por The Mall en la dirección opuesta por donde los funcionarios habían venido, masticando chicle mientras se desarrollaba todo el alboroto, ya había llegado hasta el Monumento de la Reina Isabel y, al tocarlo, desapareció junto con éste. Sólo una testigo presenció este hecho, una bruja y su ayudante que, sentadas apenas a unos metros del monumento, habían estado ocupando una banca de madera (Harriet Travers). No había que ser una genio para darse cuenta, de que el monumento había sido convertido en traslador. Finalmente, y no menos importante, en el mismo instante en que las figuras desastradas asomaron por la esquina más alejada de The Mall y Woofwoof y los músicos se iban, una arpía vieja y astuta que hasta entonces había estado comiendo un trozo de hígado crudo, le dio play al link de la transmisión que acababa de cargar en sus redes sociales. Su teléfono entonces, empezó a emitir la música una vez más y sus pies empezaron a moverse sin que ella pudiera detenerlos, causando que soltara el hígado y por poco fuera a dar al suelo.

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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La bruja fue asignada para cubrir una noticia. Y para eso fue vestida con un traje de gala y sin calzado, portando en su cuello un amuleto protector contra los rayos del sol en forma de pluma. Ella era seguida por su elfo domestico, el papiro y la pluma. Adentrándose poco a poco a donde se realizaría el espectáculo, comienza a escuchar una sonata algo hermosa, pero con unos desniveles quizás poco acorde para el disfrute. Skyo no comprendía si esto era un ataque sónico o si bien era parte de la trama de los que organizaron el evento. Posteriormente, vino algo de silencio ¿Acaso todo había terminado?

 

La vampiresa se encontraba algo mareada, y no sabía a quien tenía cercano y mucho menos le había dado chance de escribir algo en su pluma, ya que ese sonido le había causado ciertas complicaciones para comprender lo que ocurría, por lo que caminando como si estuviera borracha buscaba donde reponerse, y finalmente se detuvo en seco, inclinándose un poco y apoyando su mano en el suelo. En su cabeza todo le daba vueltas, era como si todo a ella se encontraba girando y no parecía detenerse, esos sentidos extras le jugaban mal para esa ocasión.

 

Y si bien la egipcia no sabía donde estaba exactamente, de algo estaba seguro esa pieza musical le había aturdido.

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—¿Ya te fijaste en esa cuenta que retwittea las publicaciones de El Cronista de Sangre? Debe ser ilegal... jajaja.

La bruja estaba recostada en el sillón de la cabaña en Luss mirando su nuevo teléfono. Por años, había rehusado usar uno, pero no había podido resistirse al último regalo de Melrose: el celular, que se sumaba al de Richard, el gramófono. Esa pareja le había dejado dos cosas demasiado importantes, antes de despedirse de forma cruel.

Catherine intentaba no distraerse demasiado con el aparato ese, pero era muy difícil. Su aprendizaje del asunto había sido estratosférico, si bien, acorde con @ Ellie Moody  se podía notar claramente sus ademanes de señora, especialmente cuando picaba en la pantalla con el dedo índice sin resultado alguno y se levantaba los lentes de lectura para ver por debajo de ellos antes de seguir picándole sin éxito. En momentos como esos, la bruja solía soltar desenfadadas risotadas que llenaban el aire cálido de la casa de un aire reconfortante.

—¿Qué? No entiendo ¿Por qué es ilegal, Alexa?

"De-re-chos de au-tor"

Catherine sabía que hechizar una Alexa era trampa, pero había sido tan fácil utilizando un par de químicos que Richard había dejado atrás en sus experimentos a medio hacer... además, Ellie había estado de acuerdo. Catherine sabía que la bruja le ocultaba cosas, pero era indudable sus vínculos con la tecnomagia.

—Entonces ¿estás diciendo que es ilegal porque esta cuenta se roba las actualizaciones de un diario y las reenvía por twitter para obtener likes sin trabajar? 

A manera de respuesta, Ellie azotó su celular de derecha a izquierda, de forma que un sonido de látigo se dejó oír por toda la cabaña. 

—Oh, mira, están diciendo que tienen una novedad inédita desde The Mall ¿Crees que le haya pasado algo a los estirados de la corona británica? —como buena escocesa, Catherine disfrutaba siempre de ver a esos viejos rancios en ridículo— Dice "noticia en desarrollo".

A manera de respuesta, Ellie volvió a restallar su látigo electrónico. 

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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No iba a esperar la respuesta de @ Sagitas E. Potter Blue  o @ Matt Blackner  al parecer ellos eran suficientes para espantar a los "concertistas". Que por cierto una del grupo comento algo de "pequeño amigo" refiriéndose a mis superiores. Supuse que alguien más les había hablado e incluso miré a mi alrededor...pero no...no había nadie. Bueno si habían, pero creo que no habían hablado. eran conmigo el comentario? Oye que yo pasaba del metro noventa como que pequeño. Conmigo no había nada en pequeñas dosis. Por un instante fruncí el ceño. Qué diablos estaba haciendo aquí si no había nadie a quien desmemorizar. Que al final ni tan siquiera los muggles quedan traumados por unos acordes disonantes.

Como respuesta a mi pregunta y venida del cielo gracias a nuestro amado Merlín. Porque ahí venia desorientada junto a su elfo y vuelapluma la Anacleta. @ Thoth . Y lo siento...no me podía negar en esta oportunidad, como llevaba la varita en la mano (estaba en funciones laborales) fue solo cruzarme de brazos y con disimulo apuntarle. -Zancadilla- pensé y el efecto hizo lo suyo y con buena sincronización que por la esquina al parecer una turba rara apareció moviéndose de formas...rara...pero a gran velocidad. Si....usar raro dos veces en una misma oración remarca lo inquietante de la situación. Que mal...a este paso pasarían por encima de la periodista.

Ahh nada como disfrutar mientras se actúa contra la libertad de información. Que culpa tenía yo de que una turba pasara sobre la periodista. Me encogí de brazos y al menos yo me pondría a resguardo hasta analizar bien la situación. Porque como ya había expuesto en mi explicación más arriba...todo era RARO. Y no iba a actuar hasta entender que sucedía.

@ Catherine Moody

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