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El imperio romano


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Quien diría que la fascinación por el Imperio Romano luego de los treinta años era una realidad. Se había burlado al comienzo de los muggles, que pasaban horas sentados en los salones de sus casas con la mirada fija en la pequeña pantallita luminosa que te hablaba durante horas. Uno en concreto, con el que había pasado una noche de lujuria en las afueras de Sicilia, le había prestado uno de esos “móviles” en donde pudo descubrir que estaba pasando por lo que ellos hacían llamar como:

— La crisis de los treinta, es un fenómeno natural que nos sucede a todos los hombres —explicó el italiano sin ropa en la cama, cubriéndose con la sabana hasta la cintura—. Cada uno se obsesiona con algo y lo vuelve el centro de su universo. Yo, por ejemplo, tengo cuatro bicicletas que me han costado más de 4000 euros cada una, ¡es que no puedo evitarlo! Me llenan de alegría.

Pik no sabía que era una bicicleta, pero el sentimiento lo pudo entender.

Así era como había terminado mudándose a Roma y dejando atrás su vida en Ottery. No le importó la familia que lo había visto nacer, su esposa ni su hijo, su única preocupación era el imperio romano y como César Augusto fue capaz de fundarlo ¡fundar un Imperio! Tenía que ser un muggle exceptional para poder hacer aquello, aunque su personaje romano favorito era Julio César, que había sido capaz de expandir el imperio mucho más allá de Roma. Los muggles en modo de agradecimiento le pusieron su nombre a una ensalada, algo que todavía él no era capaz de entender.

Se había acostado con cualquier guía turístico que fuera capaz de contarle algo nuevo de la ciudad. Estaba lleno de información, de datos curiosos y de un millón de idea que deseaba compartir. Conocía la persona perfecta, así que le escribió una nota antes de marcharse a donde la esperaría.

 

Alyssa, querida,

¿Te gustaría conocer los misterios del imperio romano? Que fascinante eran, seguro te encantaran. Trae a Massimo contigo.

   Pik.

 

Así era como, a la media noche, Pik se encontraba en el centro del coliseo romano esperando el encuentro con su esposa luego de muchos años sin verse. Seguro sería una maravillosa reunión.

 

@ Alyssa Black Triviani

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No podía creer el descaro, los nervios de este hombre para aparecer así de la nada tras años de ausencia, como si nada hubiera pasado. ¿Conocer los misterios del imperio romano? ¡Pero si había sido ella, la italiana de la pareja, quien se los había enseñado en primer lugar! Drogado, seguro. Tirado en las sábanas húmedas con la transpiración del sexo que estaba teniendo con otro… u otra, aunque lo dudaba. Si algo tenía que otorgarle a Pik es que cada vez que pensaba que no podía estar más enojada, él venia para sorprenderla con un nuevo nivel de enfado. ¿Traer a Massimo consigo? Pero es que este hombre había perdido la cabeza, como si fuera a dejar que viera al niño luego de abandonarlos por cuatro años. 

Gracias a su posición como Ministra no le significo un gran esfuerzo asegurarse de que el Coliseo estuviera completamente vacío, tenía guardias manteniendo un perímetro del lugar y unos cuantos centinelas en los puntos más altos. Ya le habían informado que, efectivamente, Pik estaba allí esperándola en el centro de la esplanada donde en antaño se había derramado la sangre de incontables guerreros. Muggles todos, pero aun así guerreros. Sin duda este reencuentro no seria nada bonito, y luego de muchas décadas el suelo del Coliseo volvería a beber sangre. 

- Mi querido esposo – ronroneó la Triviani acercándose al Macnair – Lamentablemente no puedo decir que es un gusto verte, aunque si estuvieras en el suelo sangrando profusamente y cortado en pedacitos ahí sí que sería un placer verte – Se detuvo a unos escasos cinco metros de su esposo, ansiosa por ponerle las manos encima, aunque para estrangularlo - ¡Sectusempra! – bramó la Black sin poder contenerse más, su varita estaba en su mano y apuntando al hombre que le había traicionado en apenas un parpadeo, de ella salió el rayo dirigido directo al pecho del Macnair. No había nada que deseara más en estos momentos que verlo desangrarse allí mismo, en el suelo del Coliseo. 

 

@ Pik Macnair
 

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—¿S... Señora? —la voz del elfo se perdió en el viento, así que hizo un segundo esfuerzo—. ¡¿Señora?!

Su ama, que había tenido hasta entonces el rostro enterrado en el cuello de una chica que no conocía, lo miró como si estuviera pensando en todas las formas posibles de torturarlo. La criatura se encogió, al igual que la joven, aunque ella tenía un motivo más agradable que el suyo.

—¿Qué quieres, bicho?

—Disculpe la intromisión, señora. Loup tenía órdenes de avisarle si veía algo raro sobre el señor Pik.

La joven soltó una risita debajo del cuerpo de su ama y ella perdió todo el interés en el elfo que, incómodo, decidió que era mejor seguir hablando mientras su dueña seguía haciendo cosas extrañas con la boca. Si se iba sin decirle lo que había visto, después de haberla interrumpido, lo mandaría a darse cabezazos con cada columna que viese y las vendas en su cabeza eran la prueba de que no podía soportar otra ronda de castigo.

—El señor Pik está en el coliseo romano, señora, ahora mismo. Loup le vio llegar ahí y cuando se iba, vio a la señora Alyssa llegar después. 

—¿Alyssa? ¿Estás seguro? —su dueña lo miró, ésta vez sin tanto desprecio.

—¡Loup está seguro, señora! La última vez que miró, Loup vio cómo se lanzaban rayos...

No hizo falta que terminara la frase, pues la Dayne estaba ya en pie y recogiendo sus cosas. Si la señorita en la cama tenía algo que decir al respecto, se lo guardó, cosa que Loup entendió como sensatez. En un abrir y cerrar de ojos, la mujer estaba desnuda y de repente, estaba vestida y lista para irse. Sin agradecer al elfo, que había pasado semanas persiguiendo en secreto al señor Macnair, desapareció y dejó atrás aquél cuadro. Loup miró a la chica, repentinamente avergonzada, y le soltó con toda naturalidad:

—La señora no va a pagar su cuenta, así que le recomiendo que pague antes de irse.

Y sin más, se fue.

 

El coliseo romano era de los pocos sitios que no había visitado. Era impotente, impresionante, francamente hermoso. Y a ella le daba terriblemente igual. Apareció justo en las gradas y aunque pretendía no llamar la atención, el sonido de la aparición resonó en el anfiteatro como si acabara de lanzar un petardo en una cueva. Más divertida que avergonzada, se acomodó las gafas de sol que le había quitado a la chiquilla aquella y se estiró en el asiento, sin contener la emoción. El ataque de Alyssa iba ya de camino hacia su amigo, quien tenía cara de no entender nada mientras que su mujer tenía cara de querer decapitarlo. ¡Cómo le gustaban las historias de amor!

—¡Dale con la silla! —gritó y luego se giró a su derecha, donde había una persona más, a la que había recogido antes de llegar—. No te preocupes, estoy segura de que mami y papi se van a poner felices más tarde.

¿Qué era un secuestro para una Mortífaga? Massimo, el hijo de aquél par de tortolitos violentos y perdidos, sonrió a sus padres como si no estuvieran intentando matarse. Alyssa necesitaba cambiar de compañía de seguridad.

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Ahí estaba Alyssa, con su largo pelo rojo y su esbelto cuerpo. Él sonrió, embobado, viendo como se acercaba. Esperaba un reencuentro romántico, un beso en mitad del Coliseo, un baile de felicidad, los gritos de alegría de su hijo y abrazo familiar, pero nada de eso llegó. No tuvo oportunidad de preguntar, todos su sentidos se activaron cuando el rostro de Alyssa quedó claro a la luz de la luna. Estaba furiosa y sin dar mucha explicación, atacó.

Él no quería atacarla, pero el instinto de años luchando respondió antes de que él pudiera razonar. Solo tuvo que pensar Kansho para invocar la poderosa daga en su mano, la alzó a la altura de su pecho y absorbió el hechizo que iba en su contra. Antes de poder reaccionar, la daga brilló y devolvió el Sectusempra en dirección a su esposa.

— ¡Por Merlín, Alyssa! ¡Disculpa! No quería atacarte, pero ¿por qué estas molesta? — preguntó, alzando la varita también. No era la primera vez que veía esa mirada: Alyssa lo quería matar o le quería dar la mejor noche de su vida—. Mejor vamos a sentarnos y hablar, aunque creo que deberías calmarte un poco, estás tan roja como tu pelo.

Cada palabra que decía era peor que la anterior, la respiración acelerada de su esposa se lo advertía.

— ¡Dale con la silla!

Alzó la vista y vio a la distancia a Leah, quien se encontraba con… ¿Massimo? ¡Qué grande estaba! Al final Alyssa si había traído a su hijo, incluso a Leah para que lo cuidara mientras ellos… bueno, resolvieran lo que tuvieran que resolver o descubrieran los secretos del imperio romano.

Kiorke — dijo el Macnair, notando como su varita empezaba a vibrar y de ella surgía una luz neon azul que adoptó la forma de látigo—. ¿Qué tipo de charla quieres tener? ¿Una normal y decente, o una un poco más indecente? Te sugiero la primera, porque Massimo está ahí, aunque seguro te gusta como me veo con un látigo en la mano —hizo un movimiento amplio con la mano y atacó, dirigiendo el látigo en dirección al abdomen de su esposa.

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No era ningún secreto que su naturaleza como daimon se apoderaba de ella cuando experimentaba emociones demasiado fuertes, sus ojos se tornaban completamente negros y la marca que tenía en su ojo izquierdo se asentaba aún más. En su rostro el cambio era sutil pero evidente, puesto que sus facciones se volvían más terribles y aterradoras, su cabello parecía moverse cual verdadero fuego y sus dientes se tornaban puntiagudos y afilados. 

Así es como se veía ahora, furiosa como estaba su temperamento estaba peligrosamente cerca de perder el control. La Black no pudo evitar una desdeñosa carcajada ante las palabras del Macnair ¿Qué no quería atacarla? Pero si no había hecho nada ni siquiera para defenderse más que quedarse allí parado. Lo vio realizar unos movimientos como si hubiera intentado hacer algo, pero nada pasó y por ende el rayo que Alyssa había lanzado impactó de lleno en el pecho de su esposo. Sangre, mucha sangre. Una pequeña parte de su alma se retorció de pena al ver al hombre que amaba herido, pero le bastaba tan solo con recordar su abandono o, sin ir más lejos, sus más recientes palabras: “¿por qué estas molesta?”, y de pronto cualquier tipo de remordimiento se iba por la ventana. 

- ¡Dale con la silla! – se escuchó a alguien gritar desde las gradas, al voltearse Alyssa vió a Leah con… ¡¿Massimo?! ¿Pero que diablos estaba él haciendo allí? Lo ultimo que quería es que su hijo tuviera que presenciar semejante violencia entre sus padres. Tendría que tener unas serias palabras con la Dayne, pero ahora no podía desviar su atención del objetivo: matar a su esposo. 

- Anular Kiorke – siseó la Triviani sintiendo una suave vibración por parte de su varita cuando el hechizo hizo efecto inmediato sobre la varita del Macnair antes de que este pudiera realizar la invocación. – Estas loco si piensas que dejaré que me toques, si quiera con un látigo, luego de habernos abandonado sin más razón ni explicación – espetó Alyssa dejando que el veneno tiñera sus palabras – Mejor hubiera sido que ni regresaras… Cinaede – agregó la mortifaga con desdén, sintiendo una vez más como su varita reaccionaba llevando a cabo de inmediato el efecto de aquel hechizo sobre Pik. 

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