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Castillo Ivashkov


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2018

 

Había perdido la cuenta de cuántos duelos había tenido con Arya con el paso de los años. ¿Veinte? Tal vez mil. Estaba harta. La cabeza le colgaba hacia atrás y las manos caídas junto a su cintura, prácticamente abandonadas a merced de la brisa. Sus ojos estaban puestos en una nube sin forma, que se desplazaba con ligereza por el claro cielo nocturno. Hacía semanas que había caído la primera hoja de los robles que rodeaban el castillo y el otoño empezaba a pintar de naranja el ambiente. Podría haberlo disfrutado, recordando los días que había pasado con sus primos entre aquellos árboles semidesnudos. Pero la varita de cerezo se sostenía vagamente a la yema de sus dedos y los ojos de su contrincante no dejaban de perforarle la sien.

Con un suspiro de resignación, cerró los ojos y cuadró los hombros. Cuando volvió a ver, sus pupilas se encontraron con los de su contrincante. 

Era un trabajo, nada más. Algo que debía quitarse de encima para que no le cayese una bronca innecesaria. Otra práctica, otro envío al hospital. Sería rápido, como las otras ochenta veces que habían estado cara a cara y entonces podría dejarla ahí tendida y retirarse a su habitación. Sus elfos recogerían el cadáver de aquella pesada y ella se serviría un vodka, miraría por la ventana y se dejaría llevar por una melancolía más que merecida. Sí, eso sonaba bien. 

La diversión se extendió por su rostro mientras se preparaba, adoptando la postura de duelo que tenía desde muy joven y que se quedaría con ella hasta el final. No necesitaba explorar el entorno porque lo conocía. Cada tronco, cada piedra suelta, cada gota que se deslizaba por las briznas de hierba. Entre ellas había exactamente veinte metros, reflejados en una línea recta de tierra blanca que parecía brillar ante la luz de la luna casi tanto como su túnica; estaban en el campo de entrenamiento de Zack, quien había puesto todo de sí para que cada combate fuera un duelo limpio. Sin obstáculos, sin desniveles. Solo tierra, magia y habilidad.

—Vale, hagamos esto.

Parecía que le daba tiempo a pensar, pero si no había pensado hasta ese momento, era su problema. Ella no había llegado hasta donde estaba por dejar que sus enemigos hicieran planes, así que en el segundo en que aquella frase terminó, hizo que la mente de la Macnair cayera en una inevitable confusión. Ahora, si quería hacer algo contra ella, tendría que hacerlo después de salir del efecto de letargo. Cierto temblor le recorrió la punta de los dedos, proveniente de su varita, que parecía saber que la situación estaba en sus manos. Sus pies, descalzos, también hormigueaban en la fría tierra.

La odiaba, sí, pero cómo disfrutaba pelear. 

 

@ Arya Macnair

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Juego limpio, juego justo. 

Nunca era así, o es que mi mente se embotaba solo con verla. 

Vamos a dejar claro que pasamos por muchas facetas, que jamás pisaremos el escalón de "amigas", pero luego de que Ámbar casi muere, y oficialmente me uní a las filas de La Marca Tenebrosa, la relación con Leah había cambiado. Más lo que nunca cambiarían eran sus palizas, por lo que cuando oí que había regresado, tal vez de visita, quizás definitivamente otra vez, hice que mi lechuza le llevase una nota, y la aguardé —emocionada cabe destacar— en las inmediaciones del castillo Ivashkov, para caernos a madrazos, o para que ella me mate, lo mismo daba ¿O esta vez sería diferente?

Veinte metros nos separaban, el terreno preparado para que nadie abusase más que de su ingenio, los Ivashkov eran precavidos. 

Hice una reverencia que ella ignoró, rodando los ojos ante tanta pedantería, y se dio por comenzado el duelo. Un segundo estaba de pie, dispuesta a atacar a mi contrincante con un rayo mortal, y al siguiente me encontraba viendo pajaritos de colores. Maldita cabeza la mía. 

¡Ajá! —Buenas noches se dice, hija, BU-E-NAS NO-CHES, maldición— conjuré.

No hacía falta que separase los labios, solo hice escuchar mi ronca voz para fastidiarla, y cuando volví al mutismo total, mi varita vibró de la misma forma que la suya, para truncar con "mala suerte" cualquiera fuese su próximo movimiento. 

—No puedo creer que hayas vuelto.

Confesé, con una media sonrisa en el rostro. No lo podía creer, pero estaba feliz.

@ Leah Dayne

 

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Qué mala era una confusión. Arya siempre había sido una soñadora insufrible, viviendo dentro de su cabeza como si fuese un hada del bosque o vete tú a saber. A ella le traía sin cuidado, tanto lo que pasara por su mente como el reclamo que le hizo con la lengua aún embotada por el efecto del ataque que le había lanzado. Sus modales, ¿de qué le servirían cuando estuviera muerta? Antes de que pudiera hacer cualquier otra cosa y tal como había hecho otras cientos de veces, se adelantó a su oponente, atacando antes de que ésta pudiese hacer lo propio. 

Vara de cristal —pronunció.

Con un chasquido de energía, su varita dejó de ser de madera de cerezo y en su lugar fue reemplazada por una vara de cristal negro.

Sectusempra.

Si hubiese lanzado el encantamiento de forma regular, éste habría salido como un malicioso rayo de plata. Habría recorrido la distancia que las separaba y se hubiese entregado al destino para ver si Arya era capaz de detenerlo o no. Pero gracias a la vara de cristal, el hechizo había salido como un efecto y en vez de hacer todo aquél angustioso recorrido, había generado múltiples heridas abiertas y sangrantes en la zona abdominal de su contrincante. 

—Hcau —dijo, pero la lengua le falló—. ¿Silencuis?

Frunció el ceño y volvió a intentarlo, al menos la onomatopeya:

—Auch... ¡Ah! —sonrió—. Así que era eso lo que habías hecho, ¿eh?

Acababa de perder una acción debido a un maldición, un hechizo capaz de hacer que todo le saliese mal, pero era indiferente. Ahora Arya debía curarse inmediatamente del Sectusempra o moriría. Solo le había salvado de morir en un solo turno el maldición,. Pero lo más seguro era que la suerte no volviera a sonreírle, de momento todo volvía inclinarse, como siempre, hacia su vera. ¡Vaya novedad!

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Diablos, diablos, diablos. Pensé

No había ocasión en que esta mujer no me desgraciara. Con una rodilla a punto de hincarse en el suelo liso de los alrededores del castillo Ivashkov, llevé una mano donde se habían abierto las heridas, no para cubrirlas o intentar detener la hemorragia, eso sería absurdo; el cerebro necesitaba entender que estaba perdiendo litros de sangre por segundo. Aun sostenía con la zurda la varita, más fuerte el agarre, la madera de ser endeble se habría astillado contra la palma. La cabeza me latía. Todo el cuerpo me latía. Si parpadeaba demasiado rápido la visión se tornaba oscura, lo único luminoso era aquella melena rubia que ondeaba a veinte metros de mí. Mordí mis labios, conjuré una curación no verbal para comenzar a sanar mis heridas y aun sin abrir la boca volví a atacarla.

—Cinaede— Dije para mí

La varita vibró, como cuando la maldición, cerca de donde estaba nada sucedió, sin embargo, alrededor de las vías respiratorias superiores de Leah se formó una nube gaseosa, como una especie de collar verdoso que rápidamente se cernió contra su piel y le cerró el paso del aire. Se ahogaría de no tomar medidas drásticas, así como yo hubiese muerto de no haberme curado inmediatamente. Más no contenta con ello, separé los pies para ganar equilibrio, sintiéndome lentamente menos adolorida, y volví a atacarla. 

—Arena de hechicero. 

Con un segundo movimiento de varita, dejé ver que llevaba colgando del cuello un pequeño frasco que se desintegró en millones de partículas cristalinas que fueron a cegar instintivamente a mi rival. El viento ondeó a mi favor, la túnica azul oscuro que cubría mi cuerpo danzó con él dejando entrever los vaqueros blancos que llevaba puestos por debajo y las botas de montaña con que solía participar de este tipo de actividades. 

Al final de mi movimiento jadeaba, las heridas aun no cerraban por completo. 

@ Leah Dayne

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Vio cómo las heridas de Arya se cerraban rápidamente, sin que moviera la boca o gesticulara, y analizó la situación. Existía una posibilidad del cincuenta por ciento de que el hechizo fuese un Episkey no verbal y otro cincuenta por ciento de que fuese un Curación. Pero tenía un pálpito, una sensación, quizá por tener los mismos conocimientos mágicos de su contrincante o, quizá, por el pequeño cosquilleo que generaba la magia de libros de hechizos. Tenía la certeza de que había sido un Curación, así que la táctica se dibujó en su mente como un mapa y ella sabía perfectamente cómo llegar al objetivo.

El gas del Cinaede tardó apenas un instante en atravesar sus vías respiratorias. Solo una persona con su experiencia podría haber resistido así aquella intromisión, pues pese a la incomodidad, logró tomar una bocanada de aire entera antes de que comenzara la asfixia. Si le dolía o le estaba provocando algún tipo de imposibilidad, no se notó. Lo único que se permitió hacer delante de Arya, fue carraspear un poquito antes de volver a ponerse en marcha. Tenía tiempo y nadie podía gestionarlo mejor y, por la cara de terror de su contrincante, ella también lo sabía.

Sectusempra —repitió, con la voz ronca y ahogada.

Una vez más, gracias a la Vara de Cristal, el hechizo se limitó a zumbar a través de la madera de cerezo y a manifestarse como un efecto inmediato, abriendo nuevas heridas sobre las recién curadas de la Macnair. El ataque fue anterior a la arena del hechicero, pero la traía sin cuidado, pues ya el plan estaba en marcha.

Maldición —dijo después.

Y ahora estaba hecho. No necesitaba verla, cosa que le impedía la bruma de arena que se arremolinaba ante sus ojos, para que el hechizo fuese efectivo. Sabía perfectamente dónde estaba y ahora no tenía escapatoria. El próximo hechizo de la Macnair saldría, pero no funcionaría y no tendría más opción que usar la segunda acción para curarse de las graves heridas que había vuelto a causarle. Arya era tonta en muchos sentidos, pero estaba segura de que sabía lo que significaba lo que ella acababa de hacer.

La garganta la estaba matando, pero aún podía esperar un poco más para hacerse el Anapneo y liberar sus vías respiratorias. Lo que sí podía arreglar era el sabor metálico que le inundaba la boca, así que curó la herida con una mejor gestión del Curación de la que había tenido su compañera de bando. Le molestaba y el oxígeno tardaba mucho en llenar sus pulmones, pero ahora solo quedaba esperar un par de minutos y todo acabaría. Ya podía escuchar los hielos tintinando en el vaso de vodka.

Jaque Mate.

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  • 2 semanas más tarde...

—!Mal.dita se.a! 

Las palabras escaparon de mis labios por mucho que los apreté, creí que iba a romperme los dientes por tanta presión. El dolor era insoportable. La piel, el órgano más grande del cuerpo humano, sufría. Segundos atrás se veía rosada mientras las heridas del sectusempra iban cerrándose, pero como siempre Leah buscaba acabar conmigo ¿Por qué? No lo sé. Y nuevamente estaba a punto de perder las tripas por un mal movimiento. Esta vez no me dejé caer, me mantuve firme mientras mi varita conjuraba un rápido Episkey sobre mi abdomen. Por un instante sentí la cabeza un poco embotada, de haber ocupado cualquier otro hechizo, mi instinto me dijo a gritos que ya estaría bajo tierra. 

Por una fracción de segundo que en mi mente duró toda una película de Hollywood, intenté recordar por qué esta mujer me odiaba tanto ¿Diferencia de lealtades? pues claro, pasé gran parte de mi vida engañada ¿Pero cuando por fin seguí el camino que había sido trazado para mi? no, igualmente si podía, me escupía la cara... Claro, también está mi pésimo comienzo como madre, creo que de todo, esto sería lo principal por lo que Leah me detesta, Ámbar pasó muchos peligros hasta que por fin centré mis ideas y me volví la mujer que era ahora. Peeero, hay un pequeñísimo detalle, y es que esta mujer que soy hoy también estuvo a punto de acabar con lo que Ivashkov más ama, y no, no es su ego, son sus hijos. 

Me abstraje tanto en sentimientos de odio, rencor y envidia, cuando supe que compartía algo tan hermoso con Oniria, que estuve a punto de dejarlos morir, siendo la única que podía ayudarlos en aquella habitación ¿Y qué gané con eso? un sentimiento de culpa que aun hoy no puedo quitarme, y un vínculo con Baleiro que él no pidió, un lazo entre nuestras almas que siempre nos atará, incluso cuando con el poder que Inferna me confiere, yo le devolví lo que era suyo por nacimiento. Y como condena, un amor hacia Insomnia que ella no buscó, y que yo no pedí, pero que ambas profesamos a través del vínculo que alguna vez tuve con Oniria. 

Pero nada de todo esto tiene sentido ¿Verdad? Porque estamos en 2018 y nada de todo esto ha pasado aun. Más no recuerdo qué estaba haciendo para esas fechas, salvo ser una mala madre, y unirme a La Marca Tenebrosa. 

—¡Disparo de flechas! 

Lo pensé, no lo dije, sino arruinaría la sorpresa. Leah debía curarse del gas que le obstruía la garganta, además de estar imposibilitada de ver cualquier cosa que estuviese llegando a ella, no ciega, pero sí borrosa. Entonces, mientras una docena de flechas se materializaba y recorrían los 20 metros que nos separaban, y oficialmente mis heridas se habían cerrado por completo, me pregunté lo siguiente ¿No soy yo quien siempre intenta matarla? ¿No soy yo quien quiere borrarla del mapa? ¿POR QUÉ? Pues porque siempre quise ser ella, o quise estar con ella, creo que el orden de los factores no altera el producto. Mi admiración hacia la rubia me había llevado a odiarla profundamente. 

Por cierto, si las flechas daban en su objetivo, herirían sus extremidades, y su clavícula, pero no tocarían órganos vitales.

@ Leah Dayne

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Bueno, aquello había sido un error de cálculo terrible. O bueno, más bien había sido un ángel salvador que había venido a ayudarla. Pero ella estaba ya cansada y aquél duelo no tenía mucho más tramo para recorrer. Se le ocurrieron ochenta formas diferentes de atacar, de alargar aquél sufrimiento, pero el hastío superaba su aburrimiento y si la pelirroja le había hecho daño, era porque ella lo había permitido. Y ahora no sería diferente, tenía un plan para cada plan fallido y aunque este no había sido un error regular de su parte, tenía herramientas. Una caja entera de ellas. 

Y si tenía que morir para acabar con el sufrimiento de tener que convivir un minuto más con Arya Macnair, moriría gratamente.

Expelliarmus.

No recordaba la última vez que había usado el hechizo desarmador, solía inclinarse más por la sangre y la violencia. Pero era el último turno de la Vara de Cristal y no iba a desperdiciarlo en otro intento vago de Arya por huir hacia delante. El Expelliarmus, un rayo ahora convertido en efecto, fue inmediato. Antes de que Arya llegase si quiera a pronunciar su segundo hechizo, que era una vergüenza siquiera que pensara en usar un hechizo fenixiano teniendo el Seccionatus a la mano, la varita de la bruja salió despedida por los aires.

Con poética simultaneidad, el efecto de las arenas del hechicero se pasó y pudo ver en prime time cómo la varita giraba lejos de su dueña. La garganta la estaba matando, literalmente, y podría haberse hecho un Anapneo. Podría haberle permitido a Arya la posibilidad de ir corriendo tras su arma como un Border Collie persiguiendo un palo cualquiera. Pero le daba igual. No había llegado lejos por ser racional, sino por ser práctica. Y, como había concluido antes, si tenía que morir por acabar con aquello... lo haría.

Accio varita de Arya Macnair —su voz ahogada retumbó con suma potencia a pesar de la rigidez de sus músculos, aún bajo los efectos del Cinaede.

La varita se detuvo en el aire y automáticamente, salió despedida hacia atrás, hacia ella. La atrapó y la sostuvo delante de su rostro, entre las dos. El duelo había terminado y como siempre, ella había ganado. 

—El día que logres matarme... será solo porque yo quiera que lo hagas. No lo olvides.

Dejó caer la varita de su oponente a sus pies y luego cayó ella al suelo, muerta. Un instante más tarde, uno de sus elfos domésticos recogió su cuerpo y se la llevó, dejando a Arya plantada en el patio de casa, desarmada y humillada una vez más. Vaya forma de ganar, ¿eh? No se podía decir que no tenía estilo, aún muriéndose. 

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