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¿Comienzo o Final?


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La llegada de varias  personas entre ellas, @ Ada Camille Dumbledore  Saori solo vio de re ojo volteo nueva mente hacia la rubia que alli se encontraba al parecer su  humor era del diablo, solo se digno en mirarla sin mas 

-No te preocupes, que bueno tener alguien nuevo - sonrie leve mente, pone su mano en frente - Mucho gusto me llamo saori Archryver un placer - 

Al parecer por lo murmullos que escuchaba era la muerte de quien era el ministro, saori era ajena a eso ya que solo venia por asuntos real mente importantes, como conocer al nuevo jefe siendo. La asiática entre los invitados que llegaban varias rostros conocidos aparecían enfrente de  ella y otros que no conocía, entre aquellos estaba la persona infaltable en estos ostentosos eventos @ Sean -Ojo Loco- Linmer  , soari voltea los ojos riendo un poco. 

-Leslie ...  de donde vines  - saori pregunta de  la nada solo para poder romper el hielo . 

 

@ Leslie Ann Linmer PB  @ Malum Luxure

 

 

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Sin saber la razón me había dado un shock de ansiedad bastante extraño, no sabía bien porque la nostalgia y los recuerdos me habían atacado de manera súbita y no habían podido entablar ninguna conversación con nadie, la guerra habían sido cruenta,, había visto caer y deshacerse gran parte de la organización del Ministerio de Magia Francés, también amigos, compañeros de armas e ideales , que habian caído bajo manos que querían destruirnos. Aun recordaba el día que habíamos destruido la alianza muggle y mágica, habían participado de aquella eliminación, no se había tenido compasión con nadie en aquel lugar, habíamos exterminado a muchos, pero jamás calculamos el odio que la Marca tenebrosa había generado para si. Ahora más que nunca estábamos en las sombras pero son abandonar nuestros ideales de la pureza de la sangre, éramos implacables y seguíamos planeando que no se mezclará la sangre mágica con la no mágica.

Al estar encargada ahora del Departamento de Cooperación Mágica Internacional, me daba un aire de cambio y con el Ministro muerto nos daba la oportunidad de iniciar una nueva era para todos en la regencia de la comunidad mágica británica. La corona monegasca era algo que me hacia sentir tranquila, era un pilar para mis gestiones.

El incidente con el emperador me había avergonzado, mi ataque de ansiedad me había traicionado en un mal momento y el con toda gran respeto había sido muy amable conmigo. Respire un poco y rogué que las lágrimas no estuvieran en mis mejillas, por desgracia estos años me había hecho más sensible a ciertas condiciones. Con el Señor @ toji habíamos sido compañeros en algunos cursos además que compartíamos ideales, pero nuestra relación jamás había sido cercana.

-Claro que si, si me permite en mi Oficina estaremos más tranquilos, dígame por favor.

Lo guíe por el Departamento hasta mi Oficina, ingrese cerré la puerta detrás de él y deje mi maletín sobre el escritorio y di la vuelta para sentarme en mi silla.

-Por favor tome asiento Majestad.

Tome asiento, dispuesto mis codos sobre el escritorio y entre la celebración mis dedos prestándole total atención. 

-Dígame usted que asunto requiere que hablemos.

Me relaje con su presencia, el no era muy emotivo y eso me ayudaba a estar más clara en mis emociones.

 

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 🌙 dulce asesina by Mael

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Apenas habían empleados en sus puestos de trabajo, seguro que debido a la incertidumbre de lo que pueda pasar en el atrio. El mismo había caído en la trampa de quedarse esperando a que algo o alguien anuncie algo. Era un momento de dudas, de no saber quién liderará a la comunidad mágica occidental y eso resultaba beneficioso o no, según la cause de los planes que estén en marcha. La pantomima por la que tiene que pasar a diario le resulta cada vez más agotadora, tener que mostrar una resiliencia propia de una persona que ha de espiar los pecados de toda su familia.  

—Su nuevo despacho le sienta bien, Madame Dumbledore.  

Extendí la mano para dejarle paso a su compañera de filas e ideales. Asimismo, tomé la silla que estaba justo en frente de la directora, dejando solo la mesa del escritorio entre ambos. —Gracias — crucé, debajo del kimono, la pierna derecha por encima de la rodilla izquierda para ponerme más cómodo y poder mantener una conversación distendida y más agradable. —... quizás y solo lo digo como una sugerencia, deberíamos dejarnos de tantos formalismos — empezó su discurso. —creo que lo de su majestad está un poco de más. Aunque de cara al resto del ministerio el formalismo seguirá estando presente.  

Intenté que el tono de mi voz sea lo más neutro posible. —Con respecto a la embajada de mi país de origen — continué. —Debería buscar algún representante que se haga cargo de la misma en mi ausencia. He aceptado un puesto de profesor en Hogwarts y no puedo seguir haciéndome cargo de los asuntos básicos de la embajada, ni tampoco dirigir un país — apenas enarqué una ceja mientras intentaba que el discurso no suene a una despedida. —Obviamente me seguiré haciendo cargo de los problemas más importantes de la embajada, pero mientras tanto tengo asuntos en la escuela.  

Tragué un poco de saliva para establecer una pausa en mi discurso. Si bien, no era el momento adecuado para alejarse del ministerio ni de alejarse de toda la información que se manejaba en el departamento. Las escasas noticias sobre el paradero de Tazz. La desaparición de su amigo en medio de los conflictos mágicos y muggles, cuando empezaron nuevamente la persecución de grupos extremistas de magos por parte de la oposición. Ya sumaban casi cinco años desde la última vez que lo vio en la mansión familiar, él no era de los que desaparecían así como así... 

 

@ Ada Camille Dumbledore

 

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Luna Gryffindor Delacour- Jefa de la oficina de aurores/Pocionista.

Estaba por responderle a Sean dándole la razón de lo que me estaba diciendo e intentando calmarme, cuando Sophie apareció dándome un abrazo que me dejó tan asombrada y casi sin saber que hacer.

 

Tarde mucho en corresponderle el abrazo y casi fueron unas palmaditas algo torpes en su espalda, porque me había desacostumbrado a los abrazos, además en los años de guerra eran pocas las ocasiones en las que festejaba abrazando a otros como solía hacer antaño.

 

Pero me pasó algo curioso, por primera vez en décadas deje de estar en alerta y me sentí en paz, como si con su abrazo me hubiera sacado mil años y preocupaciones de encima en un minuto.

 

- Sean tienes razón, se que debería de calmarme y pensar en que todo estará bien, pero fueron muchos años viviendo en alerta permanente y me cuesta estar con tanta gente sin ver posibles peligros o estar en alerta permanente, supongo que es algo de supervivencia me imagino, que desarrolle sin quererlo si quiera - le explique a Sean mientras pensaba que decirle sobre su broma -

intente dejar de ver alrededor para no parecer rara o extraña, pero seguí chequeando cada tanto que nada sucediera y me rei con la broma de Sean a quien le respondí divertida.

 

- Si te postulas, ya tienes mi voto indiscutible, Sean, de eso no tengas dudas, aunque con el trabajo que seria, no se si quisiers estar en los zapatos de quien asuma de ministro - Le comente mientras pensaba que decirle a Sophie e intentaba sonreír feliz como antes -

 

Mi sonrisa fue más una mueca rara que sonrisa auténtica, no era raro que se me olvidaba hasta como sonreír, suspire mientras me concentraba en que decirle a mi amiga Sophie y me preguntaba si en algún momento dejaría de saltar asustada por el más mínimo ruido que hubiera a mi alrededor.

 

- Hola Sophie, el llamado fue por la presentación del nuevo ministro y del nuevo ministerio y claro para honrar la muerte del ministro anterior, creo que van a hacer todo junto según tengo entendido y me llego la misiva al respecto hace unos días y por eso estoy acá, ¿Cómo andas? Tanto tiempo sin verte - Le dije a Sophie mientras intentaba sonreirle amablemente o al menos, lo más parecido a una sonrisa que pudiera salirme en estos tiempos-

 

El saludo de Ada al final si me hizo sonreír enserió, quizás porque estaba acostumbrada a ella o porque como vivía en su casa, no me asombro su saludo que correspondí feliz, seguí mirando alrededor de todas formas por si algo malo sucedía y mire asombrada y con desconfianza a ese señor que apareció de la nada y que nunca había visto en mi vida.

 

- ¿Alguno sabe quién es ese? Nunca lo había visto y en las invitaciones que repartieron no estaba, creo que hoy será un día extraño, ¿no lo creen así? Siento como si algo fuera a pasar ¿ustedes no lo notan? Como algo en el aire extraño- Les dije a Sean, Ada y Sophie preguntándome si no estaría paranoica de vuelta -

 

¿Eran ideas mías o de verdad algo raro pasaría? Vi irse a Ada a algún lado y la seguí con la mirada preocupada por ella, sabía que podría cuidarse sola pero aún así y con todo, seguía dándome miedo cuando la perdía de vista, negué con la cabeza sabiendo que ella podría cuidarse sola y que sólo eran imaginaciones mías y preocupaciones que me habían quedado de años atrás.

 

@ Sean -Ojo Loco- Linmer   @ Sophie Elizabeth Granger   @ Ada Camille Dumbledore  

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Llovía en los jardines de la Potter Black. Las gotas caían con fuerza durante minutos y después dejaban ver los montícul0s resecos donde antaño crecieron lirios, antes de volver a taparlos con la fuerza de la tormenta. Pero mi mirada no se centraba en las ruinas de lo que antaño fue uno de los jardines más hermosos de Ottery. En realidad, no se centraban en nada de lo que podía ver por la ventana del salón de la chimenea, ahora apagada, a pesar que había refrescado con aquella inesperada agua que inundaba la tierra reseca. Yo, Sagitas Ericen Potter Blue, mantenía el pensamiento en los terribles años pasados, en la guerra que había frenado mi lugar de gloria en el bando mortífago, donde llegué a sentarme en el gran trono de los líderes, en aquellas matanzas de miles y millones de personas y en las especies que se atrevían a lucirse al aire libre después de milenios escondidas en las profundidades de cuevas, grutas o cementerios.

Llovía, sí, pero no era ese el motivo por el que mantenía un carácter huraño y sin contacto social con el resto del mundo. Habían cicatrices abiertas, otras cerradas con marcas, algunas que no recordaba. Sin embargo, no me preocupaba ni el pasado ni el futuro. Me interesaba el presente y lo que podía afectar sólo a mí familia. El resto del pueblo, del mundo entero, había desaparecido de mi punto de mira. El tiempo, sí, el tiempo era lo que había sucedido a mi alrededor. El tiempo, que destruye más que crea, que destroza más que une, que deja apartado las ideas y los ideales y te obliga a valorar lo único que tienes y que valoras: a tus seres queridos.

No me avergonzaba confesar que, tras la caída de la ciudad de Londres y sus territorios vecinos, me llevé a mis hijos y nietos a buen recaudo, sin el permiso de sus padres (que ni habían aparecido a preocuparse por ellos) a nuestro refugio en tierras españolas. Tampoco me avergonzaba confesar que el cuidado de Elentari, de Ithilion y de SJ, no me habían privado de presentar batalla cuando era necesario en el terreno de las múltiples guerras y guerrillas que habían surgido por todas partes.

Pero nunca lo hice ayudando a La Marca, quienes me habían sorprendido con el avance de las huestes más violentas y salvajes en defensas de un idealismo más restrictivo que chocaba con el más abierto de mi época. En un insospechado movimiento de enroque, me vi acorralada y privada de mi liderazgo por gente más zafia en su comportamiento. La guerra supongo que nos pone a todos en nuestro sitio y, supongo también, ya era hora que el bando decidiera sobre su futuro sin mí. Aunque no me habían gustado las maneras, sobre todo porque varios Avadas se habían interpuesto en mi camino.

No, resolví mis propias batallas, sin ayudar a La Marca que había abandonado en su momento, aunque tampoco sin ayudar a una incipiente Orden que también se había levantado con fuerza. No, no me decidí a ayudar a nadie excepto a mí misma y a mis propias necesidades, a mis hijos, nietos, familia, pertenencias... Todo lo que estuviera fuera de aquel límite, no eran de mi incumbencia.

Sin embargo... Llovía y el Ministerio de Magia había llamado a la población hacia su interior, a pesar de ser sábado y que no era buen momento de montar aglomeraciones poco controlables tras el asesinato del anterior Ministro. Ni el nombre recordaba. No me importaba la política, al menos que se metieran en mi terreno. ¿Mi prioridad? Levantar mis negocios y recuperar mis dos mansiones medio deshechas durante la guerra. Sabía que Babila ya se había ido a su puesto. Era un leal trabajador ministerial, a pesar que, en realidad, era sólo un secretario de la planta de Accidentes y que su papel no era demasiado importante. 

También sabía que @ Matt Blackner iba a ir porque, en el fondo, también creía en la importancia de levantar un Ministerio mágico fuerte y que la comunidad mágica volviera a disfrutar de tranquilidad y del bienestar anterior a la guerra. Idealista, en el fondo. Yo ya no creía en nada, después de todo lo que había visto y vivido en aquellos cinco años, aunque sí me gustaría volver a sentirme a salvo entre aquellos muros, poder caminar por los jardines floridos y disfrutar de un paseo sin interrupciones de los grupos que amenazaban la tranquilidad del pueblo, sobre todo en las oscuras noches.

Solté un suspiro cuando sentí, por cuarta vez, el carraspeo de mi elfo. Harpo sabía que me molestaba en uno de mis larguísimos momentos de silencio y apatía, aunque creo que también lo hacía por eso. Él se había aunado con mis hijos y mi marido para sacarme de casa.

-- No lo conseguirás, Harpo. No pienso ir a esa maldita reunión en el Ministerio -- susurré, con algo de rabia, sujetando con fuerza una de las cortinas de terciopelo que aguantó apenas mi tirón. -- No se me ha perdido nada allá.

-- Tal vez su hijo Matt no piense lo mismo -- supongo que esperaba que él contestara algo, si es que estaba allá. Yo no lo sabía, a pesar que le había oído levantarse y moverse por el piso superior.

-- Me es igual. Que vaya él si quiere. No me importa nada ni nadie.

Me esperaba una retahila de excusas, quejas, imploraciones y me aferré con más fuerza a la cortina oscura. ¿Qué me importaba que fueran los patriarcas o matriarcas más dignos de las mansiones del pueblo? ¿Qué más daba que los grandes comerciantes estuvieran allá junto a los duendes o los Conciliadores? Ni el mismo Marco Livua me haría dejar los muros de la mansión de mi madre, la Potter Black. Ni una mención en El Profeta o una entrevista radiofónica... 

-- Me es todo igual -- repetí, con firmeza.

-- ¿ Ni siquiera la presencia de @ Lucrezia Di Medici de Medici?

Levanté levemente la cabeza y abrí un poco los ojos; mis dientes se apretaron en una mandíbula rígida y mi cuello crujió cuando me giré rápidamente hacia el elfo.

-- ¿Ella... está... seguro que... no será...?

Mis ojos decían que no era posible que... aquella mujer... italiana... se atreviera a pisar terreno nuestro. Tampoco podría decir en aquel momento a qué me refería con el "nuestro", pero el fulgor de mis ojos demostraban que aquel nombre se me hacía una perversidad en el pueblo.

-- ¿En Londres? -- Esperé la confirmación de los labios de Harpo y, cuando mencionó que la habían visto acompañada de Passepartout, yo corría escaleras arriba para vestirme. -- ¿Con un elegante atuendo? -- Repetí desde mi cuarto, mientras el ruido de perchas cayéndose por el suelo acompañaban mis palabras. -- Claro, por supuesto. Ella siempre tiene que "d-e-m-o-s-t-r-a-r-l-o" -- mascullé entre dientes, ante la mención de las joyas de la rica muchacha. -- ¡Ni siquiera son suyas, que las ha heredado! -- grité, mientras me ponía el sombrerito negro sobre mi pelo peinado y bien arreglado, tal vez desde hacía días.

Bajé de prisa las escaleras, a pesar de los zapatitos negros de tacón medio que había encontrado abandonados en el fondo del armario. Llevaba un hermoso traje chaqueta de terciopelo granate con ribetes y lazos negros, a juego con el sombrero. Como joya, sólo llevaba un antiquísimo medallón de Rom, de peculiares poderes mágicos que me habían ayudado mucho en estos últimos cinco años.

Para trasladarme al centro de Londres, usé uno de los armarios evanescentes que me llevaron al final del Callejón Diagon, donde pude acceder a la calle y caminar el escaso tramo que llevaba hacia el Ministerio. Como siempre, el uso de los lavabos estaba saturado por gente loca que se atrevía a acceder al Ministerio, con los tiempos que corrían. Bueno, como yo, ¿quién me mandaba a mí acercarme a aquel lugar, tan peligroso como pensaba que era?

-- Espero que no sea mentira que "ella" esté aquí -- murmuré por lo bajini, mientras pulsaba los botones de la cabina telefónica que me llevaría al Atrio.

Sí; si Lucrezia di Medici estaba allá, sí, merecería la pena haber salido de mi refugio para verla.

Llovía, sí, y hacía mal tiempo en el exterior, pero nada comparado con lo mal que se pondría allá abajo si la encontraba, para enfrentarme a ella.

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Ni la más terrible tormenta iba a impedir que medio mundo mágico inglés asistiera al funeral del difunto ministro de magia. 

Yo no quería estar allí. 

Kore, tomada de mi mano con firmeza, mirando con sus ojos curiosos a todos lados, se puso en puntas de pie mientras esperábamos en el Atrio. Habíamos llegado los tres juntos, con Hades, pero él se había alejado un momento para saludar a viejos colegas de San Mungo. Como Director, era menester que diera buena impresión siempre. Pero, por algún motivo, me sentía hueca cada vez que se alejaba de mí. Como si algo me faltara ni bien me soltaba la mano. Sabía que él también lo presentía, aunque no sabía cómo se daba cuenta. Quizá porque cambiaba la posición de mi cuerpo, o quizás porque había visto mis ojos tristes los últimos ocho años. 

-Mamá, ¿me repites quién fue el que se murió?- preguntó Kore, volviendo sus ojos curiosos hacia la multitud una y otra vez, como si el muerto fuera a aparecer en forma de fantasma por el Atrio, en medio de la multitud. 

Algunas personas a nuestro alrededor la miraron entre sorprendidos y molestos por su pregunta. Era solamente una niña, la gente solía olvidar lo directos que los niños podían ser cuando hablaban. 

-El Ministro de Magia, Kore, mi amor- respondí, aún mirando alrededor para ver si lograba dar con Hades.

Era un hombre alto, distinguible, pero había demasiada gente en el Ministerio. Demasiada. Había poco aire.

-Mamá, me estás apretando la mano- se quejó Kore.

Aflojé el agarre. No me había dado cuenta de qué tan nerviosa estaba. Y, entonces, lo vi, venía hacia nosotras. Levanté una mano para indicarle dónde nos encontrábamos y algo se aflojó en mi pecho. 

@ Hades Ragnarok

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Llovía.

 

Lo supe antes de salir de la cama, alertado por la rodilla, que en días húmedos como aquel, volvía a doler, cosa qeu no me había detenido en los últimos años.

Habíamos vuelto a Ottery, a la Potter Black. O al menos, a lo qeu quedaba de ella. Los jardines, llenos de verde, flores bien cuidadas gracias a los conocimientos de Sagitas, eran un lodazal. Varias zonas de la mansión habían sido dañados, pero no por nada éramos los accidentosos. Lo repararíamos. Pocos lugares podían decir que habían salido indemnes de los años de contienda.

 

Mientras bebía un poco de café, no dejaba de dar vueltas a la idea de todo el trabajo qeu teníamos por delante.

 

La Guerra de los Pactos Rotos había sido larga, sangrienta y cruel. No podía definirla de otra forma, especialmente tras haber vivido el horror de la Matanza de Stonehenge de primera mano. Aquel día pasaron demasiadas cosas que, en el fondo, creía qeu podría haber evitado. De lo qeu no me arrepentía era de la decisión qeu habíamos tomado. La más sensata, en primera instancia, fue @ Sagitas E. Potter Blue . Ella llevó a los pequeños, Elentari, SJ e Ithilion junto con Harpo al lugar más seguro con el que contábamos: a la Pettit Potter Black, en España. Era un rincón protegido y seguro, pero cuando estuvimos allí, a pesar del deseo de mi madre, tanto Jack como yo sentimos que era necesario regresar.

 

Éramos cazadores. No podíamos escondernos sin más. Debíamos regresar a plantar cara. No a colaborar con la Orden, tanto tiempo desaparecida, ni mucho menos con la Marca, que además, había protagonizado una traición hacia su líder, Sagitas, en pos de imponer sus ideas más radicales. Nunca luchamos por ninguno de los dos bandos, sino que peleamos por nuestra familia, aunque también, luchamos por proteger a aquellos indefensos qeu lo necesitaron. Sagitas no siempre lo entendió, pero según decía, no podía dejarnos solos.

 

Asi, nos inmiscuimos en la guerra, los tres solos, apenas pasando tiempo con los más pequeños, pero sabiendo que, al menos, los manteníamos a salvo. Ellos aun no habían regresado, no hasta que nos cerciorásemos de que la Potter Black era segura.

 

Llovía en Londres. Por eso, elegí botas negras, un pantalón cargo negro, ancho y desgastado, junto con una camiseta blanca y una cazadora negra algo raída. La guerra nos pasaba factura a todos, pero aquel atuendo había soportado muchos días y noches a la intemperie, no solo durante la guerra. Era cómodo, mantendría el calor y, sobre todo, era cómodo para la batalla.

 

Por que si, era una locura que el ministerio pretendiera organizar una reunión pública tan pronto, justo tras el asesinato del último Ministro de la Guerra. No había sido el mejor, eso era cierto. Tampoco fue el más duro contra los enemigos, pero en tiempos donde la guerra toca a su fin, la muerte de aquel hombre había sido una sorpresa. Y el hecho de querer rendirle tributo público tan pronto, en una zona concurrida y de fácil asalto, no me parecía buena idea.

 

Aun asi, Jack y yo habíamos insistido en que Sagitas asistiera. No en vano, ella había sido Ministra, y se esperaría, como cinco años atrás, que ella hiciera acto de presencia, junto con otros mandatarios. Idea que no funcionó, pues ella se negaba. Por eso, me puse la capucha y, bajo la lluvia, me aparecí desde la entrada  de la PB, en un callejón cercano a la vieja tienda de Donuts...que había sido destruida. Con un gruñido, caminé, notando como as voces creían. Más magos y brujas habían aceptado, aquel sábado, acudir al atrio, atendiendo la llamada del Ministerio. Volver a la normalidad, una, de la que aun no me fiaba.

 

El descenso hasta el Atrio fue mediante una de las cabinas telefónicas. Lo qeu me sorprendió fue ver que, un par de cabinas más allá, Sagitas aparecía, arreglada, con un alegre traje de chaqueta granata.

- Pensaba que te quedarías en la Potter Black. - le dije. La gente se acumulaba en la entrada al atrio. Sagitas, sin embargo, parecía buscar a alguien, con una expresión decidida en su rostro. - ven, puedo colarnos en el atrio sin esperar. - dije, mostrándole la identificación que colgaba, como siempre, junto a la hebilla de mi cinturón - ventajas de seguir siendo el Director de Acc.

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@ Cissy Macnair  

 

El ragnarok se había tenido que alejar por un momento de Cissy y de su pequeña Kore, no quería hacerlo, mas, con tanta gente allí en el atrio del ministerio, donde cualquier cosa podría suceder. El vampiro conocía completamente los riesgo, pero hubiera sido una falta de respeto por parte de la familia si al menos no se hubieran presentado en el lugar unos minutos. Cissy, como antigua jefa del concilio de Mercaderes había tenido que tratar con aquel hombre, en cambio, el cainita como director de San Mungo lo había tenido que hacer mucho mas, ya que necesitaba permisos especiales y tratados con embajadas y demás ministerios mundiales y eso lo facilitaba en gran medida aquel hombre que ahora se encontraba muerto.

 

El vampiro se sentía raro al estar alejado de Cissy estando tan cerca, una cosa era estar en su oficina en San Mungo cumpliendo sus obligaciones donde en un segundo podía estar en su casa gracias a los polvos flu o apareciéndose y otra era estar a unos metros de ella y de su hija. Hizo un a ligera reverencia y comenzó a caminar rápidamente hasta encontrarse con ambas.

 

-Lo siento cariño, no podía evitar ese encuentro -dijo el vampiro observando a la Macnair y tomando la mano de la pequeña Kore- no me volveré a separar de ustedes, este sitio no me da buena espina

 

El la conocía a la Macnair y podía ver en sus ojos lo nerviosa que estaba. El aunque no lo parecía también lo estaba y en cualquier caso mantenmia la varita muy cerca de el, solo por si las dudas.

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Hogsmeade

Llovia ¡y como lo hacía!

No pude evitar sonreír al leer la noticia en el Profeta, anunciaba la muerte de los últimos ministros de la Guerra. Para muchos era el mejor, para otros ni fu ni fa... pero el ministerio se había quedado huérfano y necesitaban a un nuevo capitán al que dirigir el barco en aguas turbulentas, porque lo eran y mucho, no había una paz completa y había rumores de reunificación de bandos a pesar de los desastres que hubo en el pasado y eso que, muchos de nosotros vampiros incluídos, también fuimos masacrados muchos compañeros caídos en una guerra en que el que yo creía que el sentido común se había impuesto. Dentro de la misma Marca se había traicionado el principio de lealtad que regía desde su fundación y sospechaba que mi muerte quizás, se debiese a ese levantamiento interno por querer imponer las más duras restricciones pero aunque yo lo compartía, estaba segura que todo mucho más simple de lo que parecía, estaba unida a la líder familiarmente y eso no se veía con buenos ojos.

Si la conocía lo suficiente seguramente iría al Atrio... y yo también, no dudaba de que ella y Matt protegerían a los niños... Suspiré al recordarlo y un sentimiento humano brotaba en mi interior. Negué con la cabeza intentando evitarlo. Lo último que necesitaba eran distracciones y eso no debían de ir conmigo. Las traiciones se pagan caro y el tener la guardia baja más todavia. No podía evitar que el odio subiese con fuerza, con una rabia interna que me daban ganas de matar a la mitad del pueblo en el que estaba hospedada.

Caminé hasta a la pequeña mesita y tomé medio frasco de sangre fresca que había ordeñado esa mañana. Sentía que me renovaba con una fuerza que hacía tiempo como no lo recordaba, cuando me había negado a usar lo que por mi condición necesitaba más débil me había dejado, nunca más pensé para mí, de eso era algo que estaba segura de lo que me había debilitado el no usarla... Maquinaba mientras enrollaba el periódico y daba golpecidos encima de mi mano abierta, pensativa... No me gustaría ir, no me apetecía nada ir, pero quizás debiese, a lo mejor querría escoger a un nuevo ministro.

Tendría que rodearme de estiércol humano y chuchos sudorosos (licántropos🤣) para ver qué era lo que tenía preparado lo que quedaba del Ministerio de Magia. En mi caso había dejado cualquier tipo de puesto funcionarial y por el momento, necesitaba algo más tranquilo para maquinar y pensar en los siguientes pasos para llevar a cabo mi venganza. Me daba mala espina de que si se nos reunía a todos en el Atrio, se podía liar una buena y no era momento para eso, quizás hacer las exequias oportunas para despedir al ministro y cada uno a su lugar, era sábado y obviamente como buen funcionario los fines de semana era para descanso laboral, pero si aún quedaban mortífagos no me sorprendería nada que se montase un buen festín

Aplasté el pelo con un poco de agua el espejo me reflejaba pero estaba segura que, de como buena vampira otras personas no podrían ver mi reflejo, llevaba el pelo cortado al estilo años treinta, me puse una blusa y unos pantalones bombachos además de las botas de color negro, a conjunto, me puse una capa con ribetes plateados que en cada extremo se colocaba junto con argollas fuertes en las hombreras de plata de la blusa, en forma de marca tenebrosa, la capucha caía con gracia, llevaba el medallón de protección por si acaso asomaba el sol guardado por debajo de la blusa, amarré el pantalón con un cinturón en forma de serpiente plateada y ajusté las botas, tomé el morral de cuero el monedero de piel de moke y por suerte, aún conservaba la mayoría de pertenencias que me eran útiles. En su interior guardé una petaca con sangre fresca, por si acaso...

En el Atrio

Tomé la varita de álamo temblón y con un giro de mi muñeca, me desaparecí de Hogsmeade para hacerlo en una calle aleadaña a una de las entradas principales del Ministerio de Magia, había averigüado que eso no había cambiado y era un mal asunto, se tendría que reforzar la seguridad. Guardé la varita en el bolsillo y di un traguito más de mi petaca con el símbolo de mi vieja familia, la Rambaldi, y que a causa de la guerra el castillo había sido completamente destruído. Saqué un cigarrillo dentro del morral y aún con la capucha puesta, fumaba con ansia viva, pero no veía pasar a nadie conocido, al menos la capa llevaba un encantamiento impermeabilizante y no tendría que cambiarla a pesar del aguacero que caía en esos momentos en Londres. Había pocos traseúntes muggles, y los que había corrían apresuradamente para no mojarse o iban en taxi

Al acabar, tiré la colilla al suelo y fue arrastrada por la corriente tras un sumidero cercano. Suspiré y empecé a caminar mientras chapoteaba hasta llegar a la cabina de entrada del ministerio, accedí a esa entrada mágica y tras unos momentos, entré a la zona del atrio... por las horas estaba atestada de gente y por los aromas que me llegaban, muchos de ellos conocidos y más fuertes de lo que recordaba antaño. Bajé la capucha y me puse a observar en una esquina, mientras el guardián de las varitas chequeaba mi arma mágica. 

¿Qué pasaría ese día? Esperaba que fuera uno tranquilo, elegir a un ministro y todos para casa (o eso esperaba)

 

 

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Roma – Ministerio de Magia Italiano

 

En Italia uno de los conflictos más virulentos que se habían dado entre la comunidad mágica y muggle fue cuando la última se entero del verdadero uso que escondía la famosa fachada del Vaticano, sede y meca de sus creencias religiosas es sin duda uno de los lugares con mayor significancia espiritual para los muggles. Imagínense el shock que representó para ellos enterarse que por siglos habían venerado y puesto toda su fe en una construcción ficticia creada por magos. La verdadera naturaleza de aquella organización religiosa era nada más que una máscara para el Ministerio de Magia Italiano, ocultando a plena vista y bajo el manto religioso al que era en realidad la sede de poder de la comunidad mágica en aquel país. 

Había sido algo desastroso para los muggles, desestabilizando y desmantelando todo su sistema de creencias, generando tal caos y crisis existencial que para el Ministerio Mágico Italiano fue fácil someterlos bajo su control. Aunque por supuesto una pequeña resistencia surgió para desafiar este dominio sobre ellos, un grupo de muggles que mantenía que su Dios verdaderamente existía y que los magos solo habían corrompido lo material, lo externo. Insistían que su fe permanecía intacta y todo esto no era más que una prueba que su Dios les había enviado, un desafío para testear la fortaleza de su fe. 

Alyssa bien sabía que esto no era así, que todo el concepto del catolicismo había sido inventado por el gobierno mágico italiano de la época como una forma eficaz de mantener un control sobre la comunidad muggle respetando el Estatuto del Secreto. Y por siglos esto había funcionado a la perfección, incluso mejor de lo que habían esperado, jamás se hubieran imaginado en aquel entonces el impacto que esta fabula tendría en la comunidad no mágica y el poder que les daría sobre ellos. Precisamente por esto es que, ante la caída del Estatuto del Secreto, cuando la verdad salió a la luz muchos muggles no supieron sobrellevar las implicaciones de semejante revelación. 

En lo que a la Triviani concernía poco le importaba la crisis existencial que los muggles podrían estar pasando, lo único que le interesaba es que estos dados habían caído a su favor y que al final el gobierno mágico seguía en control de sus inferiores. Su responsabilidad era para con la comunidad mágica, su prioridad mantener el equilibrio y la paz necesaria para que el país pudiera seguir adelante. Para esto, le guste o no, necesitaba que también hubiera estabilidad entre los no mágicos pues ambas sociedades estaban intrínsecamente entrelazadas en más formas de lo que muchos se imaginaban. 

Su oficina, un espacio amplio y lujoso, era una obra de arte del Renacimiento italiano. Con sus pisos y columnas de mármol, elegantes decoraciones hechas a mano vistiendo las paredes con detalles en oro y una cúpula pintada por el mismísimo da Vinci. Su escritorio se encontraba posicionado frente a un ventanal que daba a un balcón con vista a la plaza San Marcos, el mobiliario otra obra de arte tallada a mano que ejercía una imponente presencia con su tamaño y elaborada fachada. La menuda silueta de la Ministra se recortaba contra la luz que se derramaba de las ventanas, contemplando desde lo alto del Vaticano las pequeñas figuras que se movían por la plaza. Una de estas se visibilizaba con un altavoz, vociferando a un grupo de personas que se habían detenido en su andar para escuchar lo que este sujeto tenía para decir.

- Otro de estos nuevos “apóstoles” – pensó la Black mientras observaba con aire ausente y su entrecejo fruncido en una expresión que delataba la profundidad de sus pensamientos. 

Su mente continuaba desviándose hacia Inglaterra, tras la muerte de Ogden el gobierno inglés había quedado vacío y sin nadie que los guie en este periodo donde la paz era todavía algo muy frágil y efímero. Se preguntaba quién ocuparía la posición del viejo Theodore y si sería alguien en sintonía con sus ideas, después de todo era claro para la Triviani que una relación cordial y hasta amistosa entre los gobiernos mágicos internacionales era esencial para mantener esta nueva paz. Pero el Ministerio Italiano jamás, bajo ningún concepto, soportaría algo como los Pactos Universales si es que algo así fuera a ser propuesto nuevamente. Esta paz era sin duda algo que podía explotar en pedazos en cualquier momento, la idea de que ella tendría que ir personalmente a supervisar este periodo de cambios y decisiones en Inglaterra cada vez ganaba más fuerza en su mente.

Luego de años lejos de su tierra paterna, era tiempo de que Alyssa regresara al lugar que aun representaba gran parte de su historia. 

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