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Tribunal del Wizengamot y Sala de Prensa


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      El Tribunal del Wizengamot     

Las Salas del Tribunal están ubicadas en el décimo nivel del Ministerio de Magia, son las salas más antiguas del ministerio, son tan antiguas que son inaccesibles por medio del ascensor, y para poder entrar a ellas hay que llegar desde el Departamento de Misterios. Al pasar la gruesa doble puerta de madera de cedro, ya no estábamos más frente a la vieja sala  en desuso donde se llevaban a cabo los juicios a mortífagos. Ahora, si había oportunidad, se juzgaban hasta nimiedades, la cuestión era usar aquel nuevo tribunal. El lugar recordaba a las tribunas de los estadios muggles. Los miembros del Wizengamot original eran cincuenta y los lugares privilegiados cubrían esa cantidad en lo que parecía un área de platea, con sillones morados con una W en blanco bordada sobre el terciopelo en el respaldo de los mismos. Cómodos, mullidos, distribuídos en cinco niveles con diez asientos cada uno. Al otro lado se podían observar un medio círculo de bancas en igual número de niveles, aunque menos cómodos, parecían ser los asientos para prensa, curiosos e invitados.

El piso de la sala estaba cubierto con alfombras moradas con bordes dorados sobre por un mármol negro con las iniciales del Ministerio y del Tribunal en mármol blanco. Al centro, como antaño, estaba el sillón de madera para el acusado,  claro que ahora dependiendo de la gravedad del caso ataba o no mágicamente al mismo o lo “encapsulaba” en un área mágica alrededor de su asiento, por sobre, bajo y alrededor de él. En frente  estaban las mesas de los jueces con sus asientos cual tronos y la mesa del fiscal con el jurado a su derecha. Frente a la tarima de los miembros del Wizengamot y una mesa más pequeña a pocos metros del acusado para sus defensores.  Ya no había dementores en el lugar, pero sí artilugios mágicos aprendidos de los Uzzas y Arcanos que habían impartido clases en el pasado.

Definitivamente el dorado, blanco, negro y morado sobresalían haciendo lucir las maderas oscuras utilizadas tanto para mobiliario como para decoración o estanterías. Las puertas de nogal teñido daban paso al ingreso de los prisioneros, su seguridad y la defensa, la central daba ingreso a los miembros del jurado y jueces y la última para el fiscal y sus ayudantes así como seguridad extra del tribunal.

          En el decimo nivel se encuentra:

Miembros del Wizengamot
Enlaces con servicios Administrativos del Wizengamot (Primer piso)
Tribunal Mágico


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Estudios Muggles
Idiomas
Aritmancia
Historia de la Magia
Leyes Mágicas
Adivinación
Artes Oscuras
Defensa contra las Artes Oscuras
 

     Sala de Prensa     

Cualquiera hubiera creído que aquel lugar no iba a ser tan luminoso como era. Habían elegido que el techo tuviera un encantamiento del tiempo, lo cual hacía parecer que se trabajaba al aire libre, lo bueno es que habían evitado que los días de lluvia se reprodujeran allí dentro. La sala, situada un ala más allá del tribunal, era efectivamente luminosa, con una mesa blanca con sillas rojas para los miembros del Ministerio que fueran a dar un discurso y varias filas de sillas negras para los miembros de la prensa.

En los laterales de la sala principal hay boxes con mesas, estantes y sillones para los miembros de los diversos periódicos, radios y otros medios de prensa. Incluso los medios muggles tienen su box, claro que no tan cómodo y para todos ellos juntos, si es que alguna vez se les da cita. Obviamente cada box que había sido ‘tomado’ por algún medio de prensa tenía la decoración propia de cada uno de ellos había elegido en función de su propia forma de ser o de la impronta del medio para el cual laboraba. Todo ello hacía que aquello fuera un lienzo blanco manchado de diversos colores fulgurantes y llamativos, en definitiva, un cambalache lleno de vida,  chismes y rumores de todo tipo y para todos los gustos, desde deportes hasta romances, desde secretos ministeriales hasta familiares.

Aquí también se encuentra la sede de enlace de "El Profeta" con el ministerio de magia; tras la guerra, la sede principal del periódico quedó destruida, siendo este lugar el sitio en el que los trabajadores del principal periódico mágico hacen su día a día. 

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WIZENGAMOT

Impaciente, esperé tras el mesón al cabo que traqueteaba los dedos y sentía el ardor de la marca en mi piel. Consulté un par de veces si Macnair se habría desocupado ya, pero la chica tan solo observaba un vuela pluma que negaba de lado a lado y se encogía de hombros; ¡podría asesinarla si quisiera!, pero la apariencia del muggle no era nadie para ella y tras toda la seguridad que habría abordado el Ministerio no podía darme a conocer así como así... a lo menos no sin el indulto que andaba buscando. Lo conseguiría. 

Señor Rufus.

Entonces oí su voz y los pasos acrecentar el taconeo hasta que se posicionó a mi lado, intercambió un par de palabras con la secretaria y me jaló del brazo hacia un lugar más apartado. Nos perdimos entre los pasillos de miradas alertas a cualquier movimiento extraño y entonces me empujó sutilmente hacia una oficina vacía.. y fría. Parecía una pequeña celda para acusados...

De pronto sentí que se abalanzó encima, sus brazos me abrazaron cazando los míos y su rostro se apretujó al pecho. Tardé un par de segundos en reaccionar, luego acomodé la barbilla en su nuca y respiré tranquilo... algo que no pasaba hace años. El aroma fresco de su rojiza cabellera me trasladaron a la ingenua paz de la fortaleza oscura y es que, a pesar de sentirme algo extraño con una muestra de cariño, después de años, me había reencontrado con una compañera de guerra. Mis manos se entrelazaron por su cintura. 

-¿Loco?- respondí- ¡necesito un indulto! no puedo llegar y aparecerme en el Ministerio, luego de la muerte de ese... blandengue de Theodore- intenté esbozar una mueca de desprecio, pero el rostro del maldito muggle parecía ser un hombre sin pizca de infelicidad. Posé mis manos en sus delicados hombros y la alejé- espera, ¿tú no hiciste el llamado? ... ¿Quién está a cargo de la casta?... creí que los guiarías en mi ausencia. ¡La seguridad está hecha un desastre!- Elvis jamás hubiese dejado que esto pasara, me dije al cabo de mi exclamación- No he sabido nada de tus hermanas... solo tengo una noticia de algo que te contaré luego, pero antes necesito mi carpeta criminal ¿tienes acceso aún?...

@ Arya Macnair

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Me había despedido de Hades con una mueca en los labios y el corazón latiendo a mil. No quería irme, no debería dejar a mis hijos después de lo que había pasado en el Atrio, pero era imperioso que pasara por la oficina. Higinio era bueno en lo que hacía, pero no podía llevar solo el Ministerio a buen puerto, sobre todo porque, conociendo el paño de los otros miembros del Wizengamot, utilizarían cualquier excusa para poner un palo en la rueda de la justicia. 

Era consciente de que me había costado mucho dinero y tiempo conseguir el indulto. Volver a Londres había sido tanto una alegría como un mar de ansiedad en el que me la pasaba nadando día sí y día también. Algo similar había sufrido Sagitas. Pero, gracias a nuestras pequeñas influencias, habíamos logrado regresar. Ella por ser un miembro más que respetado de la comunidad mágica, y yo por haber obtenido la cura que salvó al mundo mágica de la maniática de la Inquisidora. Casi, por poco, había conseguido que también perdonaran a otros miembros que habían participado en eso, como Arya, pero la cosa estaba difícil. 

Y ahí me dirigía ahora. 

Higinio había dejado ya la urna para que la gente votara nuevo ministro. Theodore todavía ni se había enfriado y ya querían que alguien ocupara su lugar. No había sido un mal Ministro, pero no había sido lo que necesitábamos. Cierto que mis ideales eran más extremistas que los de los últimos mandatarios, así que era lógico que nadie me pareciera tan bueno como mis viejos colegas. 

Bajando al Departamento de Misterios, me dispuse a cruzar el Tribunal para poder llegar a las oficinas de reunión del Wizengamot. La secretaria, una chica muggle que había sido empleada por el mismo Theodore, hablaba con... ¡Ay, por Merlín! ¿Esa era... Arya? ¡Car.ajo! No llegué a escuchar qué le decía, pero la pobre chica palideció y, a penas Arya desapareció por una puertita -oficina de archivos- la chica comenzó a redactar un memo mientras sus manos temblaban tan violentamente, que le estaba costando un horror mantener la pluma en su lugar.

-No lo hagas- murmuré, poniendo la mano derecha sobre las suyas, mientras tomaba la varita con la izquierda-. Obliviate- ni siquiera lo dudé. 

El conjuro hizo efecto en la muchacha, que desenfocó los ojos y se quedó mirando al vacío por un instante. Luego, pareció volver de algún lugar muy lejano en su mente y me sonrió.

-Señora Macnair, qué alegría verla- me saludó.

-¿Hay alguien esperándome?- pregunté, sonriendo, sin siquiera saludarla. Aún tenía mi varita en la mano, pero colgaba en mi mano que descansaba a un lado de mi cuerpo, en apareciencia relajado-. ¿Ha venido alguien a las oficinas?- agregué.

La chica lo pensó un momento, genuina duda pasando por sus ojos. Luego negó.

-No, señora. Los miembros del Wizengamot salieron en tropel hace unas horas para dejar la Urna de votos en el Atrio, pero nadie ha vuelto- suavizó sus facciones, volvió a sonreír-. ¿Esperaba a alguien?

Negué con la cabeza.

-No, no. Sólo preguntaba- luego, pasé de ella, derecho hacia la puerta de los archivos, por la que había visto cruzar a Arya-. Si alguien pregunta por mí, estaré viendo algunos casos que han quedado pendientes. Que no me molesten, por favor.

Abrí la puerta del archivo y, a un lado, cerca de un escritorio plagado de papeles, dos figuras estaban envueltas en un abrazo. Una era claramente Arya, ¿pero quién era el otro?

-¿Qué demonios haces en el Ministerio, Arya Macnair?- me hubiera gustado gritarle, pero no quería que la secretaria nos escuchara. Hice girar tres veces mi anillo de Salvaguarda contra oídos indiscretos, sólo por las dudas. 

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Ex Mortífaga 🐍

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Aaron me apartó de él con educación, y recordé lo poco que me gustaba el contacto físico. Le sonreí, lejos de sentirme incómoda, recordando lo bien que trabajábamos juntos. Pero luego Black formuló un par de preguntas, casi afirmaciones o acusaciones, diría yo, que me obligaron a dar tantos pasos como un archivero de dos por dos metros me lo permitió. Entrelacé las manos y agaché la mirada, como un perro regañado.

 

—No pude hacerlo, Aaron— confesé con tristeza, yo también estaba decepcionada de mi misma —al año que tu te marchaste, tuve que irme. Perseguían a mi familia, Juliette había desaparecido, hubo varias revueltas dentro del propio bando, y yo… yo

 

No podía terminar, pero debía. 

 

—Yo no pude soportarlo. En el preciso instante en que la sangre me hirvió en las venas y sentí deseos de matar a los nuestros, supe que debía irme… pero no sin antes dejar mi firma ante el Ministerio.

 

Por eso último levanté la frente en alto. No me había cobrado la vida del primer ministro, pero sí de varios de sus colegas, seguidores y protectores. Mi peor momento fue una masacre para algunos mestizos. 

 

—Fue Cillian quien tomó el bando.

 

Vi su expresión y me reí, más relajada. Podríamos pelear a mano limpia, hacernos sangrar, y aun así tomar una cerveza juntos más tarde.

 

—Yo puse la misma cara ¿Pero sabes? Me ha sorprendido, a todos creo, su fidelidad y visión están mejorando a los mortífagos, y pronto nos alzaremos con más fuerza. 

 

Estaba a punto de decirle que yo tampoco tenía aun un indulto para deambular libremente por Londres. Y que podría pedir por él al Ministro Italiano, cuando la puerta de la sala de archivos se abrió abruptamente y se volvió a cerrar. Por viejas mañas saqué mi varita y me pegué tanto a Aaron que me sonrojé. Más no había nada qué temer ¿O si? El corazón me palpitaba en el pecho, casi al punto de querer vomitarlo. Allí estaba Cissy, después de casi 7 años sin responder mis lechuzas. Me miraba fijamente, y luego soltó uno de sus maravillosos insultos, sentí que era una adolescente otra vez. 

 

Me hice a un lado y con una floritura finalicé los efectos de la poción qué corría por el cuerpo del Señor Rufus, para que Sybilla viera que se trataba de Aaron Black, y enloqueciera un poco más. 

 

—Necesitamos entrar en nuestros archivos criminales

 

Comenté, como si la hubiese visto aquella misma mañana. 

@ Astara Macnair  @ Aaron Black Yaxley

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WIZENGAMOT

Le oí tanto como pude, puesto que detrás de la puerta se escuchaba gente corriendo de un lado a otro. Me contó que se había ido... como yo, ¡qué podría reprochar!... la guerra nos había consumido a ambos, y sabía que a algunos otros les habría ocurrido lo mismo. ¿No sabía de Juliette?, yo tampoco tenía idea de dónde estaba la bruja que me debía explicaciones respecto de Kalevi; me acerqué lentamente y posé las pálidas manos del muggle, nuevamente en sus hombros, en cuanto me contó lo de Cillian.

-Hey... ¡hey!- llamé su atención buscando el color esmeralda en sus ojos- mientras la sangre mágica prevalezca, los principios de nuestra casta no se extinguirán- se acercaban pasos hacia la puerta- hiciste bien- "hicimos bien Ishtar", sonreí o al menos intenté esbozar sonrisa con aquél est****o rostro que escondía mi verdadera identidad- ahora necesitamos posicionarnos nuevamente... ¿alguien te ha seguido?...- comenté entre dientes al cabo que desenvainaba la varita y me posicionaba medio paso delante de ella observando que alguien se hacía presente en la estancia; mataría si era necesario. No sería la primera vez dentro del ministerio.

Arya se apegó por mi espalda, me abrazó como un demonio susurrante al oído y adelantando su mano a la mía, bajó lentamente mi arma mágica. ¡Era Sybilla! ¿cuántos años habían pasado desde la última vez que nos vimos?.

-¡Macnair!- la exclamación era un chillido de alivio, algo agudo por la voz del muggle. Entonces, la hermana de Julieta lanzó una floritura que me descubrió por completo. 

El rostro, algo más redondeado del no mágico, se encuadró en un perfil más parco al mismo tiempo que el cabello rubio cambió su color y en su lugar el corte que me caracterizaba comenzó a personificarme. La piel empalideció y una de las manos les enseñó, a ambas, la marca del guardián que solo sus endemoniados ojos podrían reconocer, para finalmente entintar de gris la indiferente y fría mirada que tanto me caracterizaba; una que otra cana mostraría que diez años no habían pasado en vano. 

-Bien, no tenemos tiempo...- les comenté- Arya tiene razón, necesitamos toda la información que tengan nuestros antecedentes. A la muerte del ministro este departamento no tardará en llamar a elecciones y nosotros...- paseé la mirada por sus rostros- ... debemos tener poder de decisión, de lo contrario, nos enjuiciarán a todos tras la caída del velo mágico...

Sí, no caería solo en el supuesto que a la próxima cabeza al mando del gobierno mágico inglés, le diera por buscar culpables de una libertad que no supieron manejar, o más bien, aprovechar. 

-¿Tenemos los contactos para los indultos o no?...

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Ninguno de los funcionarios ministeriales encargados de gestionar la correspondencia entre departamento supo explicar a sus superiores como aquel ave se había colado en los pasillos que conducían al Winzengamot; lo único que podían hacer, rendidos, era admirar su indiscutible belleza. Un fénix de hielo efectuaba un elegante vuelo sobre la cabeza de los trabajadores, que apuntaban sus narices hacia el techo para verlo pasar. Sus alargadas alas apenas se agitaban para mantener la altura, simulando un planeo que reflejaba la elegancia de quien había entrenado al ave para aquella tarea. El azulado plumaje que cubría su cuerpo se reflejaba en la luz de las farolas de pared, generando un efecto que resaltaba aun más una majestuosidad que le era innata. El sobre que sostenía con ambas afiladas garras contenía en su interior una carta de considerable importancia para quien la había emitido. Fue apenas un segundo antes de su desaparición que el fénix lo dejó caer sobre una montaña de pergaminos, cartas y otra documentación destinada a ser pronto repartida por las oficinas de aquella planta.

El sobre estaba fabricado en un refinado pergamino que replicaba el color y las grietas del mármol, sobresaliendo sobre el resto de correspondencia que solía acumularse en las dependencias ministeriales. En una refinada y estirada caligrafía cursiva, marcada en el papel con tinta dorada, se podía leer "Aaron Black Yaxley". Las letras iniciales y finales de cada palabra estaban acentuadas con una pequeña espiral que demostraba la delicadeza y precisión de quien había empuñado la pluma. Un tenue aroma floral se desprendía del papel, apenas perceptible para quien lo tomase en sus manos. Sin embargo era la parte posterior lo que más llamaba la atención y priorizaba aquella misiva sobre tantas otras: el sobre se mantenía cerrado gracias a un sello de cera, de un color similar al del vino, con el escudo de la familia Médici grabado detalladamente en relieve. Su contenido era, por tanto, digno de tan afamado linaje:  

Cita

 

Querido Aaron Black Yaxley:

¡Me complace saber que sigue vivo! Luego del caos que desató durante su mandato me sorprende que siga en una pieza y que nadie haya intentado acabar con su vida ante la falta de justicia. No me malinterprete: me alegro que no haya sucedido. El arrepentimiento que me causó el no haber actuado contra usted a tiempo ya es cosa del pasado. 

Mis responsabilidades en el Banco Médici de Italia me obligaron a partir justo en el momento más álgido de la caída del secreto mágico y sus consecuencias, que sin dudas no supo cómo manejar dada su más que manifiesta y probada impericia. “Inútil” lo llama la plebe si no me falla la memoria ¡Qué forma más terrible de referirse a alguien como usted, un Black! 
 
Desde ya por el respeto que le tengo no me animo a afirmar que todo lo que hizo durante su ostentación obscena del poder respondió únicamente a sus intereses y que usted se aprovechó todo lo sucedido a costa de prácticamente reformular el mundo…

Tenemos algunas cuentas pendientes que el solo paso de los años no ha logrado saldar. He pensado visitarlo en su hogar pero lo he visto tan venido a menos como su reputación, con moho por todas partes. Prefiero un término medio, quizás el Ministerio ¿Le gustaría ser uno de los primeros en catar mi nueva variedad de vino?

Atte Lucrezia Di Médici.

 

-


@ Aaron Black Yaxley

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Días después. 

Me encontraba, sentado en mi escritorio, con al menos una veintena de vuelaplumas firmando salvoconductos de aquellos magos y brujas extranjeros que buscaban asilo bajo alas del gobierno mágico inglés. La oficina estaba llena de carpetas por todas las estanterías y sobre mi mesón parecía haber trabajo acumulado de una década; tampoco es que tuviera que verlo todo, es decir, Sagitas y Sybilla podrían firmar un montón de papeletas catalogados como "Caso Epidemia de Embarazos" o "Caso Criaturas por Japón". Hubo una vez, un colacuerno joven que atacó una pequeña villa asiática en cuanto se encontró con que no quedaban más cabras que tragar. Se le había escapado a un inglés que se había dado a la fuga y nos había costado un par de años dar con él para enviarlo directo a Azkaban. Su familia peleaba la custodia de la criatura.

- Señor Black, hay una solicitud de viaje en Thestral desde Londres a Madrid.

- Estámpalo con una negativa, da orden de cateo al departamento de criaturas y en cuanto ellos emitan una resolución, archívalo- respondí a Kendall, un muchacho veinteañero que hacía su pasantía sobre la normativa jurídica en el Tribunal Mágico. Me era de ayuda ante la cantidad de trabajo que había en estos días. 

De pronto, la puerta de mi oficina se abrió de par en par y un elfo aparecía arrastrando a duras penas un carrito que rebalsaba de sobres. Era el correo ministerial- las lechuzas se habían dejado de utilizar, a lo menos en las dependencias del Wizengamot, cuando un pelotudo había bromeado con darle laxantes a las aves ¡por suerte no estuve allí!... el olor duró meses y muchos archivos fueron literalmente una cagada.

- ¿Sabes que puedes chasquear los dedos y que el carrito se mueva solo verdad?- cuestionó el pasante al elfo en cuanto la criatura dejó de jadear. 

- No, no nos tienen permitido el uso de la magia aquí dentro, señor...- respondió el elfo y agachó la mirada en cuanto levanté la vista hacia él.

-¿Algo para mí?, de lo contrario puedes dejar la correspondencia en la oficina del lado- le dije. 

-eh...este, sí, ¡sí señor!, una carta para...- la criatura tomó el sobre entre sus huesudos dedos.

-¡accio!- blandí rápidamente con la varita hacia la carta y la dejé suspendida frente a mí. Bastó su afirmación- ¡no toques eso, elfo!...- tenía un aroma particular, entre cítrico y algo dulzón, era de mujer ¡de bruja!; le di la vuelta con una floritura para ver el remitente y me puse de pie- ¡Fuera de aquí!... ¡los dos!...- Kendall obedeció de inmediato, incluso antes que el elfo chasqueara los dedos para mover el carrito con mayor velocidad, aún no teniéndolo permitido. Cerré la puerta, giré el seguro y lancé un par de rasgaduras al sobre aún suspendido para ver si tenía alguna trampa. Al parecer no había ninguna.

¡Bruja desquiciada!, exclamé en cuanto terminé de leer. ¿Castillo Mohoso? ¡vah!, de seguro su dinero tenía tanto moho, allí guardado en sus arcas de aquél banco estafador- era italiana y no confiaba en los italianos-, como los calabozos de mi hogar. De cualquier manera, y sin perjuicio de citar a Di Medici en mi terreno o en este, le diría a Nius y Mushu que ordenaran a los demás elfos dejar el castillo de punta en blanco. Observé un vuela pluma que se escondió detrás de otra y así sucesivamente hasta que la tercera, parando la pluma en señal de alerta, cedió y revoloteó por mi alrededor mientras le susurraba la respuesta; tachaba, rasgaba y volvía a escribir. La carta debía ir limpia.

Saludaría, ¡por supuesto!... tenía mi estampa y fuera de lo que pensara el mundo, era un mago de alcurnia y había sido criado con buenos modales. A fin de cuentas, le diría que nos reuniésemos en mi oficina, al día siguiente, después del té de las once de la mañana y, siempre y cuando, se anunciara primero con recepción. 

@ Lucrezia Di Medici

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En el silencio de la sala de archivos, mi mirada se encontró con la de Arya y Aaron, a quien la primera le había quitado el efecto de una posible Poción Multijugos. Después de tantos años, sus rostros me devolvieron a una época llena de caos, secretos y decisiones difíciles. Sentí que el tiempo no había pasado en vano, aunque parecía que nada había cambiado entre nosotros. 

¿Quién diría que los fugitivos preferidos del Ministerio se reunirían aquí? —comenté, dejando escapar una risa irónica que ocultaba la verdadera preocupación que me recorría por dentro. Mis palabras iban cargadas de un reproche indirecto, pero también de una mezcla de sorpresa y... ¿alivio? 

Observé a Arya más de cerca, notando cómo se tensaba al verme. Me recordaba a nuestra juventud, cuando cada encuentro entre nosotras parecía una batalla en sí misma. Luego miré a Aaron, reconociendo de inmediato el desgaste de los años, y las cicatrices que, aunque invisibles, claramente habían dejado su marca.

Claro, porque entrar en los archivos secretos del Ministerio es tan sencillo como pedir permiso, ¿verdad? —respondí con sarcasmo ante la naturalidad con la que exigía cosas, como si no hubieran pasado casi siete años desde la última vez que nos vimos. Pero antes de que pudieran decir algo, alcé una mano para detener cualquier réplica—. Pero está bien, haré la vista gorda por ahora. Tenemos problemas más grandes.

Me acerqué al escritorio, apoyándome en él, cruzando los brazos.

¿Saben que no queda mucho tiempo, verdad? El Wizengamot está dividido, y la muerte del Ministro solo empeora las cosas. Si no conseguimos los indultos, ni siquiera nuestro ingenio nos salvará de lo que se viene otra breve pausa para saborear lo que les decía—. Ya han llamado a elecciones, hoy mismo, por eso vine de hecho. Pero no esperaba encontrarlos a los dos, después de tantos años, escondidos en el maldito archivo.

Respiré para tranquilizarme, tomé mi propia varita e hice una floritura. En el escritorio aparecieron los dos legajos, el de Arya y el de Aaron, que ahora llevaban un enorme sello rojo que rezaba "Secreto". Yo los había mirado desde el momento en que me dieron acceso al Wizengamot, y era increíble la información que se obtenía de todas las personas del mundo mágico. Antes de que alguno de ellos pudiera agarrarlos, los volví a hacer desaparecer.

Las elecciones están arregladas. Cuando ella asuma, los indultará. Mientras tanto, no los quiero volver a ver reuniéndose como adolescentes en toque de queda. 

 

 

Pd: bueno, dejo este rol acá, porque Lucrezia anda con ganas de pelear a Aaron XD pero después posteo de nuevo... 

@ Arya Macnair  @ Aaron Black Yaxley

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Ex Mortífaga 🐍

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-- Buenaaaas...

Entré en la Sala de Reuniones del Wizengamot, a la ceremonia de Juramento de la Primera Ministra para traspasarle el cargo ganado en las votaciones. Llegaba tarde, como siempre, pero es que a mí no me gusta esperar, por supuesto. Pero parecía que alguien llegaba más tarde que yo. Así que permanecí quieta, de pie, a un lateral de mi escaño de miembro del Wizengamot, intentando permanecer apaciblemente esperando, sin que se notara ningún rasgo de sentimientos en la faz. Era un esfuerzo enoooorme parecer que pasaba por allá y que no tenía nada que hacer más que estar de pie. Miré de reojo mi asiento y bufé débilmente. Recibí miradas recriminatorias por romper el silencio, a pesar de que yo escuchaba murmullos en mi contra.

Esperé

Volví a esperar... ¿Dos minutos? ¿Tres...?

Golpeé dos veces en el suelo con el pie, impaciente. Quien me conoce sabe que no me gusta esperar, menos en los actos oficiales del Ministerio, que me parecen cargantes y exagerados. Si sólo se necesitaba una firmita... ¿Qué narices de hacer una ceremonia con clase y pomposa? Ni que fuéramos como los italianos esos que se juntaban con la Lucrezia de los Médici. Tendríamos que habernos renovado, en vez de volver a la parsimonia de siempre, tras la destitución del Wizengamot, hecha por... por... ¿mí?

-- ¡Demonios! -- murmuré, algo fuerte, provocando que varios compañeros de trabajo se giraran para verme. Bajé la voz. -- Lo siento, sólo creo que... que tarda demasiado, ¿no?

¡Esta @ Ada Camille Dumbledore ! Seguro que se había ido de celebraciones antes de firmar ante el Wizengamot el acta de las elecciones en la que se proclamaba como la Presidenta. Disimulé y llamé a un elfo-ujier con gorra roja encastada hasta las orejas y le susurré al oído:

-- Dile a la Srta. Ada Camille Dumbledore que la esperamos en la Sala del Wizengamot, para que le demos el permiso pá gobernar el país.

Sonreí a los miembros que estaban por allá, medio vigilándome. Suspiré, me senté en mi asiento y puse los pies encima del escaño de abajo.

-- Podemos ponernos cómodos mientras viene, ¿no? -- les dije, con cierta picaresca. ¡Cómo odiaba a los que criticaban por lo bajini!

 

 

 

@ Aaron Black Yaxley @ Cissy Macnair (qué firma más de Lucrecia llevas!) y @ a miembros del Wizengamot, creo que sólo estamos nosotros tres...

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Las doradas puertas del ascensor se abrieron con su típica parsimonia al son de una voz femenina que, sosteniendo el mismo tono inexpresivo, invitaba a descender en aquella planta del Ministerio. En aquella ocasión, justo después del té de las 11 de la mañana, desde fuera podía apreciarse solo una persona dentro del reducido cubículo de metálicas paredes: la italiana Lucrezia Di Médici. Pese a ir acompañada de Passepartout la presencia del elfo doméstico quedaba totalmente oculta por el exagerado volumen de la acampanada falda de su vestido. Todos los trabajadores ministeriales dispuestos a tomar aquel ascensor habían desistido de la idea de llegar puntuales a sus puestos de trabajo al verla acercarse por el Atrio, conscientes de que allí no había lugar para ellos. La presencia de la Di Médici imponía tanto que muy poca gente en su sano juicio querría exponerse a compartir incómodos minutos encerrados con ella en un espacio tan reducido. 

La tenue luz cálida que desprendían los focos del techo iluminaba la expresión de su rostro, una de autosuficiencia. La blonda italiana avanzó por el pasillo que llevaba a la recepción de las oficinas del Winzengamot, consciente que su apellido se había nombrado repetidas veces entre aquellas paredes durante las últimas semanas, las que habían llevado a la elección de Ada Dumbledore como Ministra. La Médici había sido una de las cuatro personalidades de alto perfil enfrentadas al escrutinio del pueblo británico y su popularidad había escalado exponencialmente luego de años de ausencia en Londres ¡Y qué años se había perdido! Su nula participación en eventos como los pactos de paz o su posterior ruptura habían elevado muchas suspicacias alrededor de su figura, tantas o más que los adjetivos que la prensa había utilizado para calificarla. 

Su campaña había sido eficaz para acabar con las dudas respecto a quién realmente era políticamente Lucrezia Di Médici y cuáles eran sus valores, al menos los que decidía exponer de cara a la opinión pública. Todos los eventos se habían desarrollado, una vez más, a su favor…todos salvo uno. La Médici empezaba a reconocer como imposible el que su propuesta sobre enjuiciar a los anteriores ministros de magia se trasladara a la agenda de gobierno de Ada. El tufillo a indultos estaba en el aire; lo había estado siempre, pero ahora el hedor era más intenso. Tantos eran los lazos que unían a quienes formaban parte del círculo de poder ministerial - familiares, amigos, miembros de las mismas agrupaciones - que intentar quebrarlos era una tarea titánica que no merecía su valioso tiempo. Desconocía la relación entre la Dumbledore y el Yaxley pero sí estaba al tanto de la cercanía entre ella y Sagitas Potter Blue, otra ex-primera ministra. La aristócrata sabía que la sociedad no perdonaría la inmoralidad de juzgar según quién y acusaría privilegios, así que daba aquella posibilidad como indefectiblemente perdida. 

Aquel encuentro con Aaron se había dilatado demasiado en el tiempo, algo que consideraba imperdonable dado el extasiante placer que encontraba en la confrontación. La aristócrata tenía aún vivo el recuerdo de la conspiración contra el Black ideada en los albores de su mandato como ministro, una que tenía como fin evitar una tiranía y como medio un homicidio. Incluso ella se había ofrecido para llevar a cabo tal indulgente asesinato. Sin embargo, las necesidades del Banco Médici en Italia, cuyos adivinadores habían visto en visiones el caos que se avecinaba, la habían obligado volver a su tierra natal y desistir de tan fascinante tarea. La gestión del sistema bancario durante la repentina caída del secreto mágico había sido convulsa, obligándole a invertir toda su atención y capacidad en ello. Los tiempos le habían jugado una mala pasada como tantas otras veces en su vida. Se arrepentía, claro, pues la imagen del cadáver de Yaxley con ríos de sangre corriendo sobre su pálida piel era una a la que le gustaba volver de vez en cuando. 

- Ésta no es la ocasión, Passepartout, puedes dejar de preocuparte.- respondió a mudas dudas.

Resultaba simple para Lucrezia, luego de tantos años de servicio, reconocer los pensamientos que atravesaban la cabeza de su elfo doméstico y aún más lo fue percibir cómo no podía apartar la mirada del anillo cápsula que decoraba su falange. Sin verlos, la aristócrata sabía exactamente la expresión dramática de aquellos enormes ojos oscuros al imaginarla cometiendo un asesinato; sin embargo, el veneno allí contenido debía esperar un poco más para encontrar a la persona cuya vida estaba destinado a arrebatar. Lejos en el tiempo había quedado el tentador deseo de Lucrezia de asesinar al Yaxley; la muerte era insuficiente para castigar tanta inutilidad. Aquel día todos saldrían vivos de aquellas oficinas...el estado en el que lo harían estaba por verse.  

- Vengo a un encuentro con Aaron Black Yaxley ¿Podría por favor anunciar mi presencia? No creo que haga falta presentarme…- indicó con indisimulada altanería, presionando a la recepcionista a actuar con premura.

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@ Aaron Black Yaxley  @ los demás 

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