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♠ Casino Royale ♠ (MM)


Eobard A. Black Lestrange
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Sísifo:

 

 

 

 

Observé cómo Leah se levantaba de la cama, abría la puerta violentamente y arrebataba la botella de champán al botones, que venía por enésima vez a incitarnos a dejar unos cuantos galeones en la ruleta. La contemplé acercándose a mí. Su piel vibraba encendida, cubierta de sombras. El tiempo pareció ralentizarse para que fuese consciente de su belleza. Su cabello plateado, sus músculos tersos, sus cicatrices dispersas, blanquecinas, como el idioma de un libro de batalla. Se abría ante mí como un mapa repleto de pistas. A veces creía estar siendo testigo de una proyección.

 

La abracé cuando me besó. Rasqué su nuca. Alcancé la botella de champán. Di un sorbo largo, saboreando el gas hasta que empezó a escocer en mi paladar. Volví a beber y antes de tragar atrapé los labios de Leah. Fue un beso frío y húmedo, burbujeante.

 

––"Me duele una mujer en todo el cuerpo"... ––Susurré, citando a Borges. El calor de su cuerpo, su suavidad como de seda, el rumor de su aliento. Deseé estrecharla hasta integrarnos con el universo.

 

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La champaña le supo mejor desde la boca de Sísifo. Se pegó a sus labios incluso cuando ya no hubo alcohol en ellos y se quedó tan cerca que le hicieron cosquillas mientra citaba a Borges. Ser la mujer que nombraba la llenaba en cuerpo y alma, la hacía feliz hasta los tuétanos. Le costó una inmensidad separarse de él, pero lo arrastró consigo de vuelta a la cama. No tomó asiento con él, lo dejó ahí y se dirigió a un extremo de la habitación, cerca de la mesita de noche. No era un piano extraordinario como el que ocupaba su cuarto en la Ivashkov, pero era un bonito y elegante instrumento. Tomó asiento en el banquillo y lo miró de reojo.

-¿Recuerdas nuestra conversación en la taberna de Pascual?

Ensanchó una sonrisa, pasando los dedos por las teclas. Ella lo hacía, de principio a fin.

-Esa noche fuimos a la galería y luego a la biblioteca de Alejandría...

Su voz se perdió en el espacio entre ellos, como si algo faltara. Y lo cierto es que lo hacía. Pero en vez de decirlo, simplemente se lo mostró. La melodía que resonó en las paredes era lenta, como una canción de cuna. Siempre había sido fanática de las piezas que, de alguna forma, transportaban a quien escuchara a un momento específico; lo que tocaba era una muestra musical de lo que habían vivido. Si cerraba los ojos podía viajar al primer vistazo, a su primer beso sobre esa mesa pequeña y manchada, a la expresión de fascinación que ponía con las fotografías o el punto donde se había dado cuenta de cuánto lo quería, estando juntos entre viejos pergaminos.

Tocaba despacio, con la misma expresión de serenidad que solía llevar cuando él estaba cerca. Nunca había tocado para nadie, así que cuando terminó unos minutos más tarde, le costó recordar que él estaba ahí, mirándola.

-La compuse para ti -aclaró, aunque no hacía falta.


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Sísifo:

 

 

 

 

Me tumbé sobre la cama, girándome para mirarla con cara de tonto. Cuando se sentó junto al piano, mi expresión se endureció. Me apoyé en los codos. Escuché con atención sus palabras, transportándome a aquellos recuerdos. La taberna, la mesa estrecha donde apenas cabían nuestros brazos. La biblioteca y sus luces tenues donde nos acostamos por primera vez. Sus dedos se deslizaron con agilidad. Me hicieron pensar en la destreza de aquellas manos.

 

Se me encogió el corazón. Sentí que algo se rompía en mi interior. El murmullo del escalofrío se dilató en la inmensidad. Se me nubló la mirada. La lágrima descendía pesada por mi mejilla. No la detuve. Era diminuto, diminuto frente a aquella joven y las notas que se esparcían por la estancia. Los armónicos se distribuían en el infinito hasta ser inaudibles. Cuando quise darme cuenta, estaba apretando fuertemente las sábanas. Me temblaron los labios. No podía responder.

 

––Ven. ––Musité.

 

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-¿Tan mal estuvo? -preguntó ya a su lado, gateando sobre él hasta ponerse encima.

Estaba sonriendo, así que no lo preguntaba en serio. Recogió la lágrima con los labios y ascendió por su mejilla, hasta llegar a sus maravillosos ojos grises. Oe besó los párpados, la nariz. Sentía una adoración por Sísifo que no podía disimular. Incluso en la secuencia de las notas podía notarse, lo percibía con una delicadeza especial.

-Tenías derecho a saber cómo te escuchas -buscó sus labios, los presionó con suavidad-. "Sísifo", es también un buen nombre para una pieza.

Porque en realidad no había otro nombre qué ponerle. Cada vez que la había tocado, en sus momentos de soledad, le venía la imagen de él. Podría haberle puesto cualquier nombre y ninguno se acoplaría tanto como la esencia de quien flotaba entre la melodía, fundiéndose con sus recuerdos. Cruzó las manos sobre su pecho y acomodó en ellas la barbilla, observándolo.

-"Quiero tenerte lento, mirándote a la cara, leer tu cuerpo en braille con las luces apagadas" -le cantó, sin dejar de mirarlo.

Él sabía qué canción era, lo sabía bien.


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  • 4 semanas más tarde...

¿De qué diantres sirve haberme deshecho del anterior dueño del Casino, si sus ingresos no han sido los mejores?

 

Ahí, en la soledad de los pasillos del segundo piso, la voz del castaño habría resonado en todo el edificio. De no ser porque en ese momento, el anillo en forma de rayo que reposaba en su dedo índice derecho, tenía trazado un borde biselado en oro, que evitaba que cualquier persona ajena a él captara sus quejas. Era mejor así, pues si un cliente decidía arribar, sin duda los gritos lo asustarían.

 

Espero haya algo bueno en el menú, pensó, descendiendo por la escalinata hacia el elegante vestíbulo.

 

Como en días pasados, las mesas de poker habían adquirido una fina capa de polvo, debido a que la mayoría de los usuarios tendía a perder épicamente antes de la segunda mano, haciendo los juegos un tanto más ágiles. Jack White se encontraba acomodando un par de naipes, en uno de los espacios próximos a la puerta que llevaba al jardín trasero.

 

Sólo dame la peor bebida que tengamos, y no me dejes tomar otra cosa. recargó la espalda contra la barra de roble del extremo izquierdo. El barman dejó de limpiar las copas para atender al Black Lestrange. Y reza, porque nadie conocido me vea en estas fachas.

 

Hizo una mueca, pasándose la mano por el desordenado cabello, que ya le alcanzaba los lóbulos de las orejas. Se había afeitado, pero el vello facial, decidido a recuperar su espesor, le confería un aspecto desaliñado. Aunado al hecho de que, la túnica que llevaba puesta, daba la impresión de que el poco agraciado dueño del centro de entretenimiento llevaba días sin salir al exterior.

 

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"Sólo dame la peor bebida que tengamos, y no me dejes tomar otra cosa".

 

La voz de fastidio de un hombre captó la atención de la castaña en cosa de segundos, parecía conocida más había algo en la tonalidad pesada que se arrastraba con el cansancio que no le hizo voltear; jugueteó suavemente con el Martini que aún no se atrevía a probar, este aún conservaba su tonalidad y la aceituna reposaba con tranquilidad, esperando ser utilizada. Lo que hacía aquella noche carecía de importancia, últimamente deambulaba por las calles y no precisamente porque no tuviese un lugar a donde ir, simplemente ninguno parecía darle lo que ella necesitaba. Paz.

 

Fue inevitable no seguir el caminar del barman cuando llevaba entre sus manos un pedido, pues este le había mirado de mala gana al ver que la copa todavía seguía llena y aunque eso no alteró a la bruja, fue suficiente como para dirigir sus esmeraldas al mago que anteriormente había oído refunfuñar. Entrecerró la mirada para intentar descifrar que facciones se ocultaban bajo las hebras revoltosas de esos castaños y sólo cuando él, pasó sus dedos por estos para intentar ordenarlos se percató de que se trataba de Joseph.

 

De golpe y sin pensarlo, se tomó el Martini, haciendo un pequeño gesto con su nariz al sentir el ardor bajar por su garganta. Agarró la capa de viaje, dejó algunos galeones sobre la mesa y comenzó a caminar con lentitud en la dirección del mago. Sigilosa como sólo ella sabía hacer, quiso sorprenderlo. Quería ver una reacción genuina del mago y para eso ella también jugaría con fuego, ¿podría llevarse una maldición asesina? ¿algún otro truco bajo la manga? Poco importaba, porque cuando a Juliette se le metía algo en la cabeza, nada ni nadie podía arrebatárselo. Se detuvo a sus espaldas, con el mentón hacia abajo mientras sus instintos se iban agudizando, dejando atrás el pequeño barullo de los presentes por el palpitar del corazón del Black Lestrange y en cuanto estos se hicieron más rápido, la castaña supo que él ya dudaba de una presencia ajena acechándolo. Observó detenidamente cada uno de sus movimientos, cuando los dedos del hombre rozaron el mango de la varita oculta en una de sus mangas, la bruja rápidamente se posicionó a su lado como si nada hubiese pasado.

 

Ni lo intentes, sabes bien que antes de que oses a tocarme puedo torturarte y limarme las uñas al mismo tiempo.

 

Murmuró de golpe, con la vista fija en algún punto ciego entre los presentes. Nada parecía alterarla, no había bailoteo de dedos y mucho menos un arreglo de cabello, sólo el movimiento de sus yemas enredándose con las puntas de sus hebras castañas. Algo había cambiado en la mujer, parecía ser otra persona aunque en el fondo seguía siendo ella, poco a poco la humanidad de la que tanto se jactaba, se iba perdiendo como arena entre los dedos y eso se hacía más presente con el pasar de los días. Un suspiro de cansancio se escapó y sólo fue ahí, que su atención se posicionó en el mago. Sus esmeraldas aún lucían vivos, aunque si se era un buen observador, notarían enseguida el destello rojizo peligrando por estallar.

 

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Nunca se podía ser demasiado cuidadoso, inclusive en su propio negocio. El Black Lestrange, en sus inicios pensando que simplemente sería por seguridad, estaba ya casi al borde de la histeria. Su instinto le decía que había alguien observándole a lo lejos, o más cerca de lo que imaginaba, pero, con la mirada hundida en el elegante suelo afelpado, con diseños de picas y rombos, ¿cómo podría notarlo?

 

Fue hasta que el dedo índice resintió el escozor del anillo detector de enemigos, potenciando de la sensación de ser vigilado, que el mortífago se dispuso a desenfundar la varita que generalmente ocultaba en la manga derecha de su vestimenta. Si querían el dinero, primero tendrían que quitarle una mano. O un ojo.

 

Pero, Juliette Macnair no era enemiga del castaño.

 

O puedes pedir un servicio de spa mientras intentas torturarme, así sólo tendrías que hacer una sola cosa a la vez. confesó el dueño, riendo entre dientes, mientras las puntas abiertas de su cabello amenazaban con cubrirle el rostro ante tal movimiento. La comodidad, y el dinero, de mis clientes es lo más importante.

 

Miró alternadamente a su vieja conocida, y a la copa con la bebida helada que el tendero le había traído. Humeaba ligeramente, dando a entender que la habían extraído recientemente del congelador. A manera de confirmar que la Macnair no era un producto de su retorcida imaginación, le dio un buen trago al cóctel de frutas rojas, dejando que el sabor a bosque inundara su paladar.

 

Ha pasado tiempo. ¿Cómo te encuentras? Asumo que lo suficientemente bien como para haberme atrapado con la guardia baja...Y en semejante desfiguro.

 

Bufó con suavidad, propinando una ligera patada hacia el frente, haciendo alusión a la túnica salpicada de estrellas que parecía más bien una pijama improvisada. A lo lejos, sobre el marco de la entrada a la zona de apuestas, Isabella pareció captar un mensaje, y regresó de vuelta al mostrador, buscando algún objeto casi con desesperación.

 

¿Era la bebida, o la joven norteamericana tenía cierto deje rojizo en sus orbes? Aquello confundía un poco al castaño, pero no lo mencionaría hasta obtener sus respuestas iniciales.

 

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  • 4 semanas más tarde...

La castaña escuchó atentamente las palabras de Joseph, curvando sus labios de manera casi imperceptible y es que él siempre lograba sacarle aunque sea una pequeña risita, sus ocurrencias persistían aún con el pasar de los años y quizá, era una de las pocas personas que le hacía sentir como una mortal ordinaria. Fijó sus esmeraldas en el cantinero y le pidió un Manhattan; mismo trago, diferentes ingredientes.

 

Ha pasado demasiado tiempo. ⸺coincidió y luego bajó su mentón para poder observar sus pálidas manos, chasqueó con la lengua y depositó uno de sus brazos sobre el mesón para poder apoyarse y así ladear su cuerpo⸺Distinta definitivamente, pero sobrevivo a los nuevos obstáculos... ⸺deja escapar el aire acumulado y con delicadeza fija su mirada en la del mago, dedicándole una sonrisa un tanto más afable¿Que hay de ti? Te ves deplorable y no es por la capa de... ⸺dio un vistazo ¿estrellas?, te ves tan atractivo con eso.

Soltó en una melodiosa risita que se cortó en el momento que el cantinero depositaba la copa junto a una elegante servilleta doblada, guiñando su ojo como si ambos guardaran cierto secreto y tan rápido como llegó, desapareció.

Juliette observó detenidamente cada rincón del lugar, apreciando desde un punto distinto los detalles que sus ojos captaban bajo el hechizo de sus instintos, todo parecía más colorido, más vivo y atractivo. No es que no lo haya experimentado antes, pero con esa fuerza que radiaba desde lo profundo de su cuerpo, nunca. Volvió a cruzar sus piernas pensativa, manteniendo desde el mango la copa entre sus dedos, mientras que con la otra mano jugaba coquetamente con el palito de la cereza.

 

Es un lugar bastante tranquilo, me has salvado.

 

Mostró sus dientes.

 

¿Te parece si me das un tour? Será todo un honor ser acompañada y guiada por el dueño.

 

Con un murmuro le miró de manera divertida y de un pequeño salto, quedó de pie frente al mago, extiendo su brazo doblado como si ella fuese el caballero y él, la damisela en apuros. Su nariz se frunció con cierta dulzura, aún bajo el manto de oscuridad que últimamente llevaba, aún había esperanza, aún poseía un corazón humano y latiente, Joseph era lo más cercano a su vida como "Juliette Rosier" y quizá él, era el indicado para ayudarle en la nueva travesía: Recuperar la totalidad de su humanidad.

 

 

 

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Off: Lamento mucho la demora, te explicaré
todo, a través del mensaje que aún debo responder xD

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Me he visto peor. Pero, considerando que la última vez, me encontraba en una especie de coma etílico, no podría estar mejor.

 

Cerró los ojos por unos instantes, saboreando la frescura de la bebida. Estaba habituado a la situación de la castaña, intentando sobrevivir a como diera lugar; su modus vivendi, casi era similar. Ambos compartían ese instinto de supervivencia, así como las cicatrices de guerras pasadas. ¿Un pasado en común? Nueva Orleans parecía ser el punto de convergencia.

 

Ese no es el punto, luzco peor que un vago. agitó la mano, intentando disipar los posibles pensamientos de Juliette respecto a su vestimenta. Sabes que me he mantenido lejos de los ojos curiosos. Me gusta la privacidad que me ofrece este lugar.

 

Valiéndose de la mano libre, trazó una trayectoria a lo largo del recinto, como si se lo mostrara a un ansioso comprador de bienes raíces. Asintió ligeramente ante el cumplido por parte de su compañera de bando, considerando que casi nadie visitaba el lugar, un comentario positivo siempre era bien recibido. Decidió aceptar el cambio de roles de momento, ya que el alcohol había mermado considerablemente su capacidad de reacción. Se aferró al brazo de Juliette, esperando así no sucumbir ante el mareo y la desorientación.

 

Ya que estamos aquí, comenzaremos el tour en el centro principal de atracciones: ¡Las mesas de apuestas!

 

Se acercó a una de las muchas estructuras que reinaban allí, con sus fichas de juego intactas. Tomó dos de ellas, una roja y una azabache, para comenzar a deslizarlas entre sus dedos, cual apostador receloso de su fortuna. En eso, la secretaría, que estaba a medio camino de los dos presentes, lanzó un par de prendas de vestir al aire.

 

Black Lestrange, valiéndose de la capacidad mágica de las botas de siete leguas que llevaba puestas, se apresuró a atrapar los proyectiles. Desapareció en un torbellino multicolor, antes de reaparecer con una vestimenta más acorde a lo que solía lucir el norteamericano en mejores días. En la mano izquierda, ahora sostenía un brebaje efervescente.

 

Un hechizo simple. concedió, apuntando hacia la baraja de cartas. No eran naipes explosivos, pero sí estaban imbuidos con magia. Mientras más apuestes, más posibilidades tienes de ganar. Desde luego, no es cien por ciento seguro. Y eso es lo bonito.

 

Depositó las fichas donde las había encontrado, y se aproximó a la Macnair, con la cabeza ladeada hacia la izquierda.

 

No hay mucho más que ver, a menos que quieras visitar el jardín. O bien, subir a la improvisada zona hotelera del segundo piso.

 

 

 

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  • 4 semanas más tarde...

El sol estaba en lo mas alto del cielo mientras en el callejon diagon la gente aun en tiempos de fiesta estaba realizando compras navideñas. Krauler aun no podia creer que estuviera haciendo esto, luego que tuviera la mayor pelea con su padre. Ahora no habia vuelta atras y caminando por aquellas calles los negocios llenaban su curiosidad. Era todo tan diferente de Munich donde el mundo magico y el muggle estaban muy ligados casi unidos pero aqui en Londres todo parecia lo contrario, aqui solo estaba el mundo magico. Krauler vestia un saco y pantalones negros, con zapatos negros sin parecer venir de un funeral si no todo lo contrario pues los cortes eran a la moda. Llevaba aquella medalla en su costado superior simbolo anonimo que habia acontecido en los bosques de Austria, una gran batalla magica.

 

Reparo en un local que decia CASINO ROYAL, lo miro por un segundo mas hasta que no pudo mantener mas la curiosidad y entro en el. Dentro todo estaba muy animado pero mantenia un aura muy siniestra y oscura, la cual asocio con gente peligrosa. Krauler antes habia ido a los casinos muggles donde siempre se asociaba a muggles peligrosos, se pregunto si seria asi en esta ocaion preguntandose con quien se encontraria.

Editado por Krauler Von Mainsten
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