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Castillo Ivashkov (MM B: 106154)


Leah Dayne
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~ Ámbar Delacour

 

Lloriqueaba como una niña pequeña al aparecer entre los árboles de los jardines Ivashkov, pateó una roca secando sus mejillas pero seguían humedeciéndose más y más, odiaba ser tan débil. —Jamás volverá a verme en su vida— repetía apretando la mandíbula, la mitad de su rostro estaba enrojecido y tenía varias heridas en el cuerpo, aun así había tenido la suficiente fuerza para correr a su habitación y utilizar la última poción que le quedaba para poder viajar en el tiempo arrancando la hoja del libro de hechizos y llevándola consigo; entonces sopesaría dos opciones, aquella era la última vez que viajaría por siempre o jamás podría regresar a su tiempo y su cuerpo de 21 años se fusionaría con la pequeña Ámbar de ese presente.

 

Caminaba arrastrando los pies, una de sus piernas tenía un claro agujero causado por una flecha que se había quitado atravesando el laberinto de los terrenos, su torso estaba completamente desgarrado por profundos cortes que dejaban claro eran de Sectusempra´s y en su cabeza tenía una fuerte contusión. Si seguía respirando era porque el pensar en Leah le daba fuerzas.

 

Así fue como llegó ante la puerta que bien sabía no podía ser abierta por nadie que no fuesen los Patriarcas. Golpeó con tanta fuerza que hasta quién tuviera el sueño más profundo se despertaría en la última habitación del castillo y aguardó, cuando un somnoliento elfo le abrió alarmado y con los ojos entre cerrados, alzó la varita y de un solo movimiento lo mató, no sería ni la primera ni la última vez que realizaba una maldición imperdonable.

 

—¡Leah!— Llamó entre sollozos, —¿Leah?— gritaba desgarradoramente en medio del salón.

 

Con un movimiento de su blanca varita de arciano convirtió una mesa de té en un horrible Vitae que se asemejaba a un lobo rabioso y deforme. Un giro en sentido contrario con su muñeca izquierda y levantó un Fortificum justo frente a la escalera de la derecha. —¡Leah!— bramó, era todo lo que podía decir, en sus ojos color miel se notaba la confusión de un claro hechizo de Bando, ¿Quién la había atacado?; un tercer movimiento, una limpia floritura y un Avada Kedavra quemó una pared dejando una enorme mancha negra.

 

Por su frente caían gordas gotas de sudor y sus mejillas estaban enrojecidas, padecía fiebre pero aun así, anhelaba verla.

 

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Editado por Arya T. Macnair

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~Leah A. Ivashkov



Zack no había respondido a su pregunta cuando las alarmas empezaron a resonar con estridencia en todo el castillo, alertando al par de mortífagos de la intrusión. La sonrisa sugerente, el aire de confidencia parental y las ansias por diversión desaparecieron del rostro de uno y otro, siendo reemplazadas por un ceño fruncido que parecía hereditario. Ninguno dijo nada especial, ella se limitó a aparecer en su habitación. Le tomó exactamente treinta segundos enfundarse en la túnica nívea de batalla y cubrir su rostro con la máscara de plata. Y un respiro, efímero, aparecer en la planta baja.

Tenía la larga varita de almendro, inflexible y azabache como sus ideales, encerrada en sus largos dedos y sentía cómo emitía una vibración relativa a su propia cólera. Dos veces en una semana, ¿es que no había más mansiones y castillos en Ottery? Ni siquiera el hecho de estar en Transilvania detenía a los malditos fenixianos y sus aires de grandeza, su tediosa inclinación por conseguir un heroísmo del que carecían desde la muerte de Albus Dumbledore. Pero cuando había canalizado su poder en la creacíon de unas manos fantasmales, todo su sistema se apagó gracias a una voz.

Su voz.

Por un momento enloquecedor, creyó que no se trataba de algo más que una alucinación pero esa voz, esa inconfundible melodía, no era ninguna alucinación. Ningún producto de su imaginación sería capaz de hacer saltar su corazón con tanta intensidad, ni de atravesar su alma con el dolor palpitante perteneciente a su trágica verdad. Y lo único que hizo que reaccionara, que dejara de parecer una estatua cualquiera, fue la urgencia de sus alaridos. Su nombre siempre había estado a salvo en esos labios, pronunciado de una forma especial, pero ahora creaba una creciente desesperación en su ser.

Sin pensar que era una trampa, sin esperar a Zack, sin pensar en las consecuencias, salió de su oscuro escondite como la bala que busca un objetivo. Al verla su corazón se detuvo, aunque no por el hecho de que estuviera realmente dentro de su radio de alcance. Sangre, ese odioso líquido vital que le resultaba inquietante y asqueroso, profundos cortes que delataban la maldición típica de las batallas y una mirada perdida, desorbitada, fueron lo que provocaron una reacción inaudita. Se lanzó a ella sin prever las consecuencias.

Se deshizo del Vitae con un hechizo que ni ella misma era capaz de recordar y la tomó entre sus brazos con la delicadeza que podía permitirse ante el horror. ¿Dónde tocar y dónde no? La magullada estructura, que alguna vez consideró un cuerpo perfecto, no era de mucha ayuda entre rojo y piel helada. Por alguna razón pensó en el Otoño, en cómo la hermosura caía presa de la naturaleza y se perdía después de marchitarse. No podía permitirse que muriera, ni ahí, ni con ella, ni sin ella. Su amor no podía morir ahí.

-Estoy aquí, Ámbar, soy yo -su voz no sonaba musical como siempre, ni era la amenaza siseante que aplicaba con sus enemigos, era una voz quebradiza que delataba su temor-. Estoy aquí contigo.

Pensó que era conveniente el explicarlo, una y otra vez, porque no veía ese brillo característico en sus grandes ojos ambarinos. Recordó la máscara y la sacó de su cara de un tirón, sin notar que el repiqueteo del metal contra el mármol ocultó su jadeo.

-¡ZACK! ¡ZACK, BAJA, MALDITA SEA!

Por primera vez en muchos años, el pálido y hermoso rostro de la italiana estaba completamente sumido en el miedo, una debilidad que jamás había dejado explorar sus facciones. Su propia ropa se había manchado de su sangre y hacía mucho más grave su perspectiva de las cosas. Pronta a desmayarse, decidida a no hacerlo y aferrada al endeble cuerpo de la mujer, trató de encontrar un punto de apoyo en su entorno. Y sólo ahí cayó en cuenta de que era un Vitae lo que estaba en el suelo. El silbido de la maldición imperdonable, un grito agudo sin procedencia, reinaba en la habitación y un Fortificum bloqueaba la escalera. Ámbar, su Ámbar, de verdad era una mortífaga.

-Vas a estar bien, yo voy a encargarme de que lo estés -ahora hablaba con un leve gruñido de entendimiento.

Era obra de un fenixiano y ella iba a acabar con su vida lentamente. Cuando supiera quién. Pensó "Episkey" una y otra vez, hasta que sintió la bilis aglomerarse en su garganta con ansias de salir. La tragó con insistencia hasta que pudo decir algo.

-Mírame. Ámbar, mírame bien -buscó sus ojos y le lanzó la mirada de una promesa eterna-. Te juro que no va a vivir para contarlo, ¿me oyes? Lo juro por mis padres muertos, por mi fidelidad. Por el amor que te tengo.

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~ Ámbar Delacour

 

Todo a su alrededor comenzó a girar, la mente de la pelirroja viajó a tiempos perdidos en su memoria, no era más que una cría montada en un frío Hipogrifo de madera que daba vueltas y vueltas, "Mira mami, mami. Estoy volando" repetía con voz angelical alzando los brazos y cabalgando en un carrusel que siempre seguía el mismo ritmo. Estuvo a punto de caer pero no lo hizo, pronto se vio reconfortada entre los brazos que tanto había anhelado, largos meses habían pasado desde su último encuentro más no hubo un instante en que no le echaba en falta.

 

—Leah— Balbuceaba cerrando con más fuerza los dedos en torno a la varita pálida como su rostro.

 

El gruñido lastimero de su Vitae muriendo le hizo parpadear, aun estaba a la defensiva. Empujó a la Matriarca con ambas manos, asustada, tenía los ojos abiertos de par en par, desorbitados yendo de aquí para allá, aun sudaba aunque sus heridas estuvieran ya curadas, sentía frío, estaba aterrada. Su corazón latía con fuerza mientras intentaba recordar dónde estaba y quién era la persona que tenía en frente, cuando oyó su promesa sus mejillas se humedecieron una vez más y con los brazos extendidos se lanzó hacia ella desesperada.

 

—Fue ella, fue ella. ¡Fueron ellos!— Musitaba escondiendo el rostro en el hueco que dejaba su clavícula. Aspiraba su perfume y comprobaba los destrozos que había hecho víctima de la confusión que embotaba su cabeza cuando llegó; deshizo el Fortificum con un movimiento de varita y sonrió nerviosa al ver el impacto en la pared. —Se que no puedo hablar de ésto, pero... a la mie.rda— soltó limpiando sus ojos con el dorso del brazo, —Estábamos realizando una ronda nocturna cuando nos emboscaron. Fueron tan solo unos segundos, estábamos solas, me quité la máscara y...— mordió con fuerza su labio inferior, —Me vio, ella me vio y estaba con ese sujeto odioso. Intentaste defenderme pero ella cayó sobre mi como un ave rapaz—.

 

—¡Sobre su hija!— gritó histérica.

 

Temblaba de pies a cabeza a pesar de no sentir dolor, estaba desconcertada, aun podía ver la expresión de su madre, quién nunca había usado luz en el rostro para acudir a batallas cuando la descubrió. La decepción que vio en los ojos de Arya no fueron menos lacerantes que el Sectusempra que vino a continuación, ¿Quién lo había ejecutado?, el infeliz ese que la seguía como un perro a donde fuese; no le bastaba con molestarla en su casa, ahora le atacaba ocultando su identidad, aquel aroma a cobardía era inconfundible, su percepción demoníaca no lo pasaba por alto.

 

La mujer que al parecer era la que estaba a cargo farfulló algo que no alcanzó a oír y todo el grupo se lanzó contra Leah y los Mortífagos que habían llegado tras el llamado de ésta. Sanó de emergencia la herida que se había abierto en su pecho conmocionada por la situación, por el rabillo del ojo vio una sombra acercarse y alzó su varita para atacar, pero era su madre. Abrió la boca y la volvió a cerrar, dio un paso atrás con el pulso disparado y el corazón asentado en sus sienes, —No te muevas, te lo advierto— le había gritado, pero la mujer no hizo caso y en medio segundo asestó una bofetada en su mejilla.

 

—¿Pero quién te crees que eres?— Le preguntó su madre, estaba enojada, lloraba.

 

—No tú, eso está claro— Respondió Ámbar y cerrando los ojos quebró la muñeca de su atacante.

 

Sollozaba mientras le repetía una y otra vez que se alejara o volvería a lastimarla; apretaba su mandíbula al ver que no obtenía lo que quería, sino otra bofetada. Lista para atacar se decidió a poner fin a la vida de Macnair, después de todo se le había enseñado a dejar de lado quién uno era cuando portaba la máscara con honor pero... Ella no llevaba la máscara.

 

Confundus fue todo lo que recordó oír en su mente.

 

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~Leah A. Ivashkov



No tuvo muy claro en qué momento su propio cuerpo tomó la decisión de sacarlas de la sala de estar, llena de suciedad tras el repentino arrebato de Ámbar, pero tenía la creencia de que había sido lo mejor. Su habitación las recibió con el remolino oscuro que las envolvía y se convirtió en un refugio sin nombre para las miradas curiosas que pudieran recibir de Zack, el único que respiraba además de ellas en ese castillo, pasando a ser lo único tangible y seguro que podía ofrecerle a la pelirroja, más allá de sus brazos.

Su rostro se había ensombrecido tras la explicación sobre lo sucedido, una sombra que presagiaba una muerte segura. Pero cada vez que miraba a la chica volvían esos ojos tiernos, esa adoración claramente perceptible. Se posicionó a su altura, sosteniendo sus hombros para que la mirara bien y esperó a que su respiración se acompasara con lentitud. Entender que estaba a salvo, con ella, le tocaba a su cabeza. Así que aguardó, sin moverse, hasta que escuchó un cambio leve en los fuertes latidos de su corazón. Sólo ahí recuperó la movilidad, era como si hubiera aprendido a apagarse con el paso de los años.

-Estás bien, preciosa. ¿Lo ves? -alzó una de sus manos, una de las que menos estaba manchada por la sangre-. Estás intacta. Y yo estoy tan bien como tú.

Sólo que de eso no estaba segura. ¿Habría muerto? No dudaba de sus capacidades, era una máquina de matar capaz de lidiar sola con muchos contrincantes sin ayuda... Pero, ¿qué pasaba si...? Evitó darle demasiadas vueltas. Si había muerto en ese futuro que desconocía y Ámbar regresaba para verlo, no tendría ningún medio para consolarla. Ni siquiera sabía contactarla por sí misma. ¿Era posible preocuparse por algo que, técnicamente, no ha ocurrido? ¿Era posible que estuviera anteponiendo el bienestar de ella antes que su propia vida? Apretó los labios.

-Yo me encargaré de los dos. Van a morir lentamente, lo último que tendrán en la mente antes de abandonar sus miserables vidas será un dolor del que no creen capaz su existencia -paró el monólogo cuando su voz, siempre cantarina, pasó a ser un leve gruñido.

Nunca se mostraba "mala" con ella, porque la veía inocente, pero no sabía qué la había visto hacer en otra época. Y estaba encolerizada. Porque sabía que Arya era capaz, porque sabía quién era su perro faldero. Sus dedos se crisparon ligeramente tan sólo al recordar el rostro del hombre a quien lamentablemente conocía, pero éstos habían encontrado la tarea de eliminar la ropa de Ámbar. No había pedido permiso y por su ceño fruncido no estaba haciendo nada indebido, sólo se deshacía de lo inútil. Movió las manos con cuidado, despejando el magullado cuerpo hasta dejarlo completamente desnudo. Todas sus pertenencias estaban también en el suelo, no le importó mucho lo que hubiera entre ellas.

-Ven -sin mirarla más de lo debido, sin sus sonrisas con doble sentido, sin la incomodidad que existiría entre otros dos, la llevó al baño.

Era un lugar muy similar al castillo Atkins, con la única diferencia de que todo en el castillo Ivashkov conservaba una estructura de piedra. Congelado en el tiempo donde los vampiros asustaban a las personas. Pero el baño era agradable, sobre todo la bañera que se llenó de agua caliente antes de que la Atkins metiera, sin muchos miramientos, a la chica dentro. ¿Qué pasaría ahora? Ámbar la había dejado antes por temor a lo que pudiera pasar gracias a sus viajes en el tiempo y ahora tenía un problema grave en casa. Si su madre había querido matarla en el campo de batalla, ¿qué la detendría en su propia vivienda? Se arrodilló junto a ella y limpió sus mejillas con una mano húmeda, estaban manchadas de suciedad surcada con lágrimas y aún así no restaban hermosura a ese par de orbes ambarinos.

-¿Hay alguna forma en la que pueda regresar contigo? -sonrió por primera vez desde su agitado encuentro, aunque el gesto estaba cargado con tristeza. Su partida era inminente, ambas lo sabían-. No estoy segura de poder dejarte ir una segunda vez, mucho menos bajo estas circunstancias. Tampoco puedo decir que lo considero una vida, perdí el sentido de lo que es vivir tan pronto dejaste esa habitación. Y lo sé, sé que me comporté como la id¡ota que soy en realidad pero, ¿de verdad te sorprendió? No sé cómo lidiar con mis debilidades y tú eres una de ellas, la más grande de ellas. Y ahora tengo miedo de perderte.

Había empezado con seguridad, hablando con decisión. Y luego, despacio, sus ojos habían ido cayendo incapaces de mirarla a la cara. Admitir sus temores era incluso más difícil que combatirlos y es que, hasta que no lo había pronunciado no había conocido la intensidad del temor. Temía perderla, temía no poder hacer nada. Buscó una excusa y la encontró en su túnica manchada de escarlata. Sacó un pequeño papel doblado de uno de los bolsillos y lo desdobló sobre el borde de la bañera, dejando a la vista el deterioro por las veces que había sido abierto. Sin embargo, el "Te amo" seguía legible y tan puro como cuando había sido escrito. Ésta vez, sí la miró.

-Yo también lo hago, Ámbar. También te amo -era la segunda vez que tenía que fingir que lo que corría por sus propias mejillas era producto de una lluvia inexistente.

Eliminó las lágrimas antes de que éstas acabaran de deslizarse hasta su barbilla y siguió en la tarea de limpiar los brazos de Ámbar con una pequeña esponja, mejor mantenerse ocupada que caer en el remolino de pensamientos que tenía en el cráneo.

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~ Ámbar Delacour

 

Su estómago se revolvió como estropajo, no estaba preparada para lo que Leah había hecho pero se lo agradecía. Pronto el dulce aroma de la mujer golpeó sus fosas nasales y se impregnó en cada albéolo que conformaba aquel par de sacos pulmonares que le permitían vivir. La esencia de la Matriarca estaba en cada rincón de la habitación, en las sábanas, cortinas, la ropa dentro del armario, incluso en las paredes; comenzaba a embriagarse. Sintió la bilis en la garganta y terció sus labios, no ensuciaría el piso que Leah frecuentaba tal cosa era inaceptable, pero se sentía terriblemente débil e inestable, hasta que vio a Zack.

 

—Haughton

 

El gruñido que provino de su garganta no fue para nada humano y la asesina mirada que siguió muchísimo menos. Poco a poco se fue calmando, aun a la defensiva y sin quitarle la vista de encima a Zack. Asentía y miraba a la rubia con ternura, podía saberla confundida por todo lo que le había contado, se regañaba a si misma por haber tenido la lengua tan floja, Leah no se merecía preocuparse por cosas que no habían pasado aun, pero al menos estaba tranquila en que estaba con vida en su tiempo.

 

—Estás hablando de mi madre, Leah— Musitó, casi susurró mirando como poco a poco le quitaba los restos de ropa destrozada, —¡Y tú no te atrevas a mirar!— recriminó al vampiro con un dedo acusador y frunciendo el ceño. Entonces cayó en cuenta y sus facciones se retorcieron volviéndola un monstruo, —¿Qué se supone que hace él aquí, si se puede saber?— preguntó, su voz tan sepulcral como la de un muerto vuelto a la vida con sed de venganza, no sería la primera ni la última vez que encontraría a los hermanos Ivashkov acaramelados.

 

Vio caer su varita, un reloj de bolsillo con el dragón de tres cabezas que perteneció a su padre, junto con el trozo de hoja que arrancó del antiguo libro de hechizos de tía Cissy y un pequeño frasco de líquido negro envuelto en una fotografía arrugada con las puntas dobladas. !Perfecto!, nadie le explicaría nada pero se había ganado un baño.

 

Ingresó sin miramientos a la bañera, su piel estaba tan fría que se erizó al instante tras sentir el agua caliente. Primero sumergió sus pies notando aquella electricidad helada que solía darte debido al contraste de temperaturas, hizo una mueca infantil, levantó una pierna y al obtener una mirada severa se sentó cuidando de no rebalsar la bañera y mojar a Leah.

 

Cerró un ojo, luego el otro, se echó hacia atrás y se quejó. Nunca le gustó que la bañaran por muy tentadora que sonase la situación, estaba dolorida e irritada, mucho más ahora que comprobaba que ni siquiera verla le había quitado la cólera que corría por sus venas. —Podré sola, no hace falta que...— balbuceó unas cuantas palabras que no llegaron a formarse y se detuvo sin dar crédito a lo que estaba oyendo y mucho menos viendo; había guardado su pequeña nota, aun la tenía, habían pasado meses y la tenía junto a ella.

 

Inclinándose besó sus labios y sonrió, —Hubo un tiempo en el que me desconociste, ¿sabes?. En mi época, no sabías quién era. Comencé siendo una triste Base y luego escalé y escalé, buscaba que me vieras— le confesó capturando su angelical rostro entre ambas manos empapadas, —Y un día lo hiciste, fue como empezar de cero solamente que yo nunca dejé de amarte. Me protegiste desde ese día y hoy no fue la excepción. Estás a salvo, yo lo sé, pudiste con ellos, pero cuando regrese no sé lo que me espere, azkaban, quizás— agregó bajando el tono de voz, sus ojos ambarinos estaban melancólicos, como la flama de una vela en medio de una noche tormentosa.

 

—No quiero irme y dejarte. No quiero volver a irme de tu lado nunca más— Sollozó.

 

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~Leah A. Ivashkov



Recibió el beso con una naturalidad que evidenciaba su anhelo y se encontró a sí misma buscando más, yendo hacia delante como si hubiera un imán entre las dos. Pero la electricidad del momento duró poco, el futuro hacía mella en su cabeza de una forma peligrosa y podría definir fácilmente la migraña que sentía como un dolor de neuronas, si quedaba alguna tras la revelación sobre su posible muerte. Claro que saber que estaba bien era algo, pero... ¿Cómo podía regocijarse de algo que podría perjudicar a Ámbar al volver? Plantó los mojados dedos en el cuello de la chica y realizó presión suficiente para alzar ese rostro.

Mirar esas facciones delicadas la hacían pensar en la vida que llevaba, solitaria y descarrilada. ¿Tendría que pasar así otros veinte años antes de llegar a ser feliz? Recordó que la idea era calmarla y regresó al juego, apoyando sus frentes una contra la otra al tiempo en que su pulgar definía trazos imaginarios en su mejilla. Había olvidado la cercanía, el calor, la forma en la que podía brindar amor a pesar de su naturaleza agresiva y peligrosa. Había olvidado la suavidad de su piel contra las yemas de los dedos. Cerró los ojos.

-Azkaban no es la gran cosa, si me permites -esbozó una sonrisa verdadera, recordando viejos tiempos-. No durarías dentro ni una hora antes de que vayan por ti, de que... vayamos por ti -se separó con cuidado y siguió en su tarea de eliminar suciedad de ese bonito cuerpo-. Ni siquiera la arpía de tu madre lograría ver qué es lo que sucede bajo sus narices y no me vengas con moralidades, sabes que lo es.

Limpió con sumo cuidado cada detalle de esa anatomía, como si estuviera puliendo un objeto demasiado valioso como para tener un precio. Tenía una cara de concentración digna de una cámara muggle y, aparentemente, no había notado la forma en la que se había estado mojando lentamente. Era una escena para apreciar. Pero entonces su pequeño puchero desapareció, al igual que el ceño fruncido y una risita graciosa abandonó su garganta, justo cuando terminaba de pasar la esponja por el pie derecho, pues se había desplazado hasta quedar frente a ella.

-¿Qué pasa con Zackie?

Reproche, ira, un poco de instinto asesino. Se le habría hecho difícil adivinar qué era más rojo en ese momento, si su cabello o sus mejillas. Rió de nuevo, jugueteando con los dedos que lavaba.

-Es mi primo, vive aquí, no puedo echarlo. Podría, pero en realidad es adorable cuando quiere -se preguntó entonces qué sería lo que la habría llevado a desconfiar del vampiro y una ceja se alzó inquisitiva-. Tengo la extraña necesidad de disculparme por algo que en realidad no he hecho. O sea, sí, pero no mientras estuve contigo. Y... ¿cómo es que te desconocía?

Dejó ir el pie por fin y miró hacia abajo, donde el agua era una mezcla rosa poco atractiva. Chasqueó los dedos con una mueca en el rostro y el agua volvió a ser cristalina, cosa que la llevó a ladear la cabeza demasiado concentrada en algún punto sureño del torso de Ámbar. Sin molestarse en ocultarlo, hizo una pregunta que había rondado su cabeza durante semanas.

-¿Puedo ir contigo? A tu tiempo. No quiero ni puedo perderte, me importa un comino lo que afecte ésto al resto -negó con la cabeza-. Llévame contigo, Ámbar. Déjame cuidarte, déjame ser tuya.

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Leah, como siempre, apareció de la nada dando el saludo de costumbre a su primo. Era más que cariño lo que había entre los dos, una especie de complicidad que los unía y mantenía este extraño lazo atado cada vez con más fuerza. Por supuesto él respondió de la misma manera a los besos y caminó a su habitación con esa excelente compañía a su lado. Mientras intercambiaban palabras respecto al lugar, el tamaño, y su soledad, Zack se desplomó junto a ella sobre la enorme cama.

 

―Primero: no vamos a vender esto y comprar un rancho, ¡ordinaria! ― acentuó la última palabra poniendo los ojos en blanco ―Segundo: yo siempre ando caliente ― esta vez experimentó un cambio drástico en el tono de voz, usando ese pícaro para cada frase atrevida. Sus palabras siempre iban conectadas con su expresión, quizás por eso la sonrisa traviesa se dejó ver en cuanto intercambió miradas con su prima. ―Justamente te llamaba para eso. Necesito ese entretenimiento que tu ofreces, ya sabes como cuando...

 

Las alarmas interrumpieron la oración del vampiro. Se quedó en silencio esperando la reacción de Leah, pero ella ni siquiera esperó por él. Salió corriendo con prisa y abandonó la habitación mientras él se dirigía al balcón esperando observar desde ahí la posición de los atacantes. A penas volteó para dirigirle la palabra notó que se encontraba sólo. Corrió hasta su perchero y se cubrió el torso con un suéter blanco que colgaba de ahí segundos atrás. Mientras se calzaba sus deportivos escuchó su nombre a gritos. Casi siempre lo escuchaba de la misma voz, sólo que con un tono más seductor y acompañado de un "ahh". Esta vez fue diferente.

 

Claramente no lo llamaría por su nombre frente a los Fenixianos. Entonces no era una redada. Las alarmas sonaron por otro motivo, uno igual de grave, al parecer. Frunció el ceño extrañado. Se dejó llevar por la intriga de sus piernas que lo condujeron sin prisa a la habitación de su prima. Ni siquiera se puso la máscara, creyó que ya no era necesario. Empujó la puerta y se acercó al cuarto de baño, de ahí provenían las voces.

 

El recibimiento no fue el mejor. Escuchó su apellido con un tono despreciable. Como si viniera de alguien que lo odiara con todas sus fuerzas. Por supuesto el hombre quedó perplejo y trató de buscar información en los ojos de Leah, que se encontraba inclinada bañando a una mujer. No era muy raro verla en esa situación con una chica, lo extraño era la sangre que escurría por todos lados, la actitud de la chica y el desespero con el que fue llamado.

 

―¿Podrías explicarme quién es la desubicada que pretende sacarme de mi propio castillo?― soltó con antipatía ignorando por completo la presencia de la otra bruja. Se quedó apoyado en el marco de la puerta sin mirar mucho a las dos mujeres en medio de su actividad intima. ―Pelirroja, ¿eh? a esta no te la conocía. ¿Es igual a las otras que traes por una noche?― Dijo la última pregunta en medio de una sonrisa elevando la mirada al techo. Podía sentir la intensa mirada de Leah sobre él, como si estuviera a punto de matarlo sin siquiera tocarlo.

 

―Y bueno... ¿Para qué me llamaste? conoces mis gustos, sabes que no me gusta quedarme sólo a ver ― Esta vez sus grises orbes recorrieron toda la anatomía de la visitante como si pudiera ver a través de la espuma que cubría sus partes intimas.

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  • 2 semanas más tarde...

~ Ámbar Delacour

 

―Mi madre...― Pensó y sus ojos se perdieron en algún punto lejano más allá de las paredes del baño. ―Mi madre dejó de ser quién era desde que se casó. Perdió la cabeza luego de tanto sufrimiento y se aferró a Hank como si fuese la única cosa que importara en el mundo. Se olvidó de mi, se olvidó de Robb, se olvidó de Romina... Ella simplemente es un juguete más de aquel manipulador― un extraño nudo de culpa se formó en medio de su garganta, sabía que de haber estado solamente Arya en aquella ronda le habría rogado que se marchara o que se pusiera la máscara y defendiera sus ideales, con el corazón roto claro; pero no, estaba con el despreciable de su esposo, él era el culpable de todo.

 

No dijo absolutamente nada. Se había arriesgado demasiado al utilizar los últimos recursos para regresar a su lado, aquello era lo importante ahora y el simple hecho de no querer moverse de donde estaba. Si lograba racionar la poción y guardar la hoja amarillenta que había arrancado del libro de hechizos, con suerte podría soportar un año más a su lado más tarde o temprano acabaría por fusionarse con la pequeña Ámbar del presente.

 

―Vine para quedarme, todo el tiempo que la magia me lo permita. Nada en éste mundo ni en ningún otro me alejará de tu lado jamás― le prometió sacando los brazos de la bañera justo cuando el agua recuperaba aquel translúcido color y dejaba atrás toda la sangre y suciedad que la mujer había logrado limpiar de su cuerpo herido. Comenzaba a recobrar las fuerzas y se notaba en sus facciones, reprochaba atención.

 

Pero cuando se dispuso a volver todo enteramente romántico, como solo Leah se lo merecía, aquel tipejo se atrevió a ingresar al baño e interrumpir. La joven pelirroja se puso de pie apretando los puños, el agua le llegaba solo a los tobillos y nada cubría su anatomía de princesa en crecimiento, ―Tú lo único que verás es crecer los árboles desde la raíz― expresó fulminando una vez más a Zack con la mirada, podría tener que respetarlo en un futuro, pero él no lo sabía y se aprovecharía de aquello.

 

―Leah, no soy tonta, sus jueguitos de primos los conoce todo el mundo― Su tono de voz bajó, no se sentía avergonzada, solamente algo dolida. ―Antes de que recordaras quién era yo, te paseabas con éste mentecato por las calles, con o sin máscara daba igual. Eran la pareja perfecta― regresó la vista en dirección al vampiro con sendas ganas de saltarle al cuello.

 

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― ¡Pero que dulzura! ¡Nada la alejará de ti! ―


Las palabras del vampiro resonaron por todo el cuarto de baño con tanto entusiasmo que de inmediato captó la atención de sus acompañantes. Al terminar su frase había juntado sus manos con un sonoro aplauso y además, decorando su rostro con una felicidad tan perfectamente fingida que se notó totalmente real. Sus ojos tenían ese brillo particular de cuando un niño ve un dulce o su juguete favorito.


―Ashh, me empalagan ― Escupió borrando todas las expresiones de su rostro. El sarcasmo del principio no fue tan notorio, sabía y podía actuar bien. Pero luego ya no pudo contener su aburrimiento por escuchar esa conversación de reencuentro entre dos personas que no se veían desde hace tanto. No conocía a la otra chica, y mucho menos a Leah en ese estado. Sentía que estaba sobrando, pero su misma prima lo había llamado. Esperaba poder marcharse cuanto antes pues la otra no dejaba de mirarlo feo.


La reacción de aquella bruja no fue la que esperaba, de pronto se levantó de la bañera escurriendo agua en todas las direcciones alcanzando a mojar a Zack. Este se sobresaltó de tal manera que se vio obligado a retroceder esperando que la fémina se le fuera encima. Pero eso no sucedió, y menos mal.


―¿Pero qué demonios? Ni siquiera entendí lo que dijiste. Eso debió haber sido un insulto. ¿Ves, Leah? Esta chica tiene serios problemas de odio deberías llevarla a algún lugar donde pueda drenar todo eso. Lejos de mí ―. No quiso hacer que la burla por el estallido emocional de Ámbar fuera tan evidente. Sin embargo, ella lo notó y continuó quejándose.


―Ouhhh, así que era eso… Te molesta que seamos, o vayamos a ser la pareja perfecta ― Comentó analizando lo que había escuchado y tratando de entender todo el desastre de tiempos. ―Pues te cuento que en la cama de verdad que lo somos. Aunque ahora que lo pienso bien, nunca lo hemos hecho en una cama, somos como más salvajes y a veces no podemos contener las ganas ― Sí, eso seguro bastaría para hacer enloquecer a la intrusa que pretendía correrlo de su propio hogar.

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~Leah A. Ivashkov



-No es como si haya sido muy inteligente alguna vez...

Zack. Giró la cabeza tan rápido que sintió un tirón espectacular en el cuello, pero por más que le lanzó miradas asesinas al hombre, éste decidió abrir la bocota. Ámbar no podría ver cómo cerraba los ojos con frustración, enojo y un poco de tristeza, como si quisiera borrar todo lo sucio que había en su vida por el bien de la pelirroja. No obstante, cuando sus irises quedaron de nuevo a la vista, no había nada más que ira enfrascada en ellos. Ignoró el desastre de agua que Ámbar había hecho y se levantó casi la vez, omitiendo que estaba empapada tan bien como podía fingir ser un hombre sin ayuda de la Multijugos.

Por el calor que empezó a sentirse por su esquina, era evidente que estaba más que enojada. Enardecida, fúrica, colérica, eran términos más acertados. En ningún momento había vuelto la cabeza para mirar a la pelirroja, temerosa de que sus ojos se cruzaran por más tiempo del debido, pero había encontrado un blanco fijo e inmóvil en su primo, único y fulminante. No podía matarlo, era su sangre, su compañero de bando, pero tampoco podía dejarlo hacer tal show barato.

-En primer lugar, no vas ni a unirte ni a verla -explotó-. En segunda, es la única pelirroja con la que pretendo estar en mi vida y no hay chica en Londres capaz de ocupar su puesto o de entrar siquiera a este castillo. Y en tercero, no tiene ningún problema de ira que yo no sea capaz de superar. Así que, será mejor que controles tus insinuaciones o juro por la tumba de nuestros padres que voy a colgarte de la maldita torre más alta y te voy a poner a ondear como el emblema familiar.

Se giró hacia Ámbar, tenía el rostro tan rojo que parecía víctima de una insolación. Una competencia entre ambas habría quedado en empate.

-No soy, ni seré su pareja. Ni ahora, ni después, ni en diez años. Es mi primo y así va a seguir siendo. Que lo violé cuando estaba aburrida, sí. Pero no pretendas torturarme por mi pasado y un futuro que desconozco cuando la única que es mi novia aquí es otra...

Ahora fue ella misma la que flaqueó. ¿Era su novia? No, no lo era... ¿o sí? Nunca había tenido la oportunidad de pedirlo, tampoco había podido estar con ella demasiado. Técnicamente, no eran nada. Frunció el ceño hasta formar una única línea dorada sobre sus ojos y frustrada al punto de murmurar cosas inentendibles, salió del baño llevándose a Zack consigo halado de un brazo como un infante desobediente. Todo el romanticismo se había ido como la suciedad de la piel de Ámbar con el agua, le lanzó la última mirada de reproche a la Delacour y cerró la puerta antes de encarar al vampiro, de brazos cruzados y con un puchero inminente.

-Sí hemos usado una cama. Sólo que tú no estabas consciente. Sí, fui yo y creo que tienes que saber que Cirse no salió de una caja de cereal -sonrió sombría y se inclinó hacia delante-. Será mejor que me dejes en paz o vas a dejar huérfana a alguien.

Golpe bajo, el shock sería demasiado para él. Y ella mientras tanto, enfurruñada, chocó el hombro de su primo y se dirigió al armario para buscarle algo de ropa a Ámbar. No sabía bien por qué estaba enojada con ella en realidad, pero aún quería cuidarla de todo y sentirse responsable por ello.

-Maldito amor.

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